China y la política de ‘cero COVID’
Los líderes de China están ante un dilema peligroso. Su obsesión por eliminar el coronavirus ha evitado que el país tenga las tasas pandémicas de mortalidad sufridas por otros países grandes, pero a un costo muy alto: el grave daño social y económico que condujo el pasado fin de semana a las protestas más grandes contra el Gobierno en varias décadas.
La severa política de tolerancia cero contra el COVID impulsada por el presidente Xi Jinping ya no es sostenible, y éste se enfrenta a la difícil disyuntiva entre suavizar las restricciones, lo que podría provocar muertes en masa, y mantener un enfoque impopular que está llevando a la sociedad china al límite. Pero cercar a la población china solo aumenta su vulnerabilidad e inhibe la inmunidad que se adquiere con el contacto con el virus.
Desde el principio, el propio Xi se vinculó al éxito de la política de “cero COVID”, que ensalzó como prueba de la superioridad del autoritario sistema chino. Sin ir más lejos, en octubre lo calificó de “guerra sin cuartel del pueblo”. Cuestionar a un líder todopoderoso era un tabú político, en especial en vísperas del congreso del Partido Comunista de octubre, donde Xi se aseguró un tercer mandato. Por lo mismo, no se hizo ningún intento serio de preparar un plan de transición de la política de “cero COVID”. Sencillamente, China no puede erradicar variantes como la Ómicron. La contención del COVID-19 ha dependido en gran medida de que la población china aceptara el relato oficial, pero, como han demostrado las manifestaciones, el apoyo popular se está disipando con rapidez a medida que se agota la paciencia.
En vez de destinar más dinero a la estrategia de “cero COVID”, los dirigentes chinos deben cambiar con urgencia su enfoque. Deberían ampliar rápidamente el acceso a unas vacunas más eficaces —incluidas las extranjeras— que apunten a la variante Ómicron y a los fármacos antivirales; lanzar una campaña de vacunación a nivel nacional (las autoridades dijeron el mes pasado que en breve se le dará un nuevo impulso); limitar la hospitalización a los casos más graves para reducir el estrés del sistema sanitario; y prescindir de la retórica alarmista de la “guerra del pueblo” y emplear en su lugar un discurso que refleje la realidad de que el COVID-19 puede ser poco más que una infección del sistema respiratorio para muchas personas sanas y vacunadas. Habría que hacer todos estos cambios con delicadeza, dada la profunda inversión política de Xi en la estrategia de “cero COVID”.
Las próximas semanas serán cruciales. La presión pública y económica para relajar las medidas se está acumulando sobre las autoridades locales que están en la primera línea de la crisis. La falta de unas directrices claras de Pekín podría llevar a una reapertura apresurada y caótica y a un aumento de los contagios. Esto es lo que sucedió el mes pasado cuando la suavización de ciertas restricciones sembró la confusión y contribuyó al reciente repunte de los casos.
China ha declarado oficialmente solo 5.233 casos de muertes por COVID-19, frente a más de 1 millón en Estados Unidos, las casi 690.000 en Brasil y las más de 530.000 en India. Aun así, un brote a nivel nacional, en este momento, podría ser nefasto. Tres dolorosos años de lucha contra el coronavirus podrían haber resultado en vano, y poner a China en la peor de las situaciones, que con tanto esfuerzo había tratado de evitar.
Yanzhong Huang es columnista de The New York Times.