Voces

Friday 10 Mar 2023 | Actualizado a 09:38 AM

La mentira antimasista

/ 28 de enero de 2023 / 02:16

La deshonestidad intelectual es hoy día una especialidad de la política boliviana. Es deshonesto intelectualmente quien afirma algo que no es cierto y lo hace con la intención de hacerles creer a los demás cosas imposibles de demostrar y para que esa tarea haya adquirido potencia, circula entre las clases medias urbanas una credencial indispensable que es la del antimasismo. Hay que ser antimasista para aspirar a la licenciatura, la maestría y el doctorado en eso que se llama mentira organizada.

El día en que llegaron a romperle los platos de la cena de gala a la clase dominante, el día en que indios de distintos orígenes étnicos empezaron a ocupar cargos en el aparato estatal, el día en que supieron que “el indiecito” no iba a caerse en los seis meses pronosticados desde el paternalismo colonial y la subestimación racista, ese día se instaló el antimasismo y para ser antimasista hay que saber mentir, hay que manejar algunas técnicas de cómo se manipula la información y a continuación, con esas armas, intentar instalar como verdades históricas, estruendosos disparates desmentidos por los hechos, esto es por las violaciones a los derechos humanos, las transgresiones a la ley de distintos tamaños y por el ocultamiento de la información que beneficia política y electoralmente, precisamente, al masismo.

Para ser antimasista hay que repetir con convicción robótica: “No fue golpe, fue fraude”. Una idiotez pronunciada por todos los autores intelectuales, materiales, encubridores y operadores de la sucesión anticonstitucional que llevó a la presidencia a Jeanine Áñez. La consigna es de gelatina porque en el supuesto demostrable de que para las elecciones de 2019 se hubiera producido un fraude electoral, la forma en que se combatió ese supuesto fraude estuvo plagada de violaciones a la Constitución, a las leyes y a los reglamentos legislativos que dicen expresamente cómo y en qué orden jerárquico debe producirse la elección de un nuevo Presidente del Estado con la participación y el voto de representantes nacionales de la Asamblea Legislativa Plurinacional. No se ha constatado, hasta ahora, que se hubiera producido efectivamente un fraude electoral y eso que el gobierno de facto tuvo casi un año para investigar y hasta para “montar” una versión sobre el asunto. Sí se tiene constatado, en cambio, que la sucesión fue inconstitucional, y que por lo tanto sí hubo un golpe de Estado que por añadidura tuvo características violentas y desembocó en masacres respaldadas por un decreto firmado por la presidenta y sus ministros. Con tan graves motivos, Jeanine Áñez tiene una condena de 10 años de reclusión y Luis Fernando Camacho ha sido detenido preventivamente, acusado por su actuación decisiva en el golpe de Estado.

Otra mentira que se viene arrastrando desde que el MAS gobierna Bolivia es la de la “persecución” y los “presos políticos”. En la actualidad se dice que hay como 180 personas encarceladas en el país por “pensar distinto”. Se trata de otra genialidad que no resiste un debate de cinco minutos: Todos a quienes se victimiza como presos políticos en nombre de la “justicia y la libertad” están siendo procesados por la comisión de delitos que consisten en violaciones a los derechos humanos, gran parte de ellos policías y militares que participaron en las masacres de Sacaba y Senkata, así como la quema de la sede de Adepcoca. Una segunda tongada la conforman los investigados por casos de corrupción, incluido Rubén Costas al que le inició un proceso el mismísimo Luis Fernando Camacho, y en un tercer grupo se encuentran quienes tienen acusaciones menores pero igualmente delictivas. Sigo buscando y no encuentro a alguno de estos supuestos presos políticos que haya sido privado de libertad por ese supuesto “pensar distinto” que, dicho sea de paso, hasta ahora se circunscribe a militar en el antimasismo con tufo de plegaria evangélica. Todos, absolutamente todos estos ciudadanos y ciudadanas, están sometidos a la Justicia por hechos relacionados con distintos grados de violaciones al ordenamiento jurídico boliviano.

