Voces

Monday 15 Apr 2024 | Actualizado a 00:00 AM

42 veces 15 de enero

/ 15 de enero de 2023 / 03:20

Este año el 15 de enero se vistió de domingo y permite a esta A escribir casi en presente. El 15 de enero de 1981 cayó en jueves. Jueves de dictadura garciamecista en el que se había citado a una reunión clandestina en el barrio paceño de Sopocachi. Calle Harrington número 730. Una mala elección. No había, en esa casa, ninguna posibilidad de escapar si llegaban los uniformados, armados y rabiosos guardianes del régimen; pero era el lugar disponible en un momento en el que el miedo impidió a muchos ofrecer sus viviendas. La reunión aquella fue marcada para las tres de la tarde. Eran las cinco y el cielo se había apagado sin disimulo antes de soltar un manto de lluvia que presagiaba la muerte. Los nueve miristas (Gloria Ardaya sobrevivió) se habían dado cita para analizar las últimas medidas económicas: el precio del pan había escalado en 30 por ciento, un gasolinazo hacía de las suyas en los bolsillos de las grandes mayorías. Un tiempo de sacrificadas movilizaciones en las que los ciudadanos lo apostaban todo, al igual que esta dirección nacional clandestina que arriesgó al máximo por sus principios políticos y por su compromiso con el país.

Ruth Llanos, la esposa de Ricardo Navarro, esperó con angustia el final del encuentro que a su vez era la antesala a la salida del país. Navarro ya era un líder identificado, perseguido y encarcelado por la dictadura boliviana. La espera sacaba punta en el silencio. La angustia se volvía miedo con las horas. Tengan en cuenta que en ese 1981 no asomaba la nariz el mundo digital que parece registrarlo todo y comunicarlo todo. No existían siquiera los teléfonos celulares y las líneas fijas solían estar intervenidas por la inteligencia militar. Ruth habló con Betina, esposa de Luis Suárez. Tampoco había vuelto a casa. Ramiro tampoco había retornado. Ellas no durmieron la noche del 15. Nadie durmió aquella eterna noche. La esperanza amorosa de Ruth fue la alfombra durante horas para ir al encuentro de su pareja acompañada por su única hija, Angélica, de siete años, el cachorrito que su papá le había regalado a la niña y un pie de limón que no le podía faltar a Ruth ya que era el favorito de Ricardo. “Y yo me quedé esperando con mi hija y con el pie de limón en la casa a la que ya nunca llegó”, nos dijo esta semana en el Piedra, papel y tinta de LA RAZÓN. Me armé de valor para seguir con la entrevista.

Continúa Ruth con un relato que le vuelve con todos sus detalles. El 16 de enero, el periódico El Diario, en su primera plana, hablaba de un “enfrentamiento” que había dejado muertos. No menciona, sin embargo, que para la prensa dominante de esos años, los miristas fueron llamados terroristas. Entre tanta desinformación, con tantas calles desiertas, frente a tantas ventanas protegidas con colchones para evitar el impacto de las balas disparadas sin ton ni son por la muchachada militar, Betina, Ruth, Olivia, Gladys, se cruzan en la búsqueda desesperada coincidiendo todas en el profundo deseo de encontrarlos vivos. Peregrinaron con las fotos de los clandestinos. Que la iglesia de San Miguel, que la morgue, que había que firmar documentos forenses que decían que todos habían fallecido por el impacto de una sola bala. Solo ellas pueden hoy describir el verdadero estado de esos cuerpos clandestinos cruelmente torturados entre los muros del ministerio de Luis Arce Gómez.

