¿Mismos puestos?
Existe una frase que se suele utilizar cuando un grupo de personas repite actividades con alguna frecuencia y que permite que la logística fluya con mayor rapidez. Consiste en repetir continuamente una determinada distribución de espacios, acudiendo a la máxima de “mismos puestos” e inmediatamente la gente sabe dónde debe ubicarse y para qué. Recordé esta informal dinámica apenas iniciaba el conflicto por el Censo en 2022; entonces ya se advertía que el Censo, más que temática de conflicto se constituía en una bandera. Y que, durante esta gestión de gobierno (y quién sabe, las venideras) las banderas iban a ser diversas y cambiantes, pues lo que en realidad se encontraba en el centro era un irresuelto y reconfigurado mapa de poderes e intereses políticos. Que, huelga decirlo, requieren —continuamente y en partes iguales— banderas para avanzar y continuar librando sus batallas.
Como resultado propio del paso del tiempo y las circunstancias que son cambiantes, durante este periodo de gobiernos continuos del MAS varios y varias bolivianas han ido reconfigurando su discurso y accionar político y, con ello, el espacio y rol que ocupan en los asuntos públicos de nuestro país. Además, varios estudios han demostrado que un factor importante en que la balanza de apoyo electoral se haya inclinado el último tiempo a favor del MAS fue contar con la preferencia de las clases medias, en buena parte caracterizadas por la desideologización. Luego, con las posibilidades que otorgan las redes sociodigitales: de autorrepresentación discursiva por un lado y de anonimato para la generación de climas ficticios por el otro, se sabe con certeza que han sido años de mucho movimiento en el escenario político de nuestra sociedad.
Si a esto le sumamos un acumulado de toda la acción política desplegada desde el Estado en todos sus niveles, así como la sociedad desde sus corporaciones (aquellas manifiestamente políticas y aquellas que la hacen, pero no lo admiten), nos queda claro que —como punto de inflexión— lo que ocurrió en el conflicto sociopolítico de 2019 fue un clímax que implicó para nuestra sociedad la consolidación de un mapa de fuerzas reconfigurado especialmente desde 2016. Durante los años siguientes al conflicto, desde varias lecturas y diversa institucionalidad se ha apostado por entender cómo es que ha quedado el entretejido social buscando las formas de revitalizar ambas para así mejorar nuestra resquebrajada convivencia democrática. Se ha tratado pues de ordenar aquel caos discursivo y actitudinal al que buena parte de la ciudadanía se sintió atraída y nos llevó a donde llegamos.
Pero es claro que en la época que corre, los periodos de aguas mansas no son suficiente tiempo para encarar sosegadamente y con madurez política la vertiginosa carrera por el desempate, venga en clave de justicia, de reparación o, finalmente, de revancha. La situación política ha demandado de nosotros y nosotras durante estos años encarar enormes desafíos de lectura y de análisis de nuestra propia realidad, sea para no repetir errores o sea para sumar a la búsqueda de soluciones a la conflictividad (o polarización) latente. Los hechos políticos que ante nuestros ojos hoy ocurren, ya no demandan solo nuestra agudeza de lectura y análisis, demandan también nuestra proactividad discursiva y actitudinal. No seremos capaces de superar realidades pasadas con los mismos encuadres y relatos. Hasta las repeticiones tienen tiempo de caducidad. ¿Mismos puestos que en 2019? Al menos debiéramos darnos la oportunidad de pensar que, sobre todo los nuevos escenarios, nos obligan a repensarlos.
Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka.