Las protestas en Irán, que ya van por su tercer mes, son una batalla histórica en la que se enfrentan dos poderosas fuerzas irreconciliables: una población mayoritariamente joven y moderna, orgullosa de su civilización de 2.500 años y desesperada por el cambio frente a un régimen envejecido y aislado, decidido a mantener su poder y con 43 años de barbarie a sus espaldas. El líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, el único que han conocido muchos de los manifestantes, parece estar enfrentándose a una versión del dilema del dictador: si no le ofrece a su población perspectivas de cambio, las protestas continuarán; pero, si lo hace, se arriesga a parecer débil y envalentonar a los manifestantes.

Las protestas comenzaron a raíz de la muerte, el 16 de septiembre, de una iraní de origen kurdo de 22 años, Mahsa Amini, tras ser detenida por la policía de la moral por infringir presuntamente las normas sobre el hiyab. Aunque la oposición iraní no está armada, ni organizada, ni tiene ningún líder, las protestas continúan a pesar de la violenta represión emprendida por el régimen.

Al margen de cómo se resuelvan las protestas, parecen haber cambiado ya la relación entre el Estado iraní y la sociedad. Desobedecer la ley del hiyab sigue siendo un delito penal, pero las mujeres de todo Irán, y en especial en Teherán, se niegan cada vez más a cubrirse el cabello. En las redes sociales son muy populares los videos donde aparecen jóvenes iraníes tirándoles el turbante a unos clérigos chiíes desprevenidos.

Los símbolos del gobierno son constantemente objeto de destrozos e incendios, entre ellos, según algunas informaciones, la casa-museo del padre de la revolución, el ayatolá Ruhollah Jomeini. Los obreros de la construcción, los comerciantes de los bazares y los trabajadores de la industria petroquímica han declarado huelgas intermitentes que recuerdan a las tácticas que ayudaron a derrocar la monarquía de Irán en 1979.

Los principios ideológicos del ayatolá Jamenei y sus simpatizantes son “Muerte a Estados Unidos”, “Muerte a Israel” y la insistencia en el hiyab. En la filosofía de gobierno de Jamenei han influido tres importantes colapsos del autoritarismo: la caída de la monarquía en 1979, la disolución de la Unión Soviética en 1991 y las revueltas árabes de 2011. La lección que extrajo de estos acontecimientos ha sido no ceder nunca bajo presión y no ceder nunca en los principios. Cada vez que Jamenei se ha visto en la disyuntiva entre la reforma y la represión, se ha decantado siempre por redoblar la represión.

Jamenei sabe que anular la obligatoriedad del hiyab abrirá la puerta a la libertad, y que muchos iraníes lo interpretarán como una señal de vulnerabilidad, no como un acto de magnanimidad. La libertad de vestimenta no bastará para aplacar a esos iraníes, sino que los animará a exigir todas las libertades que se les negaron en una teocracia, incluida la libertad de beber, comer, amar, ver, escuchar y, sobre todo, decir lo que quieran.

La capacidad represora del régimen iraní sigue siendo abrumadora, al menos en teoría. El ayatolá Jamenei es el comandante supremo de los 190.000 agentes armados de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica, que supervisan a decenas de miles de paramilitares del Basij, encargados de infundir temor e inculcar moralidad en la población. Es improbable que el ejército regular, no ideológico, cuyas fuerzas activas se estiman en 350.000 efectivos, participe en la represión masiva; sin embargo, las esperanzas de los manifestantes de que se unieran a la oposición han sido en vano, por el momento.

Si el principio organizador que unió a las dispares fuerzas de oposición de Irán en 1979 fue el antiimperialismo, los principios organizadores del movimiento, muy diverso en términos socioeconómicos y étnicos, son el pluralismo y el patriotismo. Los rostros de este movimiento no son ideólogos ni intelectuales, sino deportistas, músicos, gente común y, en especial, mujeres y minorías étnicas, que han demostrado una valentía muy poco frecuente. Sus consignas son patrióticas y progresistas: “No nos iremos de Irán, reclamaremos Irán” y “Mujeres, vida, libertad”.

Cuando el ayatolá Jomeini ascendió al poder en 1979, lideró una revolución cultural cuyo objetivo era sustituir el patriotismo iraní por una identidad puramente islámica. El ayatolá Jamenei continúa esa tradición, pero es uno de los pocos creyentes de verdad que quedan. Mientras que la República Islámica buscaba el sometimiento de la cultura iraní, son la cultura y el patriotismo iraníes lo que están amenazando con derruir la República Islámica. Cuatro décadas de “poder duro” de la República Islámica acabarán siendo derrotados por dos milenios de “poder blando” cultural iraní. La pregunta ya no es si esto sucederá, sino cuándo. La historia nos ha enseñado que existe una relación indirectamente proporcional entre la valentía de una oposición y la determinación de un régimen, y que el colapso del autoritarismo a menudo pasa de ser inconcebible a ser inevitable en cuestión de días.

Karim Sadjadpour es columnista de The New York Times.