“Hay que tomar partido por defender la vida”, dijo en algún momento Ruth Llanos. Las muertes o desapariciones tienen detrás órdenes, autores, subrayó. Dijo también, en este joven 2023, que si no recordamos, corremos el peligro de repetir. Lo hicimos con las masacres de mineros, con las masacres de campesinos, con las masacres de 2003, con las masacres en Senkata, en Sacaba… Nos deja claro Ruth que sin memoria, sin tolerancia, sin ver en los otros un igual, no haremos más que dejar la puerta entreabierta al que grita y no escucha, al que solo le importa su verdad, al racista, al violento, al que amenaza, al que usa las redes para exprimir su odio, al que se burla de los pobres, al que no le importa los que no tienen, al que no tiene un corazón adentro y lo reemplaza con balas o palos. Por eso la masacre del 15 de enero de 1981 es una linterna para alumbrar la penumbra de las violencias, aunque encender esta linterna haya costado 42 años de soledad. 100 años de soledad.

Luis, Arcil, José, Ramiro, Artemio, Ricardo, Jorge y Gonzalo:  

No quiero sin tu mano caminar por la vida sin razón

Quiero tener un mundo de color entre los cielos y el mar

Quiero sembrar en tu corazón una esperanza de amor

No quiero ver más llanto ni dolor, quiero que tengas calor

Quiero ser libre contigo

Quiero a tu lado vivir

Quiero ser libre contigo

Quiero volver a creer

(Jaime Junaro)

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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183 pedazos

/ 7 de abril de 2024 / 04:18

Esta semana hubo un encuentro para comentar los resultados de la última encuesta de “Unámonos”. Se trata de una iniciativa desprendida de la preocupación por el impacto de los conflictos y la violencia política en los bolivianos. La idea de partida es que nuestras polarizaciones crónicas están lastimando el tejido social. Es un proyecto financiado por Alemania a través de sus fundaciones Friedrich Ebert y Konrad Adenauer.

El documento en cuestión pone sobre la mesa de debate la salud de la democracia y la salud mental de la sociedad boliviana asumiendo que la polarización política es un factor compartido en gran parte de las sociedades actuales. Un denominador común que se alimenta de desigualdad, desconfianza y desinformación. La pesadilla perfecta.

Ana Lucía Velasco escribe en su introducción a este documento que hay algo inflamado, adolorido (no se puede reponer lo roto, sí se puede aliviar lo que duele, cree esta A lastimada y adolorida). Propone mirar el impacto de la polarización en la salud mental de la sociedad. Interesante, novedoso en nuestro contexto y bastante debatido por quienes fuimos invitados a comentar la encuesta. Ésta habla de “correlaciones positivas y altamente confiables entre salud mental y niveles de polarización política, agravadas además por una importante brecha entre oriente y occidente”. Lo último apunta a que, en función del lugar boliviano donde nos encontremos, la “experiencia de país” varía significativamente. ¡Vaya hipótesis de lectura!

Una de las columnas vertebrales de este estudio reposa en la idea de que la polarización boliviana no está tan basada en diferencias ideológicas como en posturas netamente políticas. O sea, “la política por la política y no las diferencias de pensamiento”. Desafiante idea que pide, a coro, doble o triple verificación.

En los resultados concretos, vale la pena subrayar un par de cifras: a un 52% de la gente le cuesta hablar con un “otro”; un 41% cree que no puede expresar libremente su descontento con los partidos políticos; entre el 2022 y el 2023, la cifra de los polarizados bajó en un punto porcentual; entre el 2022 y el 2023, la cifra de los “altamente polarizados” bajó en cinco puntos porcentuales; a finales del 2022, el 70% de la población estaba polarizada y el 2023, esta cifra bajó a 64%. Y la cereza: un 22,25% ha cortado lazos con familiares, amigos o colegas por su postura política sobre la crisis del 2019.

Es lógico que la polarización baje el volumen, no se puede estar enojado tanto tiempo, pero no por ello debemos olvidar que, como ratifica este estudio, mientras más polarizados estemos, menos motivación sentimos para trabajar por un mejor país. La polarización libera pesimismo, desaliento; la polarización perfora la comunidad. Las energías negativas transitan todavía por las venas nuestras y hoy explican que un 64,5% (nada menos) de los bolivianos tenga miedo a que la confrontación nos lleve a lamentar muertos y heridos, lo que le pone el sello indiscutible de que la agresión verbal, las violencias, las confrontaciones, las heridas de bates, de palos, de piedras o de balas, las muertes, la discriminación, la intolerancia o simplemente el racismo, siguen nutriendo los ríos de sangre que nos separan. Son ríos que no nos dejan cruzar al frente, son ríos que nos pueden llevar por delante.

