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Menos población en China

Tribuna

La población china disminuyó el año pasado por primera vez desde las muertes masivas asociadas con la desastrosa campaña del Gran Salto Adelante de Mao Zedong en la década de 1960. O tal vez sería más preciso decir que China ha anunciado que su población disminuyó. Muchos observadores están escépticos frente a los datos chinos.

En todo caso, queda claro que la población de China está o pronto estará en su punto máximo; lo más probable es que la población lleve varios años en picada. ¿Por qué el descenso de la población no es una buena noticia, un indicio de que en China y en el mundo en general habrá menos personas exigiendo los recursos de un planeta finito? La respuesta es que el declive de la población crea dos grandes problemas para la gestión económica. Estos problemas no son irresolubles, pues hay claridad intelectual y voluntad política. Pero ¿China estará a la altura del desafío? Eso no está nada claro.

El primer problema es que una población que disminuye también es una población que envejece y en todas las sociedades que conozco dependemos de los jóvenes para mantener a las personas mayores.

El otro problema es más sutil, pero también es grave. Para mantener el empleo pleno, una sociedad debe tener un gasto total que sirva para mantener la capacidad productiva de la economía. Podría pensarse que la disminución de la población, lo cual reduce la capacidad, facilitaría esta tarea. Sin embargo, la caída de la población —en especial de la población en edad de trabajar— tiende a reducir algunos tipos importantes de gasto, en particular el gasto en inversión. Después de todo, si disminuye la cantidad de trabajadores, hay menos necesidad de construir fábricas, edificios de oficinas, etcétera; si el número de familias disminuye, no hay mucha necesidad de construir viviendas.

El resultado es que una sociedad en la que hay un declive en la población en edad de trabajar —y en la que todo lo demás se mantiene igual— tiende a experimentar una debilidad económica persistente.

Desde hace mucho tiempo, China ha tenido una economía muy desequilibrada. Por razones que admito no comprender del todo, los formuladores de políticas han sido reacios a permitir que todos los beneficios del crecimiento económico pasado lleguen a los hogares, lo cual ha provocado una demanda de consumo relativamente baja.

En cambio, China ha sostenido su economía con tasas de inversión muy altas, muy superiores incluso a las que prevalecieron en Japón en la parte más alta de su infame burbuja de finales de la década de 1980. Invertir en el futuro suele ser bueno, pero cuando una inversión muy alta choca con una población en declive, es inevitable que una gran parte de esa inversión produzca rendimientos decrecientes.

De hecho, en este momento la economía de China parece depender de un sector inmobiliario increíblemente inflado, lo cual sin duda luce como una crisis financiera en ciernes.

Sería ingenuo suponer que China no puede hacerles frente a sus problemas demográficos. Después de todo, si consideramos el largo plazo, China ha sido una historia de éxito increíble, pues se transformó de una nación pobre y en desarrollo a una superpotencia económica en tan solo unas décadas.

El asunto es que para las economías, al igual que para los fondos de inversión, el rendimiento pasado no es ninguna garantía de resultados futuros. No sabemos hasta qué punto los retos demográficos de China la harán tropezarse, pero hay buenas razones para estar preocupados. He oído a pesimistas que describen la situación de China como si fuera similar a la del Japón posterior al auge, sin el mismo alto nivel de cohesión social que les permitió amortiguar la caída al gobierno y a la sociedad.

Ah, además, China es una superpotencia con un líder autoritario que parece errático. No creo que sea alarmista preocuparse de cómo reaccionará el país si le va mal a su economía.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times.