Geopolítica del fútbol
Ninguna clase magistral tiene más poder pedagógico para popularizar las condicionantes de la geografía política del planeta que la Copa del Mundo. Y entre todos los certámenes realizados hasta ahora fue en Qatar donde aparte de los deportistas, se enfrentaron las rivalidades, enemistades, simpatías y antipatías subyacentes entre los 32 países representados. Con 211 nacionalidades miembros, la FIFA parece tener mas poder comunicacional para llegar al corazón mismo de los pueblos de la Tierra, que las propias Naciones Unidas (193). El interior de esa organización no gubernamental no está exento de despiadadas luchas de poder, de intriga y de corrupción, como ocurre en cualquier república bananera. Cuando en 1996 se eliminó a La Paz, por causa de la altura, de ser sede de las eliminatorias, el gobierno me encargó siendo embajador en Francia ocuparme del reclamo correspondiente en coordinación de la federación futbolista nacional. Ello me permitió montar una ingeniería de astucia diplomática y de presión política contra las representaciones de Brasil y de Uruguay, promotoras de la exclusión de Bolivia. Joao Havelange, el entonces patrón de la FIFA, tuvo que retroceder junto a los 25 miembros del Consejo Ejecutivo, ante el embate del presidente francés Jacques Chirac y, finalmente, Bolivia obtuvo la reversión de la medida.
En la actual contienda futbolera, el pequeño pero billonario enclave de Qatar tiene que afrontar una sostenida campaña que critica sus tradiciones culturales tratando de imponer cánones universales en su comportamiento social, particularmente afines al feminismo, hoy políticamente correcto. También se reprueba las condiciones adversas que padecieron los obreros migrantes que construyeron los soberbios estadios donde actualmente se juega la Copa. Un jeque qatarí dijo con toda propiedad “cuando se trata de comprar nuestro gas, los derechos humanos se olvidan”. Unos por envidia y otros con melindres excusables contemplan atónitos la magia del horizonte ultramoderno de aquel emirato que retrata el futuro de las urbes organizadas.
Pero, en la lucha deportiva en sí, surge la imagen de las divergencias políticas entre los Estados participantes, así se encontraron frente a frente Irán con los Estados Unidos, la pérfida Albión encarada a la potencia gala y otras dicotomías similares, entre ellas sobresale Marruecos que derrotó a España, motivo para rememorar la pesadilla colonial de los enclaves hispanos de Ceuta y Melilla conservados en territorio magrebí, pasando por la controversia persistente en el otrora Sahara español.
Notoria fue la algarabía colectiva en los países del Sur, cuando modestos bandos vencían a los colosos del Norte, ello conlleva el rencor por la deuda histórica que reclaman las excolonias a sus antiguas metrópolis que por añadidura reafirma, además, la brecha que separa a los países pobres y explotados de las potencias ricas e industrializadas.
Otra marcada diferencia se da en los desencuentros entre naciones del Este y los occidentales, los pueblos asiáticos como Japón o Corea descollaron como peligrosos rivales de los sempiternos campeones y en mas de una ocasión se impusieron galanamente.
Factor que no podía faltar es la cuestión de inmigración, porque en varios equipos europeos se pudo observar muchos jugadores de origen africano. Sin duda alguna, quizá a sus padres o a ellos mismos, no se les aplicó las rigurosas medidas migratorias en vigencia.
Por último, como siempre, la Copa del Mundo fue útil para mitigar la ignorancia conmovedora de la mayor parte de los aficionados que aman el fútbol pero viven igualmente contentos en la inopia geográfica.
Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.