Voces

Friday 24 Mar 2023 | Actualizado a 04:47 AM

Rumbo a otra cosa

No basta que haya condiciones para la emergencia de un ‘outsider’ político para que este tipo de personaje aparezca

/ 28 de enero de 2023 / 02:09

La detención del Gobernador de Santa Cruz y el zafarrancho que provocó solo han profundizado las tendencias políticas que ya se percibían al final del conflicto por el Censo: una llamativa estabilidad del gobierno de Arce, un debilitamiento de todas las dirigencias políticas, el agotamiento cada vez más evidente de la polarización y la aparición potencial de condiciones para escenarios electorales disruptivos en el horizonte de 2025.

Tanto afán para tan poco resultado podría ser una manera de reseñar la espiral de acontecimientos que se iniciaron con el rechazo a la postergación del Censo y que concluyeron en los “cabildos nacionales” de hace unos días. Al final, el tablero político experimentó pocos cambios sustantivos o rupturas como algunos auguraban o deseaban.

Las encuestas siguen ratificando un contexto en el que el bloque masista cuenta con el apoyo de alrededor del 40% de la población, sin cambios desde hace dos años, mientras un 30% sigue extremadamente irritado con el oficialismo, y el otro 30% anda ocupado en sus afanes y no parece muy interesado en la política.

En medio, Áñez y Camacho fueron detenidos, se organizaron tres cabildos, se acumulan más de 40 días de paros “indefinidos” en dos años en la urbe cruceña, se quemaron una veintena de instituciones, muchos ciudadanos tuvieron que sacrificar sus economías y vidas, se produjeron bloqueos, “cercos” y contracercos, y se gastaron ríos de tinta y de posts en redes sociales para glosar esa seguidilla de ch’ampa guerras. Pero, el Gobierno, aunque algo abollado, sigue en pie y, salvo algo realmente rarísimo, completará su mandato en 2025 como lo establece la Constitución.

Ese es el producto de la fortaleza social y política del masismo, que algunos insisten en no reconocer desde hace 15 años, y de un liderazgo presidencial que se reveló audaz, que utiliza sin complejo el poder institucional y que ejerce un sentido de autoridad que está sorprendiendo a más de uno. Por supuesto, nada de eso hubiera sido suficiente sin un clima social en el que la mayoría apuesta a la estabilidad y que entiende intuitivamente que para ello se deben cumplir los tiempos institucionales.

En ese sentido, me parece que la capacidad del Gobierno para controlar el reciente conflicto tuvo más que ver con el mayoritario sentimiento de rechazo al desorden y de desinterés en el conflicto, que con el fervor revolucionario de las masas populares o la simpatía por Arce.

La propia oposición radical parece haberse dado cuenta de eso después de más de medio año de idas y venidas: al final las resoluciones de los recientes “cabildos”, despojadas de los excesos verbales propios del momento asambleísta en el que fueron anunciadas, apuntan a una confrontación en el campo legislativo, enmarcado más o menos en la Constitución y en clave electoral. Esos opositores volvieron, de esa manera, a hacer política razonablemente democrática, lo cual está bien.

Pero todas estas escenas muestran, de igual manera, el modo zombi en el que está operando la polarización masismo-antimasismo. Ese problema perdió centralidad, pero seguirá siendo un rasgo importante del campo político, que no se debe subestimar, aunque únicamente tendrá fuerza o cobrará sentido si está asociado a otros fenómenos. Por lo pronto, ya no produce por sí solo mayorías, a lo más consolida grupos sectarios intensos. El encapsulamiento de Arce, Evo, Camacho y Mesa en sus tercios respectivos de convencidos es una demostración de esa realidad.

Frente a ese mundo crepuscular, emergen señales nuevas, todavía poco estructuradas, por lo pronto reflejadas en mucho malestar y desconfianza en toda la dirigencia política. Al igual que la mayoría apostó pasivamente por la tranquilidad, la persistencia del conflicto acompañada de un discurso político excesivo y estrafalario fueron alimentando el fastidio y la desconexión. En este momento, ningún dirigente político supera el 40% de opiniones positivas, la mayoría anda entre 20 y 30% y ese es un dato duro. Arce, que parecía con capacidad de posicionarse como un actor transversal a mediados de año, terminó encerrado en su bloque.

