El fenotipo ‘boligaucho’

Se juega la final de la Copa del Mundo Qatar 2022, el evento deportivo, social y cultural más importante de la civilización moderna. Argentina jugará su sexta final y probablemente está más cerca que en otras oportunidades de bordar con hilos de oro una tercera estrella en su escudo.
Grandes personalidades del mundo de los negocios, del deporte, de la farándula, de la política y del amplio tejido social de todas las latitudes del orbe han decantado un abierto apoyo a la selección albiceleste. El “fenómeno Messi” se ha insertado en el debate, el ideario popular y la agenda mundial.
Emerge entonces la necesidad de referirse a un particular perfil de hincha, peyorativamente denominado como el boligaucho. El boligaucho parece ser el boliviano que, debiendo apoyar solo y exclusivamente a la tricolor nacional, osa expresar su preferencia por la selección gaucha. El boligaucho luce una casaca original, trucha o idealizada que, por efecto de reciprocidad, dicen, jamás el argentino utilizaría para apoyar al combinado verde.
El boligaucho se atreve a apoyar a una selección que representa a una sociedad que en ciertos segmentos ha sido ocasionalmente hostil para con nuestra cultura, con nuestro derecho a jugar a la altura y que, al más puro estilo de Pasarella, el gran profeta del antifútbol, usualmente viene a La Paz a hacer quilombo.
En fin, estos y muchos otros argumentos han sido esgrimidos por aquellos que censuran el gran pecado de ver con simpatía e ilusión el despliegue de los dirigidos por Scaloni. Lo que no consideran estos puritanos del fútbol es que el fenómeno de la Scaloneta se ha descontrolado y expandido por todos los confines del planeta. En medio de crisis y tensiones políticas, pandémicas y económicas, la ilusión de sentirse identificado con colores que dejaron de ser exclusivos de una sola nación, para ahora ser parte del patrimonio de la humanidad, encuentra apoyo y eco en los gritos de fanáticos que, desde los cuatro puntos cardinales, sin distinción de ningún tipo, creen en ese sueño.
Descalificar tal sentimiento, y rotular como boligauchos a ese grupo de fanáticos del fútbol es, al menos, egoísta, pues desmerece todo el fenómeno que en el ideario colectivo ha generado este Mundial.
Por supuesto que la Verde será siempre la Verde y todo boliviano razonablemente centrado la apoyará donde y contra quien juegue, ojalá y sea en la próxima cita mundialista. Pero en tanto, que reine la empatía, permitan a ese boligaucho, sin confrontarlo, ni censurarlo con el índice, colocarse, prestarse, aunque sea 90 minutos la polera del vecino, sí, de ese vecino a veces insoportable, pero que en sus colores representa hoy a millones de este lado del mundo que en su participación suspiran con acariciar la gloria eterna de que la ansiada Copa llegue a esta tierra bendita.
Tal vez nunca recibamos ese apoyo, porque esta realidad no se trata de reciprocidades. Ojalá algún momento descubramos la fórmula para desplegar la magia y el encanto de seducir a miles de millones y motivarlos a usar nuestros colores. En tanto eso pase, disfrutemos de este momento, con el equipo que más nos simpatice, sin menospreciar ni mofarse del gusto del otro, que en este caso es el gusto de la mayoría.
Dejemos la lógica de un lado, esa que reivindica que un campo de batalla de césped no puede cambiarnos la vida, o que en un partido no se juega el orgullo de un continente, que es solo fútbol, esa lógica cruel, fría y altanera que proclama imposible sentir amor por un grupo que ni conoce de nuestra existencia; lógica que postula que no pueden acelerarse las palpitaciones mientras a miles de kilómetros de nuestra realidad, alguien camina con dirección a un punto blanco, o que no entiende que es posible llorar cuando la esfera atraviesa la línea de gol.
Y si aún esa lógica distrajese nuestros pensamientos, la miraremos fijamente a los ojos y le diremos: ¿qué mirás, boba? ¡andá pallá!
Danny Javier López Soliz es filósofo.