El listado de mentiras convertidas en eslogan callejero y en consigna política tiene otras perlas como esa de que vivimos en dictadura y nos encaminamos a ser como Cuba y Venezuela, afirmación que se vocifera desde las escuálidas concentraciones de la calle 21 de la zona Sur conformadas por señoritas y señoritos que no quieren saber de aprendizajes sobre la historia de Bolivia. Y para ponerle caviar con fecha vencida al tema, se ha publicado el 1 de diciembre del pasado año lo siguiente: “No hemos tenido en la historia otro presidente así: Evo Morales primero hizo que perdiéramos el mar y ahora que perdiéramos las aguas del Silala #JuicioDeReponsabilidades” (sic). Quien firma este histórico tuit es nada menos que un presidente de asociación de periodistas, de esas en las que se arman cursos financiados por agencias norteamericanas para instruir a sus asistentes acerca de mentiras del tamaño del sistema solar y que ya provocan vergüenza ajena. Que quede claro: Estos técnicos de la mentira y la manipulación informativa no admiten pausas.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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Los votantes del MAS no se merecen esto

/ 25 de febrero de 2023 / 01:31

Recuerdo con nostalgia los días en que con un aguayo sobre sus espaldas, Evo Morales era uno más de los marchistas indígenas, uno más de los bloqueadores de carreteras, uno entre todos, confundido en abrazos y vigilias, transcurriendo noches de cielos estrellados, de dormir a la intemperie. Hoy día, Evo Morales llega en avión alquilado para presenciar la entrada del Carnaval de Oruro. Entre el cielo y el suelo hay demasiadas diferencias de espacio, de tiempo, pero sobre todo de actitud.

Los votantes del Movimiento Al Socialismo- Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP) no se merecen —no nos merecemos— el castigo cotidiano y mediático al que estamos siendo sometidos debido a unas pugnas desatadas desde la añoranza por la silla presidencial. Votar por el MAS desde las elecciones de 2002 se convirtió en el mecanismo que inició el derribamiento del neoliberalismo secante, indolente, individualista y represivo que ha terminado por fracasar en gran parte de nuestros países de América Latina, al extremo que ni empresarios como Doria Medina estarían dispuestos hoy a aplicar las recetas ochenteras enviadas desde el FMI, el Banco Mundial y el archivo del Consenso de Washington. Han terminado aceptando, por la fuerza de los acontecimientos históricos, políticos y sociales, que es necesario un modelo económico mixto en el que el emprendedurismo capitalista debe armonizar con el soberanismo nacional popular.

Evistas. Arcistas. Choquehuanquistas. En estas parcelas se mueven hoy las facciones masistas que cuentan con unos operadores y portavoces de vergüenza. El diputado Héctor Arce es el mandado a comparecer ante cámaras y micrófonos para defender a capa y espada la legitimidad histórica del jefe de su partido. Su discurso no admite que las pretensiones renovadoras dentro una tienda política, forman parte del sano ejercicio de la alternancia interna en la que nuevos cuadros deberán prepararse para tomar la posta. En esa lógica, los excompañeros llamados “renovadores” han sido reducidos a la categoría de traidores y en ese trayecto dominan los insultos, las calumnias, las descalificaciones de todos los tamaños sin dejarle ni el mínimo espacio al debate programático con horizonte de mediano y largo plazo.

En la vereda de enfrente, Rolando Cuéllar, tan impresentable como Arce, se la pasa insultando y descalificando el presente de Evo y sus responsabilidades en la crisis de 2019. Desde su cuadrilátero fustiga a diario a los llamados “radicales” convencidos de que la vida comienza y termina con Evo. Están mandando a la mierda algo que no construyeron solo ellos, sino, fundamentalmente, aquellos que desde la ciudadanía de a pie le depositaron su confianza para que se diseñara y empezara a ejecutar la edificación de un país más igualitario, con equidad, redistribución de la riqueza, privilegiando el mercado interno, pero en primer lugar, incorporando al escenario político y social a cientos de miles de bolivianos que desde 2006 sintieron que Bolivia también había sido su país, haciendo flamear tricolores y wiphalas.

En este escenario, el presidente Arce no dice nada al respecto, dedicado a dirigir su gestión gubernamental; Choquehuanca, lejísimos del insulto y de la guerra verbal, invoca permanentemente a la unidad y a la preservación del proyecto político que tiene al MAS gobernando Bolivia desde 2006, con el execrable interregno determinado por la llegada de una presidenta ilegítima, inepta, violenta y víctima propiciatoria del apetito y codicia machistas que caracterizaron a su gobierno.

