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Gente de bien

HUMO Y CENIZAS

No me sorprendió leer en las noticias sobre posibles irregularidades en la gestión del espacio urbano de la actual administración del alcalde paceño, Iván Arias, quien llegó a esa oficina impulsado por el detestable anti-masismo de ciertas clases medias que durante las elecciones municipales actuaban todavía bajo el influjo del movimiento “pitita”, caracterizado sobre todo por un racismo revanchista tan premoderno que me hace desear una revolución india antes que una revolución socialista.

Arias es un representante de esa decadente clase media alta que se acostumbró durante décadas a disfrutar de los privilegios de la administración del Estado al mismo tiempo que despreciaban a otros sectores de la sociedad a partir de criterios fenotípicos y de abolengo, y que ha vivido las últimas décadas como una verdadera catástrofe tanto a nivel personal como de clase, y que se puede apreciar en esa película sobre la zona Sur que salió hace más de una década. Y por muy ridículo que parezca, a pesar del tiempo, no se acostumbran. Basta solo con recordar cómo reaccionó este sector de la sociedad paceña cuando se terminó de conectar el Megacenter con la ciudad de El Alto con una de las líneas de la empresa Mi Teleférico.

En todo caso, ¿qué es lo relevante de este hecho? En primer lugar, siguiendo a mis amigos marxistas, que no es posible la acumulación originaria sin la participación del Estado, incluyendo en esto sus niveles locales o, lo que es lo mismo, no hay tal cosa como fortuna inocente, al menos no en Bolivia. Lo particular de nuestro caso, me atrevo a sugerir, es que se dio en el marco de lo que alguien llamó hace algún tiempo capitalismo de caras conocidas, pero acá con su propio sello de elitismo jailón, que se sirve de los actuales hilos del gobierno municipal de La Paz para garantizarse la adjudicación de jugosos contratos que solidifiquen su posición de clase.

Y creo que esto que decimos sobre La Paz puede decirse aún con más contundencia sobre el departamento de Santa Cruz y sus élites doblemente más corrompidas, cuyo discurso de condena al narcotráfico se calló repentinamente cuando se comenzó a sugerir la pertenencia de algunos de sus miembros a ese lucrativo negocio.

No nos hagamos a los tontos, una buena parte de ese dinero que recorre Equipetrol tiene su origen en la comercialización de cocaína, razón por la cual se dan recurrentemente ajustes de cuentas en aquella región y su periferia. Una emergencia del comercio ilícito que no podría lograrse, tampoco, sin la complicidad de algunas reparticiones del Estado, siendo la Policía el sospechoso más usual, pero qué sé yo.

Por otra parte, no es necesario ir tan lejos como el narcotráfico para delatar la descomposición de las clases dominantes de este país, siendo suficiente con mencionar el destape de los ítems fantasma en la gestión de la gobernación de ese departamento, involucrando a connotados cívicos y ex autoridades locales. Nuevamente, la acumulación explosiva de fortunas a partir de mecanismos ya no informales, sino abiertamente ilícitos, que dan cuenta de que quienes más hablan de meritocracia y competencia en este país son generalmente los más proclives en meterse a cualquier tipo de negocio sucio con tal de garantizarse su ascenso social.

Ése es el verdadero rostro de la gente bien en este país, que de paso hecha el grito al cielo cuando ven a un masista ocupar un cargo en el Estado, que seguramente desean como una cerveza fría en un caluroso día de verano. Mezquindad pura, nada más, pero cimentada en un extraordinario sentimiento de pertenencia de clase que no hará más que intensificar las actuales tensiones que nos atraviesan como sociedad. Sigan con su racismo y la cosa seguirá creciendo.

¡Dale negro!

Carlos Moldiz Castillo es politólogo.