No obstante, falta mucho para que esto sea evidencia de una transformación de fondo. No basta que haya condiciones para la emergencia de un outsider político para que este tipo de personaje efectivamente aparezca. Tampoco se debe descartar que el viejo mundo político aprenda de estas señales y genere un aggiornamiento desde sus propias entrañas. Al tiempo.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.

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La posibilidad de la derrota

/ 11 de marzo de 2023 / 00:48

Durante más de un decenio, la derrota del MAS en las elecciones presidenciales era un evento improbable. Los comentarios recientes de Álvaro García Linera acerca de la posibilidad de “un suicidio” electoral del oficialismo son una señal más del tránsito hacia un momento político más incierto y del debilitamiento de las ilusiones hegemónicas en el seno de la fuerza política más grande del país.

Desde el punto de vista del exvicepresidente, “la división interna” sería la principal explicación de esa posible debacle considerando su convicción de que aún vivimos el tiempo largo del modelo político y socioeconómico definido en la Constitución de 2009 y de la inconsistencia crónica de las oposiciones. Dicho de otro modo, perder las elecciones sería principalmente un síntoma de los errores de las dirigencias actuales del bloque masista y mucho menos de las dificultades generadas por cambios sustantivos en el campo político o en las estructuras socioeconómicas del país.

Es difícil no estar de acuerdo con la primera parte de ese razonamiento a la vista del desalentador espectáculo en el que ha derivado el conflicto interno. De hecho, los números que revelan encuestas de opinión recientes y las percepciones que uno va recogiendo en la calle son aún más graves que las que reseña García Linera para justificar sus criterios.

El principal problema electoral del MAS no sería tanto en que su mayoría “natural” se divida conflictuada por las divergencias de sus líderes sino en la consolidación de un clima social pesimista, con sus principales dirigentes sin poder superar el 40% de opiniones positivas y una aprobación del Gobierno en torno al 35- 40%. Los sondeos muestran además que, en tal escenario, todos sus potenciales candidatos ceden posiciones mientras aumenta el descreimiento y la demanda por “otra cosa”, la cual no tiene, por el momento, forma bien definida.

En esas condiciones, podría suceder que el desenlace de la disputa interna se refiera a quien se quedará con la mayor porción de la primera minoría política del país, lo cual nos llevaría directamente a una muy probable segunda vuelta de gran incertidumbre.

La inexistencia de un liderazgo alternativo y el gran vacío de ideas en el campo opositor tradicional es un consuelo de tontos. Es una ruleta rusa intentar basar todo en que se seguirá siendo “lo menos pior” de la oferta política realmente existente. Como se dijo, ese sería un escenario altamente volátil donde pueden pasar “accidentes” y sorpresas varias. Y esa es además la vía pavimentada a gobiernos frágiles, mayorías legislativas imposibles e incapacidad de completar reformas o políticas ambiciosas.

Por supuesto, el humor social puede cambiar y por seriedad se debe siempre tomar las encuestas como termómetros momentáneos, imperfectos y modificables de la realidad. Es decir, nada está dicho, hay mucho trecho hasta 2025, el oficialismo cuenta con fuerza política y lealtades sociales apreciables para modificar su situación actual, pero las alertas están ahí, no conviene hacerse al distraído frente a ellas.

Dicho eso, es interesante discutir algo más la segunda parte de la reflexión de García Linera que podría entenderse como una subestimación de los efectos electorales de las transformaciones que el propio “proceso de cambio” ha producido en la sociedad, la economía y en el Estado Plurinacional.

Debo reconocer que desde hace mucho soy un escéptico ante la idea de que existe un bloque de votantes azules monolítico, inmune a los rasgos específicos de la coyuntura y absolutamente leal a sus líderes históricos. Por supuesto, existen segmentos sociales y territoriales en los cuales se ha ido consolidando una muy fuerte identidad política y electoral afín al masismo, pero son solo una fracción de las mayorías que el MAS supo construir en estos años.

Las victorias de esa fuerza no habrían existido sin cientos de miles de votos vinculados con los resultados de gestión o la adecuación de su oferta política a las expectativas del momento. Rasgo que hoy se exacerba después de un decenio de notable transformación social, pero, de igual modo, por las experiencias traumáticas como la pandemia o la crisis de 2019- 2020 o las dudas aún no resueltas en torno a la efectividad del actual Gobierno.

