Perdón por los muertos
Una de las canciones más entrañables de Silvio Rodríguez, que me acompañó en el largo verano de la anarquía, es Pequeña serenata diurna. Me calaba el hueso, en especial, esta declaración enorme: “Quiero que me perdonen, por este día, los muertos de mi felicidad”. Y sí, hay muertos esenciales sin los cuales no seríamos personas felices. Todos los tenemos. En mi caso albergo cinco, empezando por el gran Renato. Agradezco su existencia, siento su partida, les pido perdón.
Pero hay muertos distintos, perdones de otro tipo. Muertos por represión estatal, por masacre. Pedidos de perdón manchados de sangre, salpicados de cinismo. No otra cosa es un reciente mensaje de la presidenta accidental del Perú, Dina Boluarte: “Si en algo nos hemos equivocado en encontrar la paz y la calma, pido perdón al pueblo peruano”. Qué tal. Lo dijo 42 muertos después por disparo de la fuerza pública. Extraña “pacificación” sembrada de cenizas. ¿Suena conocido?
Lógica de la razón procaz: mato, luego pido perdón. No son “equívocos”, sino acciones deliberadas. No encuentran la paz, sino el desgarro. A reserva del debate sobre las condiciones en que Boluarte asumió la presidencia, es inaceptable que el grupo de poder se sostenga con crímenes y violación de derechos humanos. Aunque estos muertos “minúsculos” (sic), para la élite limeña, la OEA de Almagro y una parte de la comunidad internacional, no cuenten. Son “azuzados por extranjeros”.
Recuerdo que en reacción al “febrero negro” de 2003, con 31 muertos por el fallido impuestazo de Goni, escribí con más rabia que argumentos una columna titulada La democracia asesina: “¿Hasta cuántos cadáveres está permitido equivocarse? Los muertos como peaje, la muerte como alimento. Ay, la democracia”. Erraba en el blanco: el problema no es la democracia, sino su ausencia. La democracia no debiera tolerar ni un solo muerto por mano del Estado. Menos una masacre.
¿Cuántas vidas más se perderán en el Perú abismal (ya son 52) para que el poder político y los poderes fácticos, rancios, viabilicen una salida pacífica y democrática a la crisis? ¿Hasta cuándo se seguirán ignorando/justificando las muertes por represión? (“choques”, dice un diario; “peleas”, titula otro; “fuego cruzado”, se dijo aquí en 2019). No habrá pacificación mientras la vida del otro no valga nada a título de “terrorista” o de “horda salvaje”. Suena conocido.
Los muertos esenciales se/nos perdonan. Y se agradecen. Los muertos-bala, en cambio, ejecutados en nombre de la “paz y la calma”, no tienen perdón. Ni olvido. Con masacres-impunidad y sin verdad/ justicia para las víctimas no hay convivencia en democracia.
FadoCracia veterana
1. Inicié en 2023 con una divisa aprendida, con ligera variación, del buen José Saramago: “Cuanto más viejo, más libre; cuanto más libre, más radical”. 2. Es una declaración principista, pues no soy viejo (todavía), ni tan libre (me quedan por delante dos décadas de responsabilidades), ni tan radical (mis únicas armas, hoy, son las de la crítica). 3. En realidad es un recordatorio/ advertencia a mí mismo: no envejezcas mal, JL, nunca pierdas la dignidad. 4. Es también una triste evidencia. Personas progresistas que yo admiraba y algunas que todavía aprecio se han convertido en viejos de mierda: llenos de espuma, arrepentidos, fachos. 5. Vergonzantes, a lo Savater: “Fui un izquierdista sin crueldad y espero llegar a ser un conservador sin vileza”. En rigor, son viejos viles. 6. No envejezcas mal, me repito con radicalidad saramaguiana. Cuando toque, el silencio será siempre más digno, sin traicionar( se), que la deplorable infamia (escupe, Lupe). 7. En el espíritu invertido de José Emilio Pacheco: no seamos todo aquello/contra lo que luchamos/a los veinte años. Hay vida/batallas para rato.
José Luis Exeni Rodríguez es politólogo