En los reductos más obsecuentes, Evo es inamovible y se persiste en la subconciencia de su eternidad en la política y en el ejercicio de poder, y ya sabemos con detalle cómo puede terminar esa idea de predestinación en la que queda fuera toda discusión acerca de pluralidad, de organicidad partidaria, de convenir quiénes quedarán en mejores condiciones para reproducir el poder de acuerdo a lo señalado a la coyuntura cercana a nuevos comicios presidenciales. Mientras tanto, el patético show de masistas sacándose los ojos entre unos y otros no tiene pausa. Y para ello las carpas del circo mediático bien instaladas por la derecha son amplias y cómodas para admitir a todas las audiencias, las propias y extrañas, en el convencimiento de que no hay para qué presentarle pelea al partido de gobierno, si el principal opositor a la gestión presidencial vigente es el mismísimo jefe de ese partido de gobierno que tiene entre ceja y ceja la candidatura de 2025.

Fidel Castro dijo que sin unidad el proyecto político emancipador del continente puede muy probablemente terminar fracasando. Sería interesante que Evo comprendiera que hoy en Cuba, el presidente es Díaz-Canel, escucha a la voz de la experiencia, Raúl Castro, que sigue siendo un factor de poder en la isla caribeña, sin necesidad de pensar en cargo alguno. Este modelo de relación sano y constructivo pudo haber sido adoptado por Evo en Bolivia. Está claro que el ímpetu evista no admite otra cosa que su propia figura ejerciendo el poder.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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El preso 181

/ 11 de febrero de 2023 / 01:39

Ya no es Camacho, es la libertad y la justicia. Ya no vale discutir si cometió delitos o no y por ello se determinó su detención preventiva, sino la forma en que habría sido apresado con una narrativa que quiere imponer la versión de un secuestro violento. Esto significa que Camacho es el preso político 181, no uno de los violentadores del orden constitucional en octubre-noviembre de 2019. Como el gobernador de Santa Cruz —no el golpista de 2019— es prisionero por una lucha de supremos ideales, hay que victimizarlo y para ello la información casi diaria dice que no le permiten recibir visitas, le introducen una cámara en su dormitorio para espiarlo con aviesas intenciones proctológicas, porque de celda de recinto penitenciario, el hábitat del individuo en Chonchocoro tiene nada, en tanto se le ha otorgado un espacio con características de estrellas hoteleras, precisamente para intentar neutralizar más instalaciones mediáticas relacionadas con violaciones a sus derechos ciudadanos.

En esta incesante guerra política boliviana, la batalla cotidiana por demostrar quién ostenta y defiende valores humanos y libertades ciudadanas, la estrategia es clara: Camacho no es un golpista, es un defensor de la democracia que encabezó la movilización ciudadana contra un tirano que quería atornillarse en el poder para siempre, y por lo tanto, no es un ciudadano con presuntos delitos en su haber, sino un perseguido —y capturado— político, víctima del autoritarismo, de la dictadura masista, del terror judicial activado por el partido azul, el partido con un presidente del Estado que vive recibiendo el embate diario del mismísimo jefe histórico defenestrado al que no le entra en la cabeza que la repostulación es una opción posible y legítima para quien ejerce mandato por primera vez.

Libertad. Justicia. Democracia. Dicen que por todo esto lucha el sacrificado gobernador de Santa Cruz y en ese transcurrir de titulares tendenciosos y malintencionados, y gigantesca manipulación informativa, al Gobierno y a su instrumento político partidario le está faltando proactividad y creatividad para recordarnos sobre qué otros valores humanos se comenzó a gestar el que se llama proceso de cambio: Democracia sí, pero con inclusión social como nunca antes a partir de un cambio en la matriz del funcionamiento del Estado. Procesos electorales sí, pero con ampliación de lo representativo a lo participativo con un significativo ensanchamiento del espacio para la incorporación de nuevos actores sociales y étnicos para la toma de decisiones. Libertad económica sí, pero con la inserción del fundamental concepto de equidad para que la redistribución alcance a sectores a los que nunca les llegó casi nada en la historia republicana. Desarrollo productivo sí, pero con preceptos soberanistas innegociables que hoy han reducido los márgenes del saqueo perpetrado con la inversión extranjera y sus agentes locales. Es decir, más democracia, por su ampliación en materia de derechos individuales y colectivos, y en sus mecanismos de participación, políticas económicas con prioridad en el potenciamiento del mercado interno y, por lo tanto, democracia más plural que en cualquier otro momento de nuestra historia, pero paradójicamente, combatiendo débilmente el empeño de los fabricantes de mentiras desde las oposiciones, en sus expresiones parlamentarias, mediáticas, empresariales e institucionales.

