Rumbo a otra cosa
No basta que haya condiciones para la emergencia de un ‘outsider’ político para que este tipo de personaje aparezca
La detención del Gobernador de Santa Cruz y el zafarrancho que provocó solo han profundizado las tendencias políticas que ya se percibían al final del conflicto por el Censo: una llamativa estabilidad del gobierno de Arce, un debilitamiento de todas las dirigencias políticas, el agotamiento cada vez más evidente de la polarización y la aparición potencial de condiciones para escenarios electorales disruptivos en el horizonte de 2025.
Tanto afán para tan poco resultado podría ser una manera de reseñar la espiral de acontecimientos que se iniciaron con el rechazo a la postergación del Censo y que concluyeron en los “cabildos nacionales” de hace unos días. Al final, el tablero político experimentó pocos cambios sustantivos o rupturas como algunos auguraban o deseaban.
Las encuestas siguen ratificando un contexto en el que el bloque masista cuenta con el apoyo de alrededor del 40% de la población, sin cambios desde hace dos años, mientras un 30% sigue extremadamente irritado con el oficialismo, y el otro 30% anda ocupado en sus afanes y no parece muy interesado en la política.
En medio, Áñez y Camacho fueron detenidos, se organizaron tres cabildos, se acumulan más de 40 días de paros “indefinidos” en dos años en la urbe cruceña, se quemaron una veintena de instituciones, muchos ciudadanos tuvieron que sacrificar sus economías y vidas, se produjeron bloqueos, “cercos” y contracercos, y se gastaron ríos de tinta y de posts en redes sociales para glosar esa seguidilla de ch’ampa guerras. Pero, el Gobierno, aunque algo abollado, sigue en pie y, salvo algo realmente rarísimo, completará su mandato en 2025 como lo establece la Constitución.
Ese es el producto de la fortaleza social y política del masismo, que algunos insisten en no reconocer desde hace 15 años, y de un liderazgo presidencial que se reveló audaz, que utiliza sin complejo el poder institucional y que ejerce un sentido de autoridad que está sorprendiendo a más de uno. Por supuesto, nada de eso hubiera sido suficiente sin un clima social en el que la mayoría apuesta a la estabilidad y que entiende intuitivamente que para ello se deben cumplir los tiempos institucionales.
En ese sentido, me parece que la capacidad del Gobierno para controlar el reciente conflicto tuvo más que ver con el mayoritario sentimiento de rechazo al desorden y de desinterés en el conflicto, que con el fervor revolucionario de las masas populares o la simpatía por Arce.
La propia oposición radical parece haberse dado cuenta de eso después de más de medio año de idas y venidas: al final las resoluciones de los recientes “cabildos”, despojadas de los excesos verbales propios del momento asambleísta en el que fueron anunciadas, apuntan a una confrontación en el campo legislativo, enmarcado más o menos en la Constitución y en clave electoral. Esos opositores volvieron, de esa manera, a hacer política razonablemente democrática, lo cual está bien.
Pero todas estas escenas muestran, de igual manera, el modo zombi en el que está operando la polarización masismo-antimasismo. Ese problema perdió centralidad, pero seguirá siendo un rasgo importante del campo político, que no se debe subestimar, aunque únicamente tendrá fuerza o cobrará sentido si está asociado a otros fenómenos. Por lo pronto, ya no produce por sí solo mayorías, a lo más consolida grupos sectarios intensos. El encapsulamiento de Arce, Evo, Camacho y Mesa en sus tercios respectivos de convencidos es una demostración de esa realidad.
Frente a ese mundo crepuscular, emergen señales nuevas, todavía poco estructuradas, por lo pronto reflejadas en mucho malestar y desconfianza en toda la dirigencia política. Al igual que la mayoría apostó pasivamente por la tranquilidad, la persistencia del conflicto acompañada de un discurso político excesivo y estrafalario fueron alimentando el fastidio y la desconexión. En este momento, ningún dirigente político supera el 40% de opiniones positivas, la mayoría anda entre 20 y 30% y ese es un dato duro. Arce, que parecía con capacidad de posicionarse como un actor transversal a mediados de año, terminó encerrado en su bloque.
No obstante, falta mucho para que esto sea evidencia de una transformación de fondo. No basta que haya condiciones para la emergencia de un outsider político para que este tipo de personaje efectivamente aparezca. Tampoco se debe descartar que el viejo mundo político aprenda de estas señales y genere un aggiornamiento desde sus propias entrañas. Al tiempo.
Armando Ortuño Yáñez es investigador social.