Desde esa perspectiva, incluso el hipotético sana-sana entre sus líderes en pugna sería apenas una condición necesaria pero no suficiente para que los horizontes electorales les vuelvan a ser favorables. Por tanto, me da la impresión de que el mayor reto del MAS no está adentro, sino sigue estando afuera, en su capacidad para entender el cambio socioeconómico y para comunicarse con los casi dos tercios de bolivianos que no los quieren o que se alejaron y que deberán ser nuevamente convencidos.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.

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Juego de máscaras

/ 25 de febrero de 2023 / 01:28

El futuro de la economía se está volviendo una de las cuestiones centrales de la confrontación política. En eso los actores políticos no se equivocan, pero ese indispensable debate no logra trascender los argumentos demagógicos y simplificadores a los que la polarización nos tiene acostumbrados. Ya sea por ignorancia o por táctica, la mayoría asume máscaras discursivas que ocultan la complejidad de la cuestión.

La solidez de la economía fue por muchos años uno de los grandes activos del MAS y era muy difícil para sus contradictores encontrar argumentos que contradijeran el optimista discurso oficial. En ese sentido, la disminución de las reservas internacionales y más específicamente de las “divisas” se ha transformado en el caballito de batalla de las oposiciones en este inicio de año.

Esto no es raro considerando que detrás aparecen los fantasmas de la “devaluación”, “el corralito” o incluso la “hiperinflación” para los más viejos de entre nosotros. En suma, es una herramienta efectiva para atacar al Gobierno. No obstante, no seamos injustos, la situación de las reservas no es únicamente un instrumento de combate político, es el reflejo de los desequilibrios fiscales y externos que atraviesa la economía nacional después de la caída de la renta gasífera a partir de 2015 y la seguidilla de shocks provocados por la pandemia y la inestabilidad después de la invasión a Ucrania. De hecho, la resiliencia de la economía en todo este tiempo sorprende.

Bolivia subsistió estos siete años gracias a sus ahorros durante la bonanza, lo cual es algo virtuoso, pero ningún colchón aguanta tanto tiempo de dificultades. Por esa razón, hoy estamos en un momento complejo en el que cada día se hace más difícil mantener el equilibrio a la espera de un nuevo impulso que abra un ciclo de expansión y saneamiento de las cuentas. El karma de Arce es pues evitar una caída en estos tiempos de borrasca y construir una ruta hacia una estabilidad de mediano plazo. Mientras, la incertidumbre será el dato.

Sin embargo, el discurso político parece hoy notablemente insuficiente para explicar esta situación obsesionado en simplificaciones e ilusionismos ideológicos. Por una parte, el oficialismo insiste en que “toda va bien”, mientras los opositores hablan de “inminente colapso”. Visiones tan alejadas entre sí que solo pueden provocar desconfianza en la ciudadanía y que sirven más como toscas propagandas y no como el esbozo de una lectura renovada del tema.

En ese juego, el Gobierno es claramente el más perjudicado porque los equilibrios macroeconómicos no requieren únicamente de divisas suficientes sino también de confianza social y expectativas positivas para sostenerse. Dejar que se instale un debate ácido y polarizado en el tema es peligroso, eso se debe controlar.

Frente a eso, la comunicación gubernamental requiere una urgente renovación porque el problema no desaparecerá en el mediano plazo y el pilotaje o descarrilamiento de la economía será el gran tema del 2024-2025. No basta con decir que “aquí no pasa nada” para sostener las expectativas. Tampoco parece sensato alentar el conflicto interno en un momento en el que posiblemente se necesiten decisiones rápidas y audaces para pilotear el avión en medio de la tempestad. El que crea al interior del MAS que un traspié en esta cuestión solo afectará a la credibilidad de Arce es un iluso.

En el otro frente, los críticos del MAS se solazan con esta vulnerabilidad en el relato azul, pero, por lo pronto, se limitan a exacerbar su papel de aves de mal agüero, cayendo en exageraciones e hipérboles. El riesgo es que, a fuerza de prometer el abismo, si éste no llega finalmente, contribuyan involuntariamente a valorizar aún más a ojos de la ciudadanía el mantenimiento del equilibrio como gran resultado del masismo.

Tampoco las oposiciones parecen muy lúcidas en su lectura del fenómeno, el dogma neoliberal parece nuevamente haberlos encandilado, al punto de atribuir mecánicamente todo el problema a la cuestión del excesivo gasto público o un fantasmagórico “exceso de funcionarios públicos”, sin que se percaten que la mayoría de ellos son maestros, policías, médicos y militares.

