No saben perder
Los grupos conservadores siempre han actuado con prepotencia como lo hicieron recientemente en Brasil, en el asalto a las instituciones más representativas de la democracia. Primero la sede del Congreso en Brasilia, luego al Palacio Presidencial de Planalto y finalmente la sede del Tribunal Supremo, en ninguno de estos lugares se ahorraron las expresiones más procaces de burla, de insulto ni de destrucción. Son los mismos grupos que permanecen frente al cuartel general del ejército brasileño pidiendo un golpe, arguyendo que las elecciones en las que perdió su líder, Jair Bolsonaro, fueron fraudulentas.
Los conservadores no saben perder, creen que el poder les viene por determinación divina. Son grupos elitistas, privilegiados desde siempre que actúan y hablan a nombre de todos, se arrogan la representación y dizque la defensa de los que ellos consideran sus subordinados o vasallos, a sabiendas de que solo lo hacen a nombre de sus intereses, en la mayoría de las veces personales o familiares. Su actuación suele ser arrogante y precedida de una falsa “buena educación” que no mide los insultos y atropellos a todos los que no son de su grupo, logia, clan o club. Esto dura hasta que se desesperan y pierden la compostura, se les va el glamour como agua de caño, se desfiguran y a manotazos, a fuerza de palo, quieren destruir todo lo que perdieron porque o es de ellos, o de ninguno.
Con estos grupos conservadores es inútil dialogar en términos ideológicos porque en el imperio del pensamiento único solo existe la creencia del propietario de la consigna, no hay un discurso político sólidamente sostenible, lo que hay es una confrontación de intereses de clase, de etnia, una demostración de superioridad que raya continuamente en el racismo. Esta misma actuación se vio en la toma del Capitolio, cuando los seguidores de Trump en Estados Unidos irrumpieron al mejor estilo incivilizado, tercermundista o retrógrado, tan mal visto entre los estadounidenses conservadores.
Estos grupos radicales en toda América Latina, en su perorata recurren al temor que siembra la palabra comunismo o socialismo, usan estos términos como sinónimo de desgracia. Con frecuencia aterrorizan con la cantaleta del peligro de convertirse en otra Cuba, o Venezuela si se toman medidas que disminuyan las brechas sociales o siquiera sirvan para reducir un poco la situación de pobreza en la que viven grandes sectores de la población latinoamericana.
Para espantar el miedo que los grupos conservadores siembran con la divulgación de muerte y zozobra, es bueno recordar que las sociedades más desarrolladas se forjaron disminuyendo sus índices de pobreza, elevando sus niveles de educación y posibilitando un mejor reparto de su riqueza.
Lucía Sauma es periodista.