El informe termina puntualizando que los bolivianos no somos tan diferentes como pensamos, sucede que no nos conocemos. También insiste en que dependiendo del departamento donde uno radica, se experimentan diferentes temperaturas de polarización. Finalmente, ratifica que sí existe una relación entre estar polarizado y presentar síntomas más o menos preocupantes en nuestra salud mental. Y sí, cómo no tomar en serio las palabras del periodista español Antonio Martínez Ron cuando describe: “La polarización política afecta a tus niveles de atención, a tu memoria y atiza tus emociones generando una espiral que nubla la razón. También puede provocar consecuencias físicas: ansiedad, trastornos del sueño y hasta taquicardias”.

La foto de una mujer sosteniendo el cuerpo ensangrentado de su pequeño en medio de las bombas y la destrucción también impacta en nuestro cerebro, también hace tambalear los pilares de nuestras creencias, también dinamita nuestras ilusiones, también abre las puertas de la desesperanza y nos rompe en 183 pedazos el corazón. Son los 183 días de la pesadilla en Gaza.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista. 

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La A de Anaís

/ 24 de marzo de 2024 / 01:33

No hay columna honesta si esta A no comienza admitiendo que en casa no hubo gran expectativa por el día del Censo. Ni siquiera fue un tema a comentarse en la cena, nuestro congreso en la cocina cada final de jornada. Solo se tenía en mente y en agenda que no se salía en todo el día. El único cabo suelto: ¿podremos sacar a Frida y Diego a que hagan pis?

Así, en medio del tra la la del trabajo, del colegio, de las tareas, de los trámites pendientes, de los quehaceres que siempre están haciendo fila en la mente, llegamos al sábado 23 de marzo. Dormiremos como reyes. Nada, señoritos, hay lecciones por preparar, textos por escribir, páginas por revisar, llamadas por hacer… Por suerte nos pusimos en ruta antes de las ocho porque nuestra censista llegó sobre las nueve de la mañana. Mi vecino en el edificio nos informa que el equipo del Censo llegó y que comenzará por el último piso. Fue solo en ese momento que nos entró en la mente la verdadera dimensión del Censo. Es verdad, esto es serio, están aquí.

Comenzamos todos a correr de aquí para allá. Llegaba la visita. Y así, el Estado tocó a nuestra puerta. El Estado era una joven boliviana, alta, delgada, universitaria de 22 años (eso me chismeó mi vecina), cabello negro bien sujetado en una cola, lindos ojos obscuros, poco maquillaje. Muy amable, diría dulce, se identificó e inmediatamente la invitamos a nuestra sala. Nosotros mirábamos su chaqueta negra, su jean y sus zapatillas blancas mientras Anaís ponía en orden sus documentos, con lápiz en mano, comenzó el cuestionario.

Cuando hubo que determinar quién es jefe de hogar, ella fue testigo de miradas cruzándose sin semáforo. Comenzamos. Gracias a la seriedad y amabilidad de la joven terminamos antes de lo que imaginamos. Se disculpó de no aceptar ni el jugo ni el café que le ofrecimos. Cuenta mi vecina que ya en el piso dos dio luz verde a una gelatina de color con plátano.

Llenado el cuestionario, cerramos la puerta después de dar las gracias y despedirnos. Y entonces el Censo tuvo una primera evaluación en mi pequeña comunidad. Qué afable, qué seria, qué bien hizo su trabajo Anaís. Comenzamos a imaginar entonces todo lo que se puede hacer con esa enorme estadística pronto a disposición. Cuántos somos, cómo vivimos y cómo nos reorganizamos en políticas públicas y en asignación de recursos. Sólo en ese momento se hizo de carne y hueso el operativo más grande de nuestra historia. Sólo en ese momento pensamos, de verdad que, como Bolivia, nos estamos mirando al espejo.

