42 veces 15 de enero

Este año el 15 de enero se vistió de domingo y permite a esta A escribir casi en presente. El 15 de enero de 1981 cayó en jueves. Jueves de dictadura garciamecista en el que se había citado a una reunión clandestina en el barrio paceño de Sopocachi. Calle Harrington número 730. Una mala elección. No había, en esa casa, ninguna posibilidad de escapar si llegaban los uniformados, armados y rabiosos guardianes del régimen; pero era el lugar disponible en un momento en el que el miedo impidió a muchos ofrecer sus viviendas. La reunión aquella fue marcada para las tres de la tarde. Eran las cinco y el cielo se había apagado sin disimulo antes de soltar un manto de lluvia que presagiaba la muerte. Los nueve miristas (Gloria Ardaya sobrevivió) se habían dado cita para analizar las últimas medidas económicas: el precio del pan había escalado en 30 por ciento, un gasolinazo hacía de las suyas en los bolsillos de las grandes mayorías. Un tiempo de sacrificadas movilizaciones en las que los ciudadanos lo apostaban todo, al igual que esta dirección nacional clandestina que arriesgó al máximo por sus principios políticos y por su compromiso con el país.
Ruth Llanos, la esposa de Ricardo Navarro, esperó con angustia el final del encuentro que a su vez era la antesala a la salida del país. Navarro ya era un líder identificado, perseguido y encarcelado por la dictadura boliviana. La espera sacaba punta en el silencio. La angustia se volvía miedo con las horas. Tengan en cuenta que en ese 1981 no asomaba la nariz el mundo digital que parece registrarlo todo y comunicarlo todo. No existían siquiera los teléfonos celulares y las líneas fijas solían estar intervenidas por la inteligencia militar. Ruth habló con Betina, esposa de Luis Suárez. Tampoco había vuelto a casa. Ramiro tampoco había retornado. Ellas no durmieron la noche del 15. Nadie durmió aquella eterna noche. La esperanza amorosa de Ruth fue la alfombra durante horas para ir al encuentro de su pareja acompañada por su única hija, Angélica, de siete años, el cachorrito que su papá le había regalado a la niña y un pie de limón que no le podía faltar a Ruth ya que era el favorito de Ricardo. “Y yo me quedé esperando con mi hija y con el pie de limón en la casa a la que ya nunca llegó”, nos dijo esta semana en el Piedra, papel y tinta de LA RAZÓN. Me armé de valor para seguir con la entrevista.
Continúa Ruth con un relato que le vuelve con todos sus detalles. El 16 de enero, el periódico El Diario, en su primera plana, hablaba de un “enfrentamiento” que había dejado muertos. No menciona, sin embargo, que para la prensa dominante de esos años, los miristas fueron llamados terroristas. Entre tanta desinformación, con tantas calles desiertas, frente a tantas ventanas protegidas con colchones para evitar el impacto de las balas disparadas sin ton ni son por la muchachada militar, Betina, Ruth, Olivia, Gladys, se cruzan en la búsqueda desesperada coincidiendo todas en el profundo deseo de encontrarlos vivos. Peregrinaron con las fotos de los clandestinos. Que la iglesia de San Miguel, que la morgue, que había que firmar documentos forenses que decían que todos habían fallecido por el impacto de una sola bala. Solo ellas pueden hoy describir el verdadero estado de esos cuerpos clandestinos cruelmente torturados entre los muros del ministerio de Luis Arce Gómez.
“Hay que tomar partido por defender la vida”, dijo en algún momento Ruth Llanos. Las muertes o desapariciones tienen detrás órdenes, autores, subrayó. Dijo también, en este joven 2023, que si no recordamos, corremos el peligro de repetir. Lo hicimos con las masacres de mineros, con las masacres de campesinos, con las masacres de 2003, con las masacres en Senkata, en Sacaba… Nos deja claro Ruth que sin memoria, sin tolerancia, sin ver en los otros un igual, no haremos más que dejar la puerta entreabierta al que grita y no escucha, al que solo le importa su verdad, al racista, al violento, al que amenaza, al que usa las redes para exprimir su odio, al que se burla de los pobres, al que no le importa los que no tienen, al que no tiene un corazón adentro y lo reemplaza con balas o palos. Por eso la masacre del 15 de enero de 1981 es una linterna para alumbrar la penumbra de las violencias, aunque encender esta linterna haya costado 42 años de soledad. 100 años de soledad.
Luis, Arcil, José, Ramiro, Artemio, Ricardo, Jorge y Gonzalo:
No quiero sin tu mano caminar por la vida sin razón
Quiero tener un mundo de color entre los cielos y el mar
Quiero sembrar en tu corazón una esperanza de amor
No quiero ver más llanto ni dolor, quiero que tengas calor
Quiero ser libre contigo
Quiero a tu lado vivir
Quiero ser libre contigo
Quiero volver a creer
(Jaime Junaro)
Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.