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Posibilidad e incertidumbre

KAMCHATKA

Última columna del año. Inevitable momento de hacer balances. Es difícil hacer referencia a este año que se acaba con relación a los años anteriores, pensados todos en un breve periodo histórico; en el caso boliviano el de la pandemia y la crisis política de 2019. De alguna manera 2022 fue, después de mucho, el primer año “completo” en el que el calendario volvió a ser lo que solía. Con esto hago referencia a que las fiestas, los eventos, esas fechas que reúnen a las sociedades en torno a las religiones, costumbres o el consumo, se desarrollaron sin la duda sobre la postergación o la cancelación como sucedió durante los años de la pandemia. Este escenario inevitablemente nos remite, en Bolivia, al hecho de que este año en este país que tiene gran parte de su economía basada en la informalidad, se reabrió de forma expedita la posibilidad de trabajar y, de alguna manera, intentar avanzar en una recuperación personal, familiar, colectiva y nacional de la economía; aunque, se sabe, aún es el inicio y no se avizora el mejor contexto internacional para ello. Sin duda, afortunadamente aún de forma lejana, la guerra fue el hecho que más marcó la dinámica internacional y los múltiples movimientos económicos en torno a ella que nos llevan inevitablemente a que la única certeza en el panorama mundial será el de la incertidumbre.

Como región tampoco ha sido un año tan malo, una nueva ola de gobiernos progresistas ganaron elecciones y terminaron por inclinar la balanza del continente hacia la izquierda con un par de nuevos liderazgos que proponen, cuando menos, no aferrarse tanto a las formas propuestas por el denominado Socialismo del Siglo XXI. Esto no es un dato menor porque puede constituirse en un necesario revitalizante para la izquierda global que durante algunos años parecía perder el rumbo ante las nuevas formas de hacer política que las derechas proponen y el mismo crecimiento del neofascismo en varios lugares de Europa junto a sus intentonas de réplica en Latinoamérica. Lastimosamente un importante país en el continente y hermano para nosotros, termina el año en una situación inédita e inesperada, la cantidad de violencia estatal que se ha desatado en días pasados en el Perú y que no ha tenido el eco que debería a nivel regional y mundial es algo que no debiera quedar en la impunidad y que, cuando menos, debiera servir para encontrar fórmulas para que la política peruana vuelva a ser viable: lo necesita la región y lo necesitamos también en Bolivia.

Finalmente, de manera general, 2022 fue el año en el que nos fuimos desprendiendo del barbijo como parte de nuestra cotidianidad. Hasta parece una victoria el hecho de que se haya retirado la obligatoriedad de usarlo en la calle y un momento hito en el que volvieron los abrazos en las calles, aunque es, de alguna manera, inevitable volver a pensar que la amenaza de la pandemia (hoy un tema del que cada vez se habla menos) podría tener nuevos episodios debido al trágico escenario que despliega hoy la China. Si acaso, como advierten algunos expertos, éste podría tener sus réplicas en el resto del mundo, así como ocurrió con la llegada del virus.

A pesar de cómo quedó la economía, la vida en comunidad y el tejido social tras unos años trágicos, de alguna manera 2022 pareciera haber abierto nuevamente las posibilidades para seguir intentando construir una sociedad más cohesionada, próspera y justa, aunque todo esto ocurre en un escenario global complejo e incierto. Que 2023 afiance las posibilidades y despeje las incertidumbres. Toca arremangarse y empezar una vez más.

Verónica Rocha Fuentes es comunicadora.Twitter: @verokamchatka.