Un día de encierro entre nuestras paredes precedido de un día en el que se despliega una de nuestras innegables características como sociedad: correr a los mercados, armar filas kilométricas en los supermercados, hacer la lista mental de lo que nos puede faltar durante 24 horas sin salir, sobre todo sin comprar. ¿Y heladitos para el postre? A correr a la tienda, que todavía está abierta.

Esa mañana se fue Anaís con su mochila rosada y plomo, con su cabello negro bien recogido y su buena educación. Y pasaron las horas restantes entre nosotros, los habitantes del mejor lugar del mundo. Solo entre nosotros. Como en otros momentos de la historia última de nuestro país. La gran y esperanzadora diferencia es que este sábado nos quedamos en casa no porque una inconmovible pandemia nos puso contra la pared, llevándose a los nuestros, o encerrándolos y atemorizándolos hasta debilitarlos en su más íntima esencia como hizo ella con mi papá. Nos quedamos en casa no porque el país se está partiendo entre quienes creen que hubo fraude en las elecciones y quienes denuncian un golpe, todos alrededor de la gran fogata del odio y la desconfianza, todos testigos de las muertes de nuestros compatriotas. Nos quedamos adentro no porque temíamos que ese enemigo que construimos se entre a nuestra casa o a nuestro edificio para agredirnos, para violentarnos, para incendiarlo todo. Nos quedamos en casa para esperar a Anaís y ofrecerle un jugo o un café. Nos quedamos en casa para encontrarnos con ese otro que también posee en sus manos este país. Nos quedamos en casa para comunicarnos de alguna manera con quienes viven arriba, abajo, al lado, al frente y descubrirnos parte de una comunidad. Nos quedamos en casa para volver al núcleo de los más cercanos en absoluta tranquilidad y sentirnos acompañados, abrigados, en paz. Responder a las preguntas de Anaís, fue, para los míos, tomar conciencia de la infinita fortuna de vivir juntos, de estar sanos, en la tranquilidad de contar con un techo, en la alegría de contar con un trabajo, en el milagro de compartir pan en la mesa. El mundo se detuvo para reencontrarnos.

 Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista. 

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La toma de la Bastilla

/ 10 de marzo de 2024 / 00:35

Este 8 de marzo las mujeres tomaron nuevamente la Bastilla. La libertad garantizada de abortar será inscrita en la Constitución después de que el Congreso extraordinario de las dos Cámaras tomara una decisión histórica: 780 legisladores reformaron el texto constitucional en el Palacio de Versailles, a la izquierda, bien a la izquierda de París. Así, en medio de aplausos y silenciosas lágrimas de mujeres, Francia se convierte en el primer país del mundo en gritar este derecho hoy constitucional. Es el resultado de décadas de batallas feministas que recuerdan el carácter revolucionario francés.

Ancianas y jóvenes que salieron a las calles a festejar esta nueva revolución repitieron frente a los micrófonos de los medios que se pateó la puerta de la Constitución después de alarmas que sonaron en otros puntos del planeta como en Estados Unidos, donde la decisión de la Corte Suprema en 2022 de dejar de reconocer el aborto como un derecho a nivel federal abrió nuevamente la noche para mujeres que arriesgan su vida en la práctica de abortos clandestinos. No es el único retroceso de estos últimos tiempos. Miren, chicas, al despeinado libertario Javier Milei. Mírenlo, mírenlo. Y escúchenlo también: se declaró, por enésima vez, opuesto al aborto en Argentina, justo dos días antes del Día Internacional de la Mujer. El ultraliberal lo dijo alto y claro delante de estudiantes del colegio Cardenal Copello: “el aborto es un asesinato agravado por el vínculo”. Calificó de asesinos de pañuelos verdes a quienes apoyaron la interrupción del embarazo en Argentina hasta la semana 14 de gestación hace apenas unos meses. Y no es todo. El despeinado también ha prohibido el lenguaje inclusivo y otras políticas referentes a la perspectiva de género en todo el aparato público nacional. Le dijo “¡fueraaaaa…!” a la letra e; le dijo “’¡fueraaaaa…!” a palabras como “todes”. Nada de arroba, nada de x, nada de “soldada” ni de “presidenta”, nada de Ministerio de las Mujeres, nada de continuar con la despenalización del aborto en la tierra de Borges, nada de nada… ¡Viva la libertad de prohibir, carajo! Como si las urgencias económicas a las que tiene que hacer frente Argentina pasaran por una letra.