En el fondo, pocos quieren discutir, por ejemplo, que uno de los elementos críticos del déficit público y externo es la subvención a los hidrocarburos, que implica meterse con los precios congelados de la gasolina y el diésel desde el gobierno “populista” del general Banzer, allá por 2000. Convengamos que la perennidad de ese lío por tantos años nos revela la complejidad y la naturaleza profundamente política detrás de los retos actuales de la economía, para lo cual no basta con encomendarse en los dogmas liberales y keynesianos de unos y otros.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.

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La economía política de la reelección

/ 11 de febrero de 2023 / 01:32

En los albores de un nuevo año, el barullo de las cuestiones políticas no debería distraernos de los grandes desafíos que la cuestión socioeconómica sigue planteando al país y que serán determinantes para la configuración de los escenarios electorales de 2025. Retos que exigirán grandes dosis de sapiencia, audacia y sentido de oportunidad al Gobierno, pero sobre todo una estrategia política que vaya más allá de la polarización simplista y la peleíta cuerpo a cuerpo a las que nos tiene acostumbrados la mayoría de la clase política.

No hay muchas dudas con relación a que el futuro del proceso de cambio y de la actual fuerza gobernante están asociados a su capacidad para sostener la estabilidad macroeconómica y para viabilizar un nuevo momento de crecimiento, expansión y distribución de la economía. Tareas nada obvias y no exentas de grandes riesgos en los próximos tres años en un momento histórico de inestabilidad geopolítica y económica casi estructural en todo el planeta.

Desafiante contexto económico complejizado además por la aguda contienda de liderazgos al interior del MAS-IPSP y por una crispación política que está abriendo demasiados frentes potenciales de conflicto para el gobierno de Arce. Los costos de la confrontación social y la incertidumbre política son elevados y pueden asociarse peligrosamente con el potencial disruptivo de la volatilidad de los mercados globales, la desaceleración del crecimiento o los problemas de financiamiento a escala mundial. No parece buena idea navegar en medio de una tormenta con demasiados despelotes entre la tripulación y los pasajeros del barco.

Después de varias idas y venidas, la reputación e imagen presidencial han terminado en 2022 aún más dependientes de su desempeño como el gran gestor de la estabilidad económica. Ese es su gran capital frente a un cada vez mayor número de ciudadanos insatisfechos con una dinámica y dirigencia políticas que perciben alejadas de sus preocupaciones y atrapadas en sus obsesiones ajenas a la vida de las mayorías. Arce se salva un poco de esa terrible desilusión colectiva porque al menos mantiene los precios estables y protege al país de los vientos huracanados que azotan al resto del mundo. Pero si falla en eso, el descreimiento será del nivel de la actual confianza que aún conserva.

El problema es que el manejo de la economía en estos tiempos turbulentos no tiene nada de automático. Se han ganado dos rounds de la contienda y hay que reconocer al Gobierno esa labor, pero los dos próximos años no serán fáciles, los escenarios financieros externos siguen inciertos, la tarea estabilizadora seguirá siendo complicada y persistirá la tensión sobre los menguados recursos con los que el país cuenta para hacerle frente. La ruta de salida de la crisis es estrecha y la exigencia será cada día mayor, el Gobierno deberá estar listo para ello. 

Pero, queda claro, de igual modo, que mantener a flote la embarcación no es suficiente, es necesario construir un horizonte de llegada estimulante. No basta con sobrevivir sino se precisa imaginar y convencer a la ciudadanía de que hay una posibilidad de expansión y de construcción positiva del país y de su bienestar en el mediano plazo.

Me temo que el estado de ánimo en el año del bicentenario no será muy halagüeño o benevolente después de un quinquenio de estancamiento o lenta recuperación. Por ahora seguimos viviendo de las expectativas que generó la gran modernización y el ascenso social de las clases populares que se desencadenó entre 2009 y 2018. Las viejas glorias sostienen aún al oficialismo, evista o luchista por igual, pero el tiempo pasa y con ello nuestros recuerdos, esperanzas y gratitudes.

Por lo pronto, el discurso azul parece anclado en las viejas luchas, en la reivindicación de una identidad política potente pero que no incluye suficientemente el cambio que ellos mismos produjeron, poco abierta a los otros mundos que componen el Estado Plurinacional y a ratos pecando de una visión conservadora de la política. Hay que tener cuidado en que la insistencia en la estabilidad o la continuidad como valor supremo se confunda con la inercia y la falta de imaginación para repensar un país que cambió radicalmente y asumir audazmente las rupturas creativas que se deben proponer a la sociedad para que siga emancipándose.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.

