Sin brújula estratégica
Pese a la gran movilización social que se produjo principalmente en Santa Cruz, los opositores siguen sin poder lograr una victoria contundente frente al oficialismo. Sigue faltando algo. Al final, los tiempos del conflicto los definen los azules y en el horizonte se perfilan más dudas que certezas acerca del sentido estratégico que podría articular a las variopintas oposiciones en el futuro.
El sentimiento de las bases opositoras es de frustración, por las expectativas no cumplidas, los recursos invertidos, el gasto emotivo asumido y un largo etcétera de costos de una movilización que prometía sacarlos del desierto. Por supuesto, el discurso hiperbólico exagerado de sus dirigencias tiene que ver bastante con ese mal sabor, pero hay cuestiones de fondo que merecen, de igual modo, ser encaradas.
Principalmente se sigue notando la ausencia de un norte estratégico, una narrativa coherente y un conjunto de acciones creíbles que ordenen a un mundo opositor heterogéneo e incluso contradictorio en sus intereses y pasiones. El antimasismo es un aglutinador necesario de esa diversidad, pero insuficiente para jaquear al adversario, sobre todo ahora en que varios segmentos de la sociedad le están dando la espalda a la vieja polarización.
La historia reciente nos ha mostrado los límites de la exacerbación del conflicto regionalista y la incapacidad de las centroderechas para hablar y referirse constructivamente a las cuestiones socioeconómicas y acerca de las identidades étnico-culturales. Temas cruciales en las sucesivas reconfiguraciones de la política y del Estado boliviano.
Convengamos que la combinación de un liberalismo económico, terriblemente teórico, y un republicanismo formal condimentado de prejuicios sociales y racismo no parecen ser muy seductores en una sociedad con amplios sectores populares, informales, con identidades muy influenciadas por sus orígenes indígenas y por los grandes mitos nacionalistas. Situación que no se resuelve, además, por la tendencia de los intelectuales y políticos de ese campo a no rediscutir esas ideas sino, al contrario, a molestarse con esas incómodas realidades.
De hecho, el único momento en que las oposiciones lograron poner contra la pared y derrotar al masismo fue cuando se apropiaron por algunos años de la bandera democrática, potente narrativa capaz de articular desde trotskistas decepcionados hasta la más rancia extrema derecha en función de un proyecto nacional positivo. Incluso el poderoso movimiento regionalista cruceño terminó articulándose en ese pilar común, haciéndose casi invisible.
El desenlace de ese jaque mate estratégico lo conocemos, aunque se debe precisar que en la jugada final confluyeron otros factores decisivos propios de un momento extraordinario, que difícilmente se repetirá, y los graves errores de gestión política del último gobierno de Morales.
Hoy, la tendencia es casi mecánicamente a leer la coyuntura con esos ojos, creyendo que la recreación del clivaje democracia-autoritarismo será nuevamente el elemento clave para la derrota del masismo, esta vez asociado a un potente proyecto soberanista federalista, enarbolado por Santa Cruz, que remplazaría al supuestamente agotado Estado Plurinacional, con el gobernador Camacho como el Moisés que guiará al pueblo opositor en su salida del desierto.
Sin embargo, me parece que la ecuación tiene, al menos, tres problemas. En primer lugar, la dificultad para ensamblar la idea de defensa de la democracia, que apela a toda la nación, con un soberanismo que naturalmente tiende a enfatizar las particularidades e intereses regionales y más concretamente de los del departamento que intenta hegemonizar el nuevo momento. En los tres meses de conflicto en Santa Cruz, fue bastante evidente que la “nacionalización” del ideal soberanista no funcionó, al punto que ahora se está volviendo a enfatizar la cuestión “democrática”.
Por si eso no fuera suficiente, la propia contradicción en torno a la “defensa de la democracia” parecería ser secundaria en estos días, por razones básicamente de contexto. En un mundo pospandémico en el que se perdieron las certezas socioeconómicas, las prioridades de la sociedad son fundamentalmente prácticas y materiales, la gente quiere seguridad, ante todo. Y si a eso se agrega la creciente desconfianza en todas las dirigencias políticas y el cansancio frente a los grandes relatos polarizadores abstractos, el círculo se termina por cerrar. Quizás es tiempo de hacer un verdadero reset en el software opositor.
Armando Ortuño Yáñez es investigador social.