Estas políticas que apuntan a la igualdad entre hombres y mujeres o entre mestizos e indígenas o entre nacionales e inmigrantes no dejan dormir a los inquilinos del poder en Estados Unidos, en Argentina o en cualquier país donde la gente los haya votado. Son poderes puestos por una votación popular, ciertamente. Y eso es democracia. Pero también implica un triste retroceso en acciones igualitarias y democráticas.

Creer en la lucha contra la discriminación de indígenas o afros debería ir de la mano de las reivindicaciones de las mujeres. Creer en la dignidad del ser humano no puede divorciarse de la bronca cuando se recuerda que más de cuatro millones de niñas corren el riesgo de ser sometidas a mutilación genital; que hay lugares donde ellas no pueden tener bienes y otros donde se permite que el hombre viole a su esposa; o que habrá igualdad jurídica total para las mujeres dentro de 300 años.

Mientras la Presidenta de la Aduana Nacional cuente que cuando asiste a una reunión con un asesor, su interlocutor la puentea con la mirada para solo dirigirse al varón que está a su lado; mientras la Embajadora de Francia cuente que muchos asumen que el Embajador es su adjunto solo por el hecho de ser hombre o cuando el administrador de mi edificio maltrate a mi vecina por ser una mujer de la tercera edad, no dormiré tranquila. Ni callaré. Ni me cruzaré de brazos. Tomaré la Bastilla con quien quiera acompañarme.

 Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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Si volvieran los dragones

/ 25 de febrero de 2024 / 00:36

Alista sus maletas el llovido febrero y, así, entre la celebración del Año Nuevo, la esperanza de las Alasitas y la euforia carnavalera, se fueron dos de los doce meses de un 2024 que se anunció cargado de desafíos, un 2024 que para los chinos es el año del Dragón, un animal que representa la fuerza, la valentía, la sabiduría y, afortunadamente, también el éxito. Es justo todo lo que nos hace falta. Como cantaron Joaquín Sabina y Fito Paez, si volvieran los dragones…

Si la angustia no tuviera tantos meses

Si pudiera huir de esta ciudad

Si el milagro de los panes y los peces

Consiguiera darnos de cenar

Se dice que este Dragón de Madera traerá evolución, mejora y abundancia. Pensarán ustedes que esta A enloqueció y con razón. ¿De qué evolución o mejora podemos hablar si en estos mismos minutos los habitantes inocentes de Gaza han sido arrinconados, bombardeados, expulsados por la violencia y la muerte de sus cercanos? Ni Naciones Unidas logra un cese al fuego; volvió a ejercer su veto Estados Unidos. Ni el reclamo del presidente brasileño Lula ni el apoyo del colombiano Petro o el boliviano Arce pueden detener el miedo, el hambre, el infierno en este lugar lejano. ¿Qué evolución y mejora promete la destrucción que la guerra entre Rusia y Ucrania va profundizando cuando el tiempo pasa y solo pisa? ¿En qué abundancia podemos creer en tiempos de cada vez mayor concentración de la riqueza y cada vez mayores niveles de pobreza? ¿Cómo se ordeña la sabiduría de este Dragón para que nos dé la fórmula del control de la inflación, la vacuna contra la pobreza, la pócima que nos libre de los sacudones de este eclipse geopolítico? ¿Bajo qué techo nos refugiamos mientras se reacomodan las piezas de este nuevo orden multipolar que tanto se anuncia en los medios? Se dice que el Dragón tiene energía. ¿Le alcanzará para alargar sus extremidades hasta América Latina y con sus garras levantar los gusanos de la extrema derecha, los gusanos de la discriminación y el odio? ¿Podrá nuestra tierra americana, latina y materna volver a ser un nido tibio, un lugar seguro en el mundo? ¿Le importará al Dragón chino nuestra tierra y los seres que la habitan? Uno nunca sabe; de pronto sí es posible que las alas del animal se fusionen con las alas de las Alasitas. Alas de Dragón de Madera, Alasitas, alarila, que su generosidad multiplicada nos traiga abundancia. O que por lo menos nos traiga paz.

