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Historias silenciadas

AQUÍ Y AHORA

Si hace algún tiempo alguien hubiese afirmado que existieron mujeres que construyeron sociedades como la romana, posiblemente eso se habría considerado un mito.

Yo Julia, obra escrita por Santiago Posteguillo, relata con vehemencia cómo una emperatriz de carácter determinante consiguió concentrar el poder político de Roma en una familia, y que fue Severo, el emperador romano y marido de esta bella mujer de Siria, quien la acompañó para alcanzar ese ideal.

Para ello, Julia se propuso derrocar a cinco emperadores romanos. Esto, en busca de crear una dinastía imperial conformada por Severo y sus dos hijos. Sin embargo, la vida de esta mujer — que colaboró en la construcción del poderoso Imperio Romano de esos momentos— se mantuvo en silencio durante siglos.

Y es justamente Posteguillo quien nos lleva a conocer a este personaje de enorme carácter, astucia, inteligencia, valentía y hermosura, que fue capaz de gobernar indirectamente al Imperio Romano.

Una emperatriz con un poder tan grande que logró incluso que se la identificara como Augusta, empero, aquello tuvo un precio: el tener que enfrentar la vida asediada por decenas de enemigos, convertidos muchos de ellos en oponentes mortíferos, que no solo intentaron hacer daño a su imagen como esposa del emperador, sino coartar su férrea voluntad.

Historia de un personaje por demás atractivo y singular, especialmente en esos tiempos en los que el autor muestra cómo esa mujer siria nunca se arredró ante nadie, sino todo lo contrario, demostró su capacidad de armar el poder en casa, para que los actores surgieran y representaran el papel que les correspondía en ese gran imperio.

Así, Julia Domna tuvo que sobreponerse a la adversidad de su época y conducir la historia romana por una nueva senda a través del poder de Severo. El final de esta mujer valerosa terminó con un suicidio; luego su hermana restauró el poder de la dinastía Severa con Heliogábalo en el trono imperial.

No faltan otras tantas historias de otras mujeres, como es el caso de sor Juana Inés de la Cruz (1664), exponente literaria y educativa del siglo XVII en México. Una escritora prolífica cuyas necesidades económicas familiares y su gran intelecto la llevaron a “vivir en un convento donde cumplió con sus responsabilidades y sus votos católicos, pero también se dedicó a escribir”. Su responsabilidad mayor, empero, fue la de servir a Dios y realizar las tareas paralelas de archivista y contadora del convento. Esto último acompañado de su faceta intelectual, la cual estuvo alimentada por su propia biblioteca, la más importante de la época.

Esta religiosa jerónima y escritora novohispana, exponente del siglo de oro de la literatura en español, también produjo escritos cortesanos y religiosos, autos sacramentales como El Divino Narciso; así como relevantes expresiones poéticas como Primero Sueño y Ñahuati.

Octavio Paz aseveró que si no hubiese sido por la misiva que se publicó con el nombre de Carta Atenea Alegórica, Juana Inés de la Cruz habría escrito más obras de importante valor. Sin embargo, se interpuso un obispo, quien la conminó a que en vez de realizar aquellos supuestos escritos profanos, abrace lo religioso. Con ello, terminó la carrera de una mujer que en el siglo XVII además de ser escritora, se dedicó a la investigación.

Cuando se revelan ciertas historias como las de la emperatriz Julia Domna y de sor Juana Inés de la Cruz, comprobamos que existieron mujeres que legaron a la humanidad relevantes marcas históricas en tiempos inimaginables.

Patricia Vargas es arquitecta.