En 2022, debatimos el apocalipsis

Katherine Miller
¿Qué podemos decir del último año en Estados Unidos? Hay quien afirma que esto es el fin, o el principio del fin; que la infraestructura de nuestra democracia se está desmoronando; que los sismos de la economía auguran un colapso y que el riesgo nuclear en la guerra rusa contra Ucrania podría combustionar y provocar algo mucho mayor. En cambio, otros dicen que, a pesar de todas estas tensiones, en realidad estamos viendo cómo se sostiene el sistema, que la democracia prevalece y que el peligro se está disipando.
En 2022, podíamos ver cómo el discurso oscilaba entre el apocalipsis y la relativización, y entre el pánico y la cautela, en la política, en los medios, en Twitter e Instagram, en mensajes de texto, en persona, dentro y fuera de facciones ideológicas, sobre la guerra en Europa, el estado de la democracia estadounidense, el iliberalismo y el posible repliegue del globalismo, la violencia, el COVID-19, la inteligencia artificial, la inflación y los precios de la energía y el criptocontagio. Hay versiones profundas de este debate, y luego hay versiones reduccionistas que se entrevén en los comentarios de Instagram, o en una columna de opinión, que interpretan todo mal. Este debate incluso lo puede mantener una persona consigo misma.
Lo más probable es que ya estés al tanto de las posibilidades apocalípticas respecto a la democracia estadounidense. Después estuvo el mundo más allá del discurso, donde nadie pudo controlar gran cosa más allá de un solo hombre. Desde la anexión de Crimea en 2014 y la tibieza con que respondió Occidente a ella, la gente llevaba meses, y años, advirtiendo de que Vladimir Putin ordenaría la invasión total de Ucrania. Y entonces ocurrió. De debatir si la inflación pospandémica podría ser transitoria se pasó a plantear si podría parecerse a la de la década de 1970. ¿Se trata de un intenso periodo de acontecimientos inusuales, o de un momento de calma antes de que todas las piezas interconectadas colapsen?
Oír hablar de que el mundo se acaba, o que te digan que deberías calmarte, puede ser exasperante si no tienes el ánimo para ello: la persona que parece demasiado alarmista, cuyo pánico te crispa los nervios o se filtra en tu psique y se adhiere a todas tus preocupaciones menores; o ese tipo de argumentos que dicen que la democracia está perdida: derribarán sin excepción cualquier cosa que digas que pueda hacer más compleja la imagen. O la persona que es demasiado displicente, incapaz de reconocer una preocupación genuina de la gente, que en última instancia no te reconoce a ti; que no ve, o se niega a ver, que la crisis está aquí ya.
Preocuparse sobre el fin de todo, desdeñar eso, debatirlo, apostar por lo que vendrá después: esta podría ser una manera de ejercer control sobre lo incontrolable, de afirmar nuestra propia voluntad de acción o marcar distancias entre nosotros y lo inesperado. Las cosas simplemente suceden ahora, más allá de las creencias, la racionalidad y, a veces, las palabras. Y tiene algo de esperanzador —en cuanto validación de que estamos vivos y podemos influir en los acontecimientos— que intentemos darle sentido a todo ello.
Katherine Miller es columnista de The New York Times.