Abramos la imaginación de este Estado Plurinacional: de repente los brazos abiertos del Ekeko, cargando sobre su espalda el alado reptil corpulento, pueden calmar la furia de las lluvias de estos meses iniciales. Esta A quiere creer que ya no tendremos que llorar más a personas enterradas por sordos derrumbes, que los animales no serán más el alimento de los desbordes de ríos indomables, que no perderemos más casas, que el agua no se llevará nuestras cosas, que no se perderán nuestros cultivos, que no nos arrebatarán más el pan nuestro de cada día. Y ya que estamos, por qué no deseamos que este Dragón de Madera que puede respirar agua, que puede polimorfizarse, lance conjuros para detectar mentiras en este penoso momento político que nos está dejando sobre la gran alfombra de la incertidumbre. Ni el MAS evista, ni el MAS arcista, ni las alas dispersas de Comunidad Ciudadana, ni los pedazos que volaron por los aires de Creemos ni los viejos candidatos que siguen comprando boletos para las elecciones, ni los nuevos aventureros de las redes parecen haber encontrado una propuesta seductora, convincente, frontal, clara, con futuro largo para una Bolivia duramente golpeada el 2019, diezmada por la pandemia, agotada por los grandes desacuerdos, confundida por las grietas de las debilitadas fuerzas políticas, temerosa por las rajaduras en los muros de nuestra economía, jaloneada por los discursos polarizantes. Dicen que los dragones traen suerte y bendicen. ¡Qué marche una orden de suerte y bendiciones con papas!

¿Qué más? Que el Dragón de Madera que llegó el 10 de febrero nos vista de energía y se una a los dragones de Sabina y Paez.

Si volvieran los dragones a poblar las avenidas De un planeta que se suicida

Mientras tanto, queda cultivar nuestro jardín, como aconsejó Cándido, el personaje sufrido de Voltaire. Cultivemos nuestro jardín, arreglemos nuestra casita, abriguemos a los nuestros, alegrémonos con nuestros animales, riamos sin restricciones. Agradezcamos todo lo bueno que tenemos, que no es poco. Pidamos, como en la larga noche de la pandemia, estar juntos, sanos, en paz. Escoltemos nuestras horas de sueño, multipliquemos las sonrisas, incluidos los lunes. Tejamos mantas de ternura mientras pasa la tormenta allí afuera.

Llueve y hace frío en este febrero 2024, el más huérfano de mis febreros.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista. 

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La muñeca y el General

/ 11 de febrero de 2024 / 00:25

Difícil saber cómo llegamos a esa conversación. Lo cierto es que mi mamá recordó con ternura, con nostalgia, con un poco de pena, que cobraban diez centavos. ¿Qué cobraban diez centavos?

