Voces

Sunday 21 Apr 2024 | Actualizado a 23:40 PM

El Negro, el Pedro y el Édgar

/ 29 de enero de 2023 / 01:19

Les cuento esto ahora porque acabamos de abrir la caja mágica de la Alasita, pero el accidente ocurrió hace semanas ya. Negro, el más huasito de los cuatro gatos que me adoptaron, osó saltar hasta lo más alto del mueble de la tele y los libros; exactamente donde mi ekeko Pedro decidió establecer su trono, rodeado de las illas e ispallas que protege. Las illas son los cuerpos materiales: los billetes, las casas, los terrenos, los camiones, todo eso que no completa su sentido si no parte de la energía de las ispallas, que son las semillas, que es la vida misma. Sobra el espacio cuando juntamos lo esencial para ser plenamente felices, así que los brazos de este pequeño hombre, sin dificultad, lo abarcan todo y lo hacen posible. Volvamos al gato. En circunstancias poco claras, aparecieron pedazos de yeso, una escoba de miniatura y billetes de Alasita de varios cortes en el piso. No parecía grave. Sí lo era. Volviendo a poner todo en su lugar, quedó al descubierto el brazo faltante de mi buen Pedro. Dejemos el tema pendiente, ya preguntaremos a Édgar Arandia qué hacer, fue él quien nos regaló este ekeko, después de todo. Y justo, che. Édgar aparece vía WhatsApp en los últimos días para comentar una entrevista en el Piedra, papel y tinta. Aprovecho y le propongo una pequeña entrevista sobre el ritual del 24 de enero y, de paso, le informo que el Negro le rompió el brazo al Pedrito. Lo primero que me dice es que no bote el brazo roto. “Tarde”, respondo. “Ucha” leo; me preocupo. ¿Aurasti? El maestro Arandia se compromete a regalarme otro, ch’allado, con el cariño de un compadre. Eso sí, tengo que pedir disculpas a Pedro, devolverlo a la tierra, echarle agua para sellar el desagravio. ¿Dónde? “En el periódico”, sugiere el poeta. Tiene razón, más de un yatiri me recordó que nuestra montaña de Auquisamaña es una poderosa fuente de energía. “No te olvides que por el trabajo que tienes, debes cuidar tu coraza”, insistió. No faltará gente que quiere hacer daño. El nuevo ekeko que lo salvará todo ya está en camino, en su cajita, en la agencia de la calle Loayza, esperando llegar a su casa y que le ponga un lindo nombre.

En el feriado del 22 de enero, esperando la llegada de mi nuevo ekeko, llamo al padrino Arandia y le jalo la lengua para saber más y conectar mejor con este “dios de la abundancia”. No hay una historia oficial. Hay imágenes, hallazgos, hipótesis, mitos, historias que apuntan al lugar de origen, Tiwanaku. Encontraron, una vez que bajaron las aguas, cerca de la isla Titi ( quiere decir felino andino, lo que explica la travesura del gato), ofrendas que incluían a estos enanos jorobados con los penes erectos. Son las representaciones de esta suerte de vigilantes de la administración tiwanacota. El ekeko era como un cura, muy elegante. Velaba por las viudas, por los niños. Acompañaba al Apu, autoridad mayor en los territorios. Su enanismo le otorgó jerarquía. Con el tiempo, se divinizó a los ekekos, atribuyéndoles poderes. Hoy se los asocia con la fecundidad en su sentido más amplio; lo rodeamos de frutas, de choclos, de hojas de coca. Al principio fue un indígena desnudo y estaba acompañado por su pareja (lo de chacha warmi no es un cuento, les cuento); los abrigan las semillas de papa, de maíz, de quinua. Cambió su apariencia pero la colonia no pudo destruirlo y estar cerca de un ekeko sigue garantizando la fecundidad. Cambiaron su apariencia, como los indígenas llegados a la ciudad, se vistieron de cholos, trasladaron su fecha de celebración de diciembre a enero como parte de una negociación después de la derrota de Túpac Katari y Bartolina Sisa. Sin embargo, su entorno negoció para no desaparecer. De llevar las illas e ispallas el 24 de diciembre al niño Jesús, trasladaron los indígenas a enero. No importa, el espíritu es el mismo: Alasita. Según Arandia, el significado no es “comprame” sino “cambiaremos, intercambiaremos”.

¿Qué sentido tiene para ti el ekeko, Édgar? El sentido que le han dado mis abuelos, me asegura. Su abuelo, sastre elegante, sastre bailador, sastre exigente, le repetía al pequeño Arandia que la tierra estaba arrecha, lista para trabajarla. Por eso el ekeko es portador de vida y abundancia no en un acto de magia sino por el camino del trabajo. El marco de este ritual tiene que ser la fiesta. Las plantas oyen. Tiene que haber baile, música, para que las plantas crezcan rápido. Es el tiempo húmedo, femenino, viene el Carnaval y nos hace uno con la Pachamama. El 24 de enero, a mediodía, taypi, el tiempo hembra y macho, salimos a intercambiar nuestras illas e ispallas. En ese momento somos ricos, somos fecundos. Desear, pedir, ser felices sin ser codiciosos es la fórmula de la Alasita. Con esta fórmula le di la bienvenida a mi Ekeko Prudencio y a su pareja, Josefina. Los cuidaré, me cuidarán y se amarán.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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La nube y el deseo

/ 21 de abril de 2024 / 00:13

Si esta A no estuviera tan anclada en los contenidos periodísticos, ¿tendría la misma sensación de incertidumbre, de crisis, de pesimismo? ¿Un arquitecto que diseña un moderno edificio o una comerciante que vende jugo de mandarina compartirán estas percepciones nubladas de lo que el país y el mundo que lo sostiene presentan a estas alturas del año? Para salir de estos interrogantes viene bien dar un vistazo a algunas cifras. Hace no muchos días salió la última actualización del Informe Delphi, un estudio con liderazgos de todo el territorio que deja un retrato de país que puede cambiar.

Uno de los datos más llamativos es justo ése que confirma la percepción con la que arrancamos esta columna: cerca del 81% de los consultados sobre el rumbo del país cree que vamos por mal camino, el dato más negativo desde el 2020. Un porcentaje sobre el que se sostienen otros datos que dan un entramado de preocupaciones. Repasemos algunos insumos generales. Se cree que la situación política del país es mala, 45%; regular, 30%; muy mala, 19%; buena, 5%. Detrás de estas cifras tiene que estar la división dentro de las principales fuerzas políticas, la agresión, la mezquindad y la falta de propuestas a la altura de las circunstancias del momento boliviano.

En cuanto a la situación económica, los interrogados creen que es mala en un 37%; regular, en un 35%; muy mala, en un 21%; buena, en un 5%. Percepciones que están articuladas seguramente en las informaciones (o la falta de ellas) sobre los movimientos de la macroeconomía y de manera más sensible, lo que los individuos sienten día a día en los precios del café o del tomate, en la escasez de los dólares, en la falta de clientes, en el atraso de su salario, en la fluidez de los negocios individuales o familiares. Este termómetro tiene, lamentablemente (porque no es del todo justo), un peso determinante en las lecturas de los marcos ideológicos, en los ciclos políticos de un país o de una región logrando llevarnos a abrazar propuestas electorales radicales que ya acumularon un historial de más pobreza y desigualdad. Pero en la percepción manda el bolsillo y la angustia por el horizonte de lo que se trabajó y se acumuló con esfuerzo.

La cereza de los datos precedentes es que se ha instalado la percepción de que el futuro no va a poner estos porcentajes en rutas inversas. Si nos vamos a anteriores mediciones, la gestión de la economía boliviana permeaba mejor las percepciones pesimistas pese a las ya adultas crisis en la política. Hoy, lo predominante es que la cosa está mal y que puede empeorar pese al notable control de la inflación, pieza clave en los comportamientos de las sociedades.

El termómetro boliviano parece marcar, por otro lado, una alta preocupación por la conflictividad en el país. La polarización no duerme, se alimenta de odios e intolerancia. Hay que decir, al mismo tiempo, que dos tercios creen que al final del camino podremos resolver estas diferencias pacíficamente y no en un enfrentamiento violento. En medio de estos porcentajes está la confianza, un valor en la economía. Como el amor en la estabilidad de nuestras relaciones nucleares. Si la gente confía, la economía se aceita.

Esta A confía esencialmente en la gente. Hace pocos días, el centro de la sede de gobierno volvió a cerrar principales arterias debido a bloqueos de trabajadores municipales que decidieron que sus reclamos van a poner el tablero complicado al Negrito, el alcalde. Así, El Prado presentaba, en su punta, unas enormes pancartas y objetos de bloqueo mientras que su largo cuerpo de calzada y acera florecía de gente. ¿De dónde sale tanta gente? La luz del día iba cediendo a una fresca noche paceña anunciada en las calientes pipocas del carrito empujado por la joven vendedora que alterna entre la sal y el cobro por cada bolsita. Más adentro, la venta de camperas, de camisas. Los grupos de amigos, riendo de cualquier cosa, con sus papas bañadas en salsa. En plena calle, los autos han sido cambiados por zapatillas a 80 o 60 bolivianos; todos los números disponibles. Un paraíso de llaveros coloridos a 5 pesos. Los perros de la noche, con dueño o callejeros, sellando con sus patas el encanto de este tiempo de la risa, de la venta, del antojo, del paseo sin prisa, del deseo de una Bolivia que quiere vender más, comprar más, encontrarse más, confrontarse menos, cruzarse en las calles, darse un beso inesperado.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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183 pedazos

/ 7 de abril de 2024 / 04:18

Esta semana hubo un encuentro para comentar los resultados de la última encuesta de “Unámonos”. Se trata de una iniciativa desprendida de la preocupación por el impacto de los conflictos y la violencia política en los bolivianos. La idea de partida es que nuestras polarizaciones crónicas están lastimando el tejido social. Es un proyecto financiado por Alemania a través de sus fundaciones Friedrich Ebert y Konrad Adenauer.

El documento en cuestión pone sobre la mesa de debate la salud de la democracia y la salud mental de la sociedad boliviana asumiendo que la polarización política es un factor compartido en gran parte de las sociedades actuales. Un denominador común que se alimenta de desigualdad, desconfianza y desinformación. La pesadilla perfecta.

Ana Lucía Velasco escribe en su introducción a este documento que hay algo inflamado, adolorido (no se puede reponer lo roto, sí se puede aliviar lo que duele, cree esta A lastimada y adolorida). Propone mirar el impacto de la polarización en la salud mental de la sociedad. Interesante, novedoso en nuestro contexto y bastante debatido por quienes fuimos invitados a comentar la encuesta. Ésta habla de “correlaciones positivas y altamente confiables entre salud mental y niveles de polarización política, agravadas además por una importante brecha entre oriente y occidente”. Lo último apunta a que, en función del lugar boliviano donde nos encontremos, la “experiencia de país” varía significativamente. