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La Áñez peruana

TRIBUNA

Javier Bustillos Zamorano

Dina Boluarte y Jeanine Áñez se parecen. Nacieron en la década de los años 60, de origen provinciano, abogadas pero dedicadas a otros oficios, de ideología ambigua, inexpertas políticamente y las dos, presidentas por accidente. Se parecen tanto que la peruana podría acabar como la boliviana.

Dina nació el 31 de mayo de 1962 en el distrito de Chalhuanca, de la región de Apurímac; Jeanine, el 13 de junio de 1967 en el pueblo de San Joaquín, Beni. De familias de clase media baja con aspiraciones, emigraron a ciudades donde estudiaron Derecho y se titularon de abogadas, pero nunca ejercieron pues la peruana trabajó varios años en una oficina de registro civil e identidad y la boliviana fue presentadora de programas de televisión. Las dos se casaron jóvenes, tuvieron dos hijos y se divorciaron.

De ideología acomodaticia, migraron de un partido a otro en busca de cargos de elección popular, la peruana sin mucha suerte pues en las dos ocasiones que quiso ser alcalde y legisladora, perdió; a la boliviana le fue mejor, fue dos veces senadora.

Sin la experiencia política necesaria, ni bases sociales propias que las sustenten; por accidente (Boluarte fue puesta de urgencia como candidata a vicepresidenta de Pedro Castillo en sustitución de Vladimir Cerrón Rojas, que no pudo por cuestiones legales; Áñez era segunda vicepresidente del Senado y remota en la sucesión presidencial) de la soledad de sus oficinas brincaron a la presidencia en medio de una crisis institucional provocada para derrocar gobiernos legítimamente elegidos. Jamás aceptarán que llegaron mediante un golpe de Estado de los llamados blandos.

Un golpe urdido con la ayuda y asesoría de agentes extranjeros: según los sitios web Cubadebate y Multipolarista, seis horas antes de la destitución del presidente Pedro Castillo, su ministro de Defensa, Emilio Gustavo Bobbio Rosas, se reunió en secreto con la embajadora de Estados Unidos en Perú, Lisa Kenna. Igual que en el caso de la boliviana cuando, dos días antes de la consumación del golpe, se reunieron representantes de Carlos Mesa, Luis Fernando Camacho, Waldo Albarracín, obispos de la Conferencia Episcopal Boliviana y el embajador de la Unión Europea León de la Torre, en la Universidad Católica Boliviana.

En su toma de protesta como presidenta, Dina juró “Por Dios, por la patria y los peruanos…”, Jeanine entró al Palacio de Gobierno con la Biblia en la mano.

Ya en el gobierno, la Áñez peruana actúa como la nuestra: no gobierna ella, sino su ministro de Defensa, Luis Alberto Otálora y su ministro del Interior, César Augusto Cervantes, como con la boliviana, Luis Fernando López y Arturo Murillo, hoy prófugos de la Justicia.

Como en el de la nuestra, el gobierno de la Áñez peruana califica de “hechos vandálicos y violentos” la toma de carreteras y caminos; que las protestas “están siendo organizadas por profesionales y extremistas vinculados a grupos terroristas, lo cual requiere una respuesta contundente de parte del Gobierno”. Y como la nuestra, la peruana no dudó en sacar a las calles al Ejército y a la Policía; hasta el momento de redactar este texto ya había 20 muertos, el mismo número de los de Sacaba y Senkata. En su discurso inaugural, la peruana elogió a las Fuerzas Armadas, la boliviana les dio un decreto de inmunidad.

Como con Áñez, la peruana fue reconocida inmediatamente por Washington y la Unión Europea y se peleó, también de inmediato, con gobiernos progresistas que no la reconocen como presidenta. Áñez no renunció a pesar de las multitudinarias protestas, Boluarte quizá tampoco lo haga, pero el juicio popular que antecede a la historia, la pondrá como única responsable de la represión y las muertes, y cuando la calma regrese, quizá acabe como Jeanine: traicionada, abandonada, presa.

Javier Bustillos Zamorano es periodista.