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Sin brújula estratégica

/ 14 de enero de 2023 / 01:24

Pese a la gran movilización social que se produjo principalmente en Santa Cruz, los opositores siguen sin poder lograr una victoria contundente frente al oficialismo. Sigue faltando algo. Al final, los tiempos del conflicto los definen los azules y en el horizonte se perfilan más dudas que certezas acerca del sentido estratégico que podría articular a las variopintas oposiciones en el futuro.

El sentimiento de las bases opositoras es de frustración, por las expectativas no cumplidas, los recursos invertidos, el gasto emotivo asumido y un largo etcétera de costos de una movilización que prometía sacarlos del desierto. Por supuesto, el discurso hiperbólico exagerado de sus dirigencias tiene que ver bastante con ese mal sabor, pero hay cuestiones de fondo que merecen, de igual modo, ser encaradas.

Principalmente se sigue notando la ausencia de un norte estratégico, una narrativa coherente y un conjunto de acciones creíbles que ordenen a un mundo opositor heterogéneo e incluso contradictorio en sus intereses y pasiones. El antimasismo es un aglutinador necesario de esa diversidad, pero insuficiente para jaquear al adversario, sobre todo ahora en que varios segmentos de la sociedad le están dando la espalda a la vieja polarización.

La historia reciente nos ha mostrado los límites de la exacerbación del conflicto regionalista y la incapacidad de las centroderechas para hablar y referirse constructivamente a las cuestiones socioeconómicas y acerca de las identidades étnico-culturales. Temas cruciales en las sucesivas reconfiguraciones de la política y del Estado boliviano.

Convengamos que la combinación de un liberalismo económico, terriblemente teórico, y un republicanismo formal condimentado de prejuicios sociales y racismo no parecen ser muy seductores en una sociedad con amplios sectores populares, informales, con identidades muy influenciadas por sus orígenes indígenas y por los grandes mitos nacionalistas. Situación que no se resuelve, además, por la tendencia de los intelectuales y políticos de ese campo a no rediscutir esas ideas sino, al contrario, a molestarse con esas incómodas realidades.

De hecho, el único momento en que las oposiciones lograron poner contra la pared y derrotar al masismo fue cuando se apropiaron por algunos años de la bandera democrática, potente narrativa capaz de articular desde trotskistas decepcionados hasta la más rancia extrema derecha en función de un proyecto nacional positivo. Incluso el poderoso movimiento regionalista cruceño terminó articulándose en ese pilar común, haciéndose casi invisible.

El desenlace de ese jaque mate estratégico lo conocemos, aunque se debe precisar que en la jugada final confluyeron otros factores decisivos propios de un momento extraordinario, que difícilmente se repetirá, y los graves errores de gestión política del último gobierno de Morales.

Hoy, la tendencia es casi mecánicamente a leer la coyuntura con esos ojos, creyendo que la recreación del clivaje democracia-autoritarismo será nuevamente el elemento clave para la derrota del masismo, esta vez asociado a un potente proyecto soberanista federalista, enarbolado por Santa Cruz, que remplazaría al supuestamente agotado Estado Plurinacional, con el gobernador Camacho como el Moisés que guiará al pueblo opositor en su salida del desierto.

Sin embargo, me parece que la ecuación tiene, al menos, tres problemas. En primer lugar, la dificultad para ensamblar la idea de defensa de la democracia, que apela a toda la nación, con un soberanismo que naturalmente tiende a enfatizar las particularidades e intereses regionales y más concretamente de los del departamento que intenta hegemonizar el nuevo momento. En los tres meses de conflicto en Santa Cruz, fue bastante evidente que la “nacionalización” del ideal soberanista no funcionó, al punto que ahora se está volviendo a enfatizar la cuestión “democrática”.

Por si eso no fuera suficiente, la propia contradicción en torno a la “defensa de la democracia” parecería ser secundaria en estos días, por razones básicamente de contexto. En un mundo pospandémico en el que se perdieron las certezas socioeconómicas, las prioridades de la sociedad son fundamentalmente prácticas y materiales, la gente quiere seguridad, ante todo. Y si a eso se agrega la creciente desconfianza en todas las dirigencias políticas y el cansancio frente a los grandes relatos polarizadores abstractos, el círculo se termina por cerrar. Quizás es tiempo de hacer un verdadero reset en el software opositor.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.

