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Monday 15 Apr 2024 | Actualizado a 00:32 AM

¿Dónde estaba la Policía?

/ 17 de enero de 2023 / 01:12

El ataque de las turbas violentas contra las instituciones democráticas de Brasil en la capital, Brasilia, el domingo 8 de enero, fue una repentina e importante prueba de la resiliencia del país. Y, al menos al principio, la notoria ausencia de seguridad policial fue un factor crucial cuando los simpatizantes del expresidente Jair Bolsonaro se agolpaban en el Congreso Nacional, el Supremo Tribunal Federal y el Palacio presidencial.

Las razones de esa demora no están del todo claras, pero algunos altos funcionarios acusan ahora a las fuerzas de seguridad de la capital de demorar su movilización más por intención que por confusión.

A juzgar por los objetivos declarados por los propios agitadores, el ataque violento en Brasilia fue un fracaso. Los acontecimientos no condujeron a un golpe militar, algo a lo que habían estado llamando los asistentes en las 10 semanas previas.

Ciertamente, Luis Inácio Lula da Silva se mantiene seguro en la presidencia mientras que Bolsonaro sigue en Florida. Además, el ataque ha generado un amplio rechazo de la población y la condena de los legisladores. El lunes 9 de enero, los líderes de los tres poderes del Gobierno emitieron una excepcional declaración conjunta en la que condenaron la violencia.

Hay denuncias de que la inacción deliberada tuvo un papel en el disturbio. Alexandre de Moraes, un juez del Tribunal Federal de Brasil (y un personaje polarizador en sí mismo, que ha sido acusado de extralimitarse gravemente en sus funciones), dijo que los investigadores habían hallado pruebas de que los agentes de seguridad sabían que se fraguaba la violencia, pero no la detuvieron. Emitió una orden de arresto contra Anderson Torres, el hombre que estaba efectivamente a cargo de la seguridad de la capital, en respuesta a un pedido de la Policía federal.

“El riesgo es el de una lenta erosión de las normas y las instituciones”, dijo González. En el peor de los casos, la violencia política de abajo hacia arriba, combinada con inacción estratégica de los elementos de la Policía u otras fuerzas de seguridad, podría abonar “a un golpe de lenta formación, casi como un golpe cotidiano”.

Bolsonaro se acercó a los militares y la Policía como una cuestión de identidad política y de políticas. Lula no comparte esa afinidad política por las fuerzas de seguridad y ha dado señales de que quiere limitar el papel de los militares en la política. Muchos se preguntan hasta dónde llegará su reversión de las políticas de la era de Bolsonaro o si podría intentar ir más allá, como lo hizo en 2009, cuando propuso una comisión de la verdad para los casos de tortura y otros delitos en la era de la dictadura y una revisión de la ley que les proporcionó amnistía. (Lula se vio obligado a abandonar la propuesta luego de que varios oficiales militares de alto rango amenazaran con renunciar como protesta).

Christoph Harig, investigador de la Universidad Técnica Braunschweig en Alemania, señaló que los oficiales militares en Brasilia defendieron a los manifestantes golpistas, calificándolos de “manifestantes pacíficos”, y les permitieron acampar frente a cuarteles militares mientras fueron aumentando sus números en las últimas 10 semanas. Eso protegió al movimiento golpista, aunque el propio liderazgo militar se negó a apoyar o ejecutar un golpe de Estado.

Amy Erica Smith, politóloga de la Universidad de Iowa, dijo que considera que Lula podrá reunir suficiente apoyo del Ejército y la Policía para reprimir las protestas violentas según sea necesario. Pero si no lo hace y las protestas se extienden para incluir ataques a infraestructuras clave como refinerías petroleras y se convierten en una suerte de insurgencia de baja intensidad, entonces considera que eso resultaría políticamente desestabilizador y tal vez fatal para su presidencia.

Amanda Taub es columnista de The New York Times.

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El calentamiento global está generando algo más que calor

La rápida migración a las ciudades exigirá nuevas viviendas para los desplazados por desastres climáticos.

/ 23 de julio de 2023 / 06:45

OPINIÓN

El cambio climático está aquí, calentando el mundo de hoy, con consecuencias directas y devastadoras sobre las vidas humanas, el medioambiente y mucho más.

Sin embargo, también tendrá consecuencias de efecto dominó, al igual que otras catástrofes. La pandemia de coronavirus no solo dejó un saldo de millones de muertos, sino que afectó a cientos de millones de personas con medidas de aislamiento y transformaciones laborales y causó daños en la salud de las personas y en los sistemas sanitarios que aún no se conocen en su totalidad.

Los fuertes terremotos de este año en Turquía y Siria no solo mataron a más de 20.000 personas, desplazaron a miles más y sacaron a la luz problemas sistémicos de corrupción que siguen afectando a la población turca.

Así, pues, a medida que el cambio climático agrava las condiciones meteorológicas extremas, lo que pone en peligro la vida de las personas por el intenso calor y las catástrofes, también hay que tener en cuenta las formas en que podría remodelar la sociedad, al desplazar a las personas, así como cambiar las jerarquías y los comportamientos.

Las migraciones masivas relacionadas con el clima y las consecuencias políticas que producen pueden tener repercusiones profundas, además del aumento de las temperaturas. Pero cuando empecé a pensar en el tema, extrapolaba lo que sabía sobre otro tipo de migración forzada: las crisis de refugiados que se producen cuando la gente huye de la persecución o los conflictos. Y resulta que esa no era en absoluto la forma correcta de plantearse la situación.

Los refugiados, según el derecho internacional, son personas que se han visto obligadas a huir de sus propios países debido a la persecución. Esto significa que muchos de los debates sobre política de refugiados giran esencialmente en torno a las obligaciones de los países para con los extranjeros vulnerables.

No obstante, lo más probable es que el cambio climático desplace a las personas dentro de sus propios países y las lleve a buscar protección de sus propios gobiernos.

“Cuando hablamos de desplazamiento climático, en lugar de pensar en futuros refugiados climáticos que cruzan las fronteras, podríamos estar pensando ya en personas desplazadas por huracanes o en más personas desplazadas por incendios en Estados Unidos”, afirmó Stephanie Schwartz, politóloga de la Escuela de Economía de Londres que estudia las migraciones forzosas. “Es difícil hacer ese cambio psicológicamente, porque no se trata de odiar a los refugiados o a los emigrantes. Se trata de pensar: ‘Podríamos ser refugiados o inmigrantes’”.

En algunos casos extremos, como las islas del Pacífico amenazadas por la subida del nivel del mar, la migración interna podría no ser posible. Y los desastres climáticos también pueden exacerbar otras causas de la migración transfronteriza, como la violencia o la debilidad de los mercados laborales.

Pero las investigaciones sugieren que muchas de las migraciones relacionadas con el clima amplificarán tendencias ya existentes, como el desplazamiento de personas de las zonas rurales a las ciudades. La promesa de trabajo en las ciudades ya es un atractivo para muchas personas y puede ser aún mayor si las sequías u otros desastres hacen que sea más difícil ganarse la vida con la agricultura o más peligroso trabajar en condiciones de calor extremo.

Pensar en la migración climática principalmente como una cuestión interna cambia la forma de pensar sobre las consecuencias políticas, pero también sobre la política: las advertencias sobre los “refugiados climáticos” que llegan a los países ricos —o a los estados o condados— pueden ser útiles para activistas y políticos de todos los bandos del debate climático.

“En cuanto a los grupos de izquierda, sirve para llamar la atención sobre el problema del cambio climático y la urgencia de abordarlo”, escribió Hein de Haas, profesor de sociología de la Universidad de Ámsterdam, en un influyente blog de 2020. “En cuanto a los grupos de derecha, sirve para agitar el espectro de futuras migraciones masivas, y la necesidad de intensificar los controles fronterizos para evitar ese diluvio imaginario”.

Muchos grupos políticos han encontrado motivos para impulsar la cobertura mediática que advierte sobre una próxima crisis de migración climática internacional.

Pero el cambio climático afectará a todos; las emisiones de gases que atrapan calor, causadas sobre todo por el consumo humano de combustibles fósiles, están calentando toda la Tierra, no solo algunos países. La migración dentro de los países exigirá respuestas políticas mucho más amplias y variadas que el control de las fronteras y será principalmente una cuestión de responsabilidad de los gobiernos hacia sus propios ciudadanos.

Además, la cuestión quizá no sea tan sencilla como que la gente se traslade de zonas afectadas por el clima a otras más seguras.

“Es igual de probable que la gente emigre hacia lugares de vulnerabilidad medioambiental y desde esos lugares”, según un informe del gobierno británico de 2011. “Por ejemplo, en comparación con el año 2000, puede haber entre 114 y 192 millones de personas más viviendo en llanuras aluviales en zonas urbanas de África y Asia en 2060”.

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Y en algunos casos, las personas pueden migrar de una forma de riesgo a otra: por ejemplo, la gente puede abandonar las zonas agrícolas debido a las frecuentes sequías, pero luego verse expuesta al calor extremo en las ciudades a las que fueron en busca de trabajo.

En algunos países, la rápida migración a las ciudades exigirá nuevas viviendas para que los desplazados por desastres climáticos no acaben sumidos en otros nuevos, como olas de calor e inundaciones que afecten a las viviendas más vulnerables. Otros lugares podrían ver cómo las industrias turísticas —la más breve de las migraciones a corto plazo— se ven afectadas por el aumento de las temperaturas. Otros quizá presenten conflictos entre los recién llegados y los residentes más antiguos o tengan que adaptar los servicios sociales a las necesidades cambiantes de los nuevos residentes.

Los inminentes problemas de la migración climática podrían derivar en los debates políticos existentes sobre el movimiento de personas y dejar a la gente expuesta a mayores daños al centrarse en las divisiones políticas habituales en lugar de en las nuevas consecuencias a las que se enfrenta el mundo.

Amanda Taub Abogada de derechos humanos y columnista del New York Times.

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