En la utilización de un conjunto de técnicas de direccionamiento informativo, la maestría y el doctorado en Mentira Sistemática significa graduarse en la cancha de la pelea, y para ello, los reivindicadores de la democracia y la libertad contra la dictadura y el autoritarismo utilizan artefactos como los comités cívicos y ese esperpento llamado Conade para justificar el golpismo, las violaciones a los derechos humanos y las masacres nada menos que en una audiencia virtual con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Se trata de organizaciones de cultura logiera en que unas cuantas roscas se eligen y reeligen permanentemente para saltar al escenario público y atribuirse la representatividad del “pueblo boliviano”, otra patraña fácilmente desmontable, eso sí, con estrategia, convicción y acciones sistemáticas diarias que por ahora no se vislumbran.

Luis Fernando Camacho, Jeanine Áñez y su hija Carolina, Rómulo Calvo y otros autores del mismo riñón ideológico, son los cultores de la violencia política verbal que contradice sus supuestas convicciones democráticas. Persiguieron, judicializaron, criminalizaron, y masacraron al masismo, esa categoría de bestias humanas que no se merecen una vida digna y respetable. De eso están hechos estos demócratas y libertarios, de un racismo inocultable y de una auténtica vocación por el exterminio de lo plebeyo. El 181 es un preso político, no un golpista con entrañas fascistas. Lo dicen con toda arrogancia y cinismo, los mandamases de la mentira organizada.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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Operadores mediáticos ‘ad nauseam’

/ 14 de enero de 2023 / 01:32

Hasta que llegó el día en que unos indios insolentes ondeando wiphalas irrumpieron en el gobierno y luego en el poder, momento en el que la vajilla de porcelana de la abuela se hizo añicos y hasta ahora, con todos los pedazos esparcidos por el comedor, las delirantes bandas de opinadores, “analistas”, tiktokeros, trolls y demás fauna reaccionaria, continúan tratando de reconstruir el rompecabezas como si la restauración conservadora consistiera en uno de esos puzzles de 5.000 piezas que se van armando con mucha cabeza y paciencia, cosa que no está sucediendo porque lo que falta precisamente es pienso y tomarse en serio al país.

Se trataba de una antigua vajilla a la que tenían acceso unos comensales privilegiados que desde su gran mesa hicieron y deshicieron la Bolivia excluyente y racista, corrupta y clientelista, arrastrada desde la revolución de 1952, revolución que se hizo golpista y que convirtió a los “emenerristas” en socios históricos del militarismo autoritario y fascista de las dictaduras que dominaron Sudamérica entre los 60 y 80.

Todo estaba bajo control hasta que, destrozados los platos hondos, planos y platillos, los indios y los campesinos se sentaron a la mesa y sin ningún pudor comenzaron a tomar sultana con marraqueta en jarros de peltre, ese sustituto de la plata inadmisible para el abolengo y el buen apellido. A partir de ese momento (2006), los bolivianos que soportaban sobre sus hombros todas las veces que fuera imperativo, gasolinazos, impuestazos y demás medidas ajustadas desde los organismos crediticios internacionales, decidieron que podían gobernar nuestro país al que convirtieron de República a Estado Plurinacional y al que se metieron a fuerza de victorias electorales aplastantes.

Un verdadero horror. Una desfachatez. Un sindicalista bloqueador de carreteras y productor de hoja de coca provocó la ira de blancos y blancoides, quienes lo tipificaron como la personalización demoniaca del populismo, el autoritarismo, la deformación de la democracia representativa y decente. A partir de entonces unos que eran, o por lo menos parecían periodistas, se transformaron en operadores mediáticos, esto es, activistas políticos financiados por agencias norteamericanas de penetración e injerencia, que deben su origen y existencia a las razones anticomunistas de la guerra fría de control y dominación sobre América Latina como puede comprobarse con la misma revolución del 52 en la que metieron mano y hasta el fondo, las administraciones gringas de Kennedy y Johnson.