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Paradojas y un deseo de fin de año

/ 31 de diciembre de 2022 / 01:34

Y llegó nomás a su fin un paradójico 2022. Lo que pudo ser un año marcado por la estabilidad económica terminó abollado por una política atrapada en sus excesos. En el balance, me parece que nadie ganó, pero tampoco implosionamos como algunos lo vienen anunciando desde hace años. Nuestra sociedad en toda su diversidad, sensata y trabajadora, sigue resolviendo y poniendo saludables pero silenciosos frenos a las obsesiones poco exaltantes de sus dirigencias.

Al igual que a inicios de año, sigo pensando que la economía es la cuestión central de la coyuntura global pospandémica y que al final están ahí los verdaderos avatares que pueden desestabilizar estructuralmente los escenarios de la política boliviana. Los desórdenes internos del oficialismo, las exacerbaciones federalistas y otros artefactos de la desbordada política nacional pueden provocar oleajes y alentar los temores, pero hasta por ahí mientras no se asocien con una economía tormentosa.

Esa es la paradoja del gobierno de Arce, en un contexto internacional dificilísimo consiguió un crecimiento económico moderado y un tipo de cambio y una inflación controladas. Estabilidad que fue determinante para amortiguar el malestar social alentado por el conflicto político. A veces, esos resultados suenan obvios, pero basta ver el costo de las subvenciones y el panorama social desolador en países vecinos para entender que requieren más que solo buena voluntad.

Por tanto, Arce hizo bien su principal chamba, pero, me parece que cosechará políticamente poco de ese desempeño impactado por una política que se le descompuso en el segundo semestre. Bien en economía, mal en política, tablas en lenguaje ajedrecístico, empate en futbolístico, cuando podría haber sido un jaque y una diferencia de un par de goles antes de irse al descanso esperando el segundo tiempo que tendrá su desenlace allá por 2025.

Como algunos equipos del mundial, el oficialismo y las oposiciones aparecen atrapados en sus viejos esquemas de juego, sacándole el jugo hasta más no poder a la maquinita polarizadora, la cual sigue sirviendo, pero apenas para conseguir un golcito solitario más por errores del adversario que por virtudes propias, o en el peor de los casos bloqueando todo, especulando con llegar a los penales y probar suerte. Mientras, las tribunas andan entre aburridas y cabreadas ante tanta falta de imaginación y sensibilidad con el espectador.

Polarizar sigue siendo rentable, aunque sus rendimientos sean decrecientes, para dirigencias concentradas en buscar los vítores de su barra brava. Lógica no del todo absurda pensando que el principal problema del oficialismo, hoy en día, es su cohesión interna y el de las oposiciones la búsqueda de algún discurso que apasione a sus huestes. El problema aparece cuando esas gesticulaciones aparecen desvinculadas de las preocupaciones de segmentos cada vez más numerosos de la población.

Pero, no sé, se percibieron también humores nuevos en este año, ahí escondidos por el barullo. Hay “señales débiles”, es decir aún no concluyentes pero llamativas, como dirían mis amigos prospectivistas, de cansancio y un creciente descreimiento social frente a este estéril panorama. El que canalice esas pulsiones quizás pueda cambiar las expectativas y empezar a abrir un nuevo momento, por lo pronto no hay nada en el horizonte.

Para acabar, me gustaría compartir con ustedes frases de un artículo del filósofo español Daniel Innerarity, La política hiperbólica, que me ahorró pensar en un cierre contundente para esta columna y que expresan mis deseos para el próximo año:

“La política actual se podría resumir así: palabras grandilocuentes, tono exagerado, gestos que sustituyen acciones, lenguaje bélico, escenificación de estar salvando algo que el adversario pretende destruir. (…) Y quienes contemplamos tanta pirotecnia no deberíamos dejarnos deslumbrar por los discursos enfáticos ni atemorizar ante los escenarios apocalípticos que anuncian. (…) Si en otras épocas el mejor ejercicio de ciudadanía madura y responsable era el compromiso o la movilización, hoy deberíamos aspirar a ser ese ciudadano escéptico que deconstruye los discursos con los que tratan de movilizarle”.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.

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