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Debate ciudad/campo

IMAGINARIOS  PACEñOS

¿El debate entre urbanizar o desurbanizar está concluido? ¿La ciudad concentradora y hegemónica ha triunfado? En libros como El triunfo de las ciudades (Edward Glaeser, 2011) se proclama tal victoria. Glaeser, economista de Harvard, subraya sin rubor y mucho candor: Cómo nuestra mejor creación nos hace más ricos, más inteligentes, más ecológicos, más sanos y más felices. Pero, en la página 346 nos alerta con una obviedad: “siempre y cuando sepamos elegir inteligentemente nuestras políticas”.

El impulso humano de vivir en comunidades es indiscutible. El tema es regular la escala de esas concentraciones y su equilibrio sustentable y sostenible. Los teóricos urbanos de la revolución bolchevique a principios del siglo XX discutieron este tema. Por un lado estaban los que deseaban urbanizar convencionalmente como Sabsovich, y por otro, los que deseaban como Miliutin repoblar el inmenso territorio ruso con nuevas ciudades verdes bajo la consigna “las ciudades existentes se han creado en los intereses de la clase dominante, los enemigos del proletariado”. Ganaron los primeros por funcionales y prácticos. Pero la semilla de la redistribución poblacional germinó y fue usada malignamente por Stalin, Mao y Polpot. Millones de seres humanos fallecieron en purgas urbanas y destierros obligados hacia gulags o sitios rurales de reorientación ideológica y trabajo correccional. Y la ciudad como resultado de la modernidad occidental, de la industria y el capitalismo, creció como imagen (ilusoria diría yo) de libertad ciudadana.

Ese triunfo urbano se vigorizó en este siglo con la aparición de las ZEE (zonas económicas especiales, de libre mercado y apoyo estatal) que implantó la China comunista como base para su fulgurante despegue económico y social. No importa el color del gato ni sus porquerías, lo importante es que viva en ciudades hacinadas.

Pero la urbanización de formato occidental ¿funcionó en América Latina? El fracaso de lo urbano en la región es evidente: ciudades concentradoras y depredadoras, abandono del campo, desequilibrios medioambientales, asimetrías sociales, egoísmo y materialismo, pobreza y marginalidad, etc. Lo positivo es insuficiente, exiguo, nimio.

Por nuestra experiencia urbana pienso que el debate ciudad/campo no está concluido. En este nuevo tiempo y en las condiciones de la precaria concentración urbana boliviana creo que es posible concebir un manejo territorial diferente y apropiado a nuestras condiciones de base. Y esa concepción no nacerá en una cabeza política o técnica, será una visión transdisciplinar que comience reformulando la institucionalidad heredada entre otros temas estructurales.

Carlos Villagómez es arquitecto.