Con la detención preventiva de Luis Fernando Camacho, gobernador de Santa Cruz, principal activista y materializador de la sucesión inconstitucional que llevó a la señora Jeanine Áñez a la presidencia, los operadores mediáticos, guarecidos bajo el paraguas de instituciones decadentes como la Asociación Nacional de la Prensa (ANP) y la Asociación de Periodistas de La Paz, han salido indignados a protestar por agresiones de las que fueron víctimas “sus” periodistas en medio de los desmanes, el vandalismo, los incendios, y demás destrozos ocasionados por militantes de la Unión Juvenil Cruceñista a la que, por supuesto, jamás calificarán como hordas, ya que las hordas en Bolivia solo pueden estar conformadas por masistas —militantes, afines o simpatizantes del Movimiento Al Socialismo (MAS)—, según su obsesiva y enfermiza mirada.

Busco y no encuentro. La ANP y la asociación paceña de esos periodistas, tan gremiales como mediocres tantos de ellos, ¿dijeron algo cuando se desataron los atropellos del gobierno de facto de Áñez, como por ejemplo la persecución sistemática desatada contra este diario, LA RAZÓN, gracias a iniciativas claramente represivas y atentatorias contra la libertad de expresión, pero fundamentalmente contra la verdad, inventando versiones de negocios “raros” y conexiones con otros medios que nunca existieron? No podían hacerlo porque precisamente los persecutores mediáticos eran ellos mismos, con capacidad incluso, de acceder a información confidencial de la Unidad de Investigaciones Financieras (UIF), en clara conducta violatoria de la ley.

Estos dizque periodistas han sustituido la palabra esclarecedora y transparente por la mentira y la manipulación informativa sistemática, pero a diferencia de 2019, el masismo ha vuelto a las calles para demostrar otra vez que es mayoría y es con mayorías y minorías que se hace democracia en la cotidianidad, con la aceptación de que esas mayorías son las legitimadoras indiscutibles de la democracia, y las que fueron víctimas de la sañuda persecución, encarcelamiento y tortura sobre la que estos operadores mediáticos miraron para otro lado durante la gestión de Arturo Murillo, ministro cazador, ahora sentenciado y cumpliendo condena en Miami, el paraíso vacacional de muchísimos que hasta hace tres lustros se sentaban a comer en la reluciente, y ahora hecha añicos, vajilla de la abuela.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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Un hombre solo

/ 31 de diciembre de 2022 / 01:40

La reina del papel couché, Isabel Preysler, acaba de romper con Mario Vargas Llosa. Ha decidido romper su noviazgo de revista del corazón —¡Hola!— para terminar ahuyentando las miles de hojas de papel ahuesado en las que descansan las soberbias novelas del escritor peruano. Como recién ha pasado a formar parte del registro de los “ex” de Isabel, no se me ocurrió otra cosa que traer a la memoria una canción de Julio Iglesias, el primero de los cuatro célebres ex de esta señora filipina, reportera estrella de reinas, príncipes, casas reales y otros lugares de diseño en los que el lujo es más importante, por supuesto, que la fiesta de un chivo, donde se puede leer la historia ficcionada de un dictador centroamericano, narrada con la rigurosidad y la maestría del escritor arequipeño.

Julio Iglesias no sospechaba en 1987 cuando se publicó este su disco, que terminaría cantándole Un hombre solo sin querer queriendo nada menos que al último novio de la madre de sus hijos, entre los que figura como primogénito otro cantamañanas igual que él, de nombre Enrique, y que ha hecho de la pseudopoética para señoras que juegan al bridge, la marca exitosa traducida en millones de copias vendidas por continentes y mares.