Era una de esas casas del centro paceño, en la calle Sucre, que podía cobijar a varias familias. Los patios y la ausencia de televisión e internet reunían a los chicos que, para ejercer su niñez, hacían un círculo alrededor de una choca que pasaba de mano en mano clavando su ruido en la mente de todos ellos. Sin embargo, no era tan fácil llegar a uno de esos patios comunes donde reinaban el juego y la chacota porque había primero que burlar la mirada vigilante de doña María que, detrás de su máquina de coser, tenía la misión de, además de terminar camisas para la marca Manhattan, controlar que esos pequeños del vecindario no se disparen sin ton ni son, como le encargaban las madres que tenían que salir. No quedaba otra que arrastrarse debajo de la cámara de sus ojos para llegar al piso de abajo, donde había una carpintería que al final de la tarde, terminada la jornada de trabajo de los obreros, quedaba vacía. Y así se convertía en el gran escenario donde se presentaba el teatro de títeres. Mi madre, a sus siete u ocho años, era ya la asistente. Llevaba las sábanas para dar forma a la carpa que dejaba una ventana hacia el público; la ventana donde se desplegaba el espectáculo. La muy joven asistente seguramente ayudaba a armar el teatro y recuerda con claridad que pasaba los muñecos a su hermano mayor, Pepe, y a su amigo Pepe también, quienes estaban a cargo de manipular los títeres e interpretar las múltiples voces de los personajes de las historias. ¿Qué historias? Los cuentos que leíamos, las historias que circulaban un poco en todo lado. Cuentos de hadas, leyendas y, con seguridad, improvisaciones de los pequeños artistas. «Había un pastor que buscaba a su llamita: ¿Dónde está mi llamitaaaa…?» recuerda la asistente imitando las voces; con esta escena llegan también al presente las risas explosivas del público. ¿Qué público? ¿Quiénes eran? “Los chicos que vivían allí, los chicos que entraban de la calle, los niños de todas partes…” A todos ellos se les cobraba los diez centavos para asistir al teatro de títeres. La asistente cobraba la entrada. ¿Y de dónde compraban los títeres? Los hacía su hermano mayor, Pepe y su tocayo amigo de la vida. Juntaban papel periódico, harina. ¿Había periódico en esa casa? Había, gracias al papá de Pepe Aguilar, que trabajada en la Alcaldía: de allí llegaban los ejemplares para convertirse en materia prima. Harina, había en cualquier casa. Con un poco de agua, Pepe moldeaba los personajes. Con los pedazos de tela que sobraban de los trabajos de costura de mi abuelita, como por arte de magia, aparecían los trajes de Drácula, de la Caperucita Roja, del lobo, de la bruja, de la llama, del pato, de la gallina que escapaba del lobo, del pastor que buscaba su llamita… Sábado y domingo eran días privilegiados para ocupar más tiempo la enorme carpintería de don Martín, el judío que fabricaba muebles. Así, esa vieja casa se convertía, en minutos, en el gran teatro donde se reía y se esculpía la niñez de mi madre, de sus hermanos y los amigos del barrio.

El talento, la voluntad y la rigurosidad de mi tío Pepe para montar una representación con títeres al poco tiempo se tradujo en interpretar Los pollitos dicen o composiciones españolas en una vieja guitarra con una sola cuerda. ¿Se puede? Después él se las arregló para conseguir las cuerdas faltantes y dedicar todos sus años a tocar la guitarra; después se las arregló para entrar a la Academia de Policías; se las arregló para obtener las mejores notas con su compañero Oroza y recibir una beca para completar su formación policial en Buenos Aires; después se las arregló para concluir su carrera como General verde olivo; se las arregló para ser uno de los comandantes de la institución; se las arregló para estudiar derecho paralelamente y ejercer más tarde como abogado; se las arregló para ser el alma de las reuniones de amigos de la infancia, amigos de la Policía, amigos de todos los planetas. Son esos mismos amigos que vimos llegar al velatorio de mi tío José Manuel Parada Grandi esta semana. Este General quedó hace un tiempo debiendo a mi papá una botella de whisky, una apuesta, claro. Se la pagará allá. Y volverán a reír allá los dos. Volverán a vivir allá los dos. Esta dulce alegría y el recuerdo de una muñeca de cabello negro y vestido a cuadros que mi tío me regaló en una plaza de Potosí son los que han dictado este íntimo sentimiento que no puedo dejar de compartir con ustedes en este domingo de carnaval triste.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista. 

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