Julio Iglesias, entonces, le dedicaría Un hombre solo a Mario Vargas Llosa:

“Lo tengo todo/Completamente todo/Mil amigos y amores/Y el aplauso de la noche/Voy por la vida rodeado de gente/Que siento mía/Voy de abrazo en abrazo/De beso en risa/Me dan la mano/Cuando es precisa/ La loca suerte besa mi frente/Por donde voy/Pero cuando amanece/Y me quedo solo/Siento en el fondo/Un mar vacío/ Un seco río/Que grita y grita/Que solo soy/Un hombre solo.”

Lo tiene bien merecido Vargas Llosa, por arriesgarse a jugar a chico estupendo a los ochenta y pico años, con una señora de setenta y pico, pero que parece de cincuenta.

Dicen que habían celos de por medio. Dicen que eran incompatibles el vaporoso estilo de vida de Isabel, la reportera estrella de ¡Hola! con la disciplina literaria de Mario. Dicen, por lo tanto, que la vida del espectáculo público de alfombra roja es incompatible con la de la cultura, las ideas, los libros, la ficción, la novela. Falso. Vargas Llosa es tan egocéntrico que creía que todo cabía en un mismo sitio. Alrededor suyo. Que a su tercera edad, era suficiente con que las erecciones fueran novela, cuento o columna de opinión donde expone sus esquemáticas ideas neoliberales anticomunistas, bañadas de rencores contra su propio pasado como militante del boom literario latinoamericano de los años 70-80.

Si de algo se ha salvado, finalmente, Vargas Llosa, es de haber dejado de ser padrastro temporal de Enrique Iglesias, ese joven casado con la relampagueante tenista rusa Ana Kournikova, que ha seguido por el insoportable camino paterno de la balada romántica y nos ha taladrado de manera inmisericorde durante por lo menos dos décadas cuando teníamos que escucharlo por culpa del taxista o el micrero de turno. Desconsolado, el coqueto escritor comentó alguna vez cuando se alojó en casa de su hijastro que “habían muchas canchas de tenis, pero ninguna habitación apta para poder escribir”.

No sabemos si Vargas Llosa terminará como el hombre sólo de la canción. Fue un entusiasta militante de la revolución cubana para pasar a converso rabioso neoliberal. Estuvo casado con una tía. Estuvo casado con una prima. Tiene dos hijos, una hija y media docena de nietos. Es Premio Nobel de Literatura. Recientemente le ha abierto las puertas la academia francesa. Fue candidato a la presidencia y perdió contra un outsider (Alberto Fujimori) de origen cholo japonés, es decir que como político fracasó y cada vez que lo recuerda seguramente sufre de tormentos, y ahora que su última pareja le dijo adiós, tiene que saber, de manera definitiva, que en la vida no todas son victorias del ego, sino que a veces se imponen motivos sentimentales por fuera del control del oficio para escribir, todos los días, en los mismos horarios, con disciplina jesuita.

Hay, sin embargo, un motivo para seguir creyendo en el novelista peruano y para ello hay que leer su última novela Tiempos recios (2019) que recrea la Guatemala de los años 50 cuando los Estados Unidos, usando a la omnipresente CIA, auspició a Carlos Castillo Armas para derrocar al gobierno de Jacobo Arbenz. El neoliberal de las columnas de El País de España, queda aquí suspendido por el autor de ficción que se despacha sin concesiones en una descripción de los métodos intervencionistas y tutelares de los gringos en América Latina. Es que el subconsciente colectivo es muy poderoso y con esto queda demostrada una afirmación rotunda de Juan Rulfo: “La literatura es una mentira que sirve para decir la verdad” y que el propio Marito enfocaría a partir de su libro de ensayos La verdad de las mentiras. Vargas Llosa creyó que escribir dentro la burbuja que le preparó Isabel era posible. Ahora ya sabe porque la cursilería también puede ser literatura.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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La asombrosa normalidad de Messi

/ 17 de diciembre de 2022 / 01:31

Qatar 2022 ha permitido verificar, nuevamente, que el fútbol se eleva a su máxima expresión de belleza por sobre los escombros que los trabajadores dejan, hasta ofrendando sus propias vidas, en las construcciones de estadios de lujo y comodidades insultantes. Es el capitalismo elevado a sus máximas expresiones simbólicas que nos dice, partido a partido, que para que comience a rodar el balón en los campos de juego, hay que poner por delante la explotación a los migrantes provenientes de la India y de otros países que viven alrededor de ese territorio nacional que de futbolero tiene nada, que discrimina la diversidad de las preferencias sexuales y penaliza al que lleve cualquier distintivo que aluda a la bandera del arco iris de las felicidades alternativas, contestatarias del orden y la ley conservadores.

Qatar es la expresión simbólica de un siglo XXI en el que mandan los petrodólares por sobre las grandes tradiciones históricas y culturales, pero cuando Lionel Messi comienza a desplazarse en las canchas, reingresamos en los pasadizos que nos internan en las patrias del divertimento, del juego, de la celebración por el triunfo o del llanto por la derrota. Qué sería de la humanidad sin la posibilidad de que sus seres vivos expresen, apenas nacen, su profunda necesidad interior de aprender a jugar, de compartir, de explorar capacidades creativas para descubrir alguna o para resignarnos a saber de nuestras limitadas destrezas.

Messi ha roto, por lo menos durante casi dos décadas, la monotonía y cierta previsibilidad de los fines de semana y de los partidos en días ordinarios de la Champions League. Nos ha ofrecido un festival continuado y casi indetenible de que hay genios en la vida que nacen para jugar por los millones de hombres y mujeres que apenas pueden hacerlo porque el día a día los conduce al trabajo y al agobio. Y lo ha hecho desde el contradictorio y casi inexplicable lugar de una vida marcada por la normalidad, entendida ésta como renuente al estrellato, a los lujos asiáticos, a las extravangancias, al exhibicionismo de la fama y de la fortuna. Messi ha hecho de la familia su profundo lugar en el mundo, de sus compañeros de juego, el perfecto argumento del que habla el genial Alejandro Dolina: Se juega al fútbol para hacernos mejores personas, para que nos comprendamos como seres humanos de una manera en que se impongan la solidaridad, el desprendimiento, lejos del egoísmo y la arrogancia individualista. En suma, para querernos entre nosotros, un poquito más.

Desde esa normalidad, sin incidentes mediáticos que caracterizan a tantos rock stars del fútbol de élite, desde su compañera Antonella, desde sus tres hijos, Messi se erige como el hombre más normal catapultado por su inteligencia superlativa para manejar el balón atado al pie y su genio, a la categoría de jugador histórico, del mejor jugador de todos los tiempos de acuerdo a la medición masculina tan fálica, que expresa la manía de comparar quién la tiene más grande. No es necesario ir por ahí con Messi. Durante sus dos décadas como futbolista fuera de serie ha ganado por regularidad de rendimiento, por persistencia, ha ganado como el más goleador del Barcelona y la selección argentina, ha ganado como el asistidor perfecto para que sus compañeros la empujen al arco, y también, cuando no ha estado en la mejor de sus formas ha sabido jugar tan mal, casi desapareciendo del verde césped, para demostrarnos que su genio, su vocación profunda por el juego, emerge desde esa normalidad que nos informa que hasta los más grandes, los diferentes, los tocados por varitas mágicas, se pueden equivocar y feo, con todo el derecho que les asiste por su simple y sencilla condición humana.

La felicidad que he vivido durante esta Copa del Mundo se llama Lionel Andrés Messi Cuccittini. Así como lloré desconsoladamente cuando mi prócer del fútbol Diego Armando Maradona partió de este mundo cruel, lloro con felicidad infantil luego de que Messi me saca de la planicie con un regate, una gambeta, un pase filtrado, un tiro libre perfecto y hasta de un penal marrado. Como bien dijo ese cíclope que tiene por arquero la selección argentina, el Dibu Martínez, “esto es para los 45 millones de trabajadores que no la pasan bien hoy día en mi país”: Una suerte de obrero bajo los tres palos que ataja los penales necesarios para que la patriada conductora de Messi llegue a buen puerto.

Desde mi sensibilidad, el amor al juego es esencialmente prioritario por sobre la heroicidad del triunfo, pero está claro que se ingresa a la cancha para ganar, mejor si jugando como juega Messi con los suyos para demostrarnos que desde la normalidad, pero también desde el rigor de la protesta contra sus enemigos que lo envidian y amenazan, se puede ser el tipo de la película que hace felices a millones de argentinos y no argentinos, que no dejamos de asombrarnos con sus proezas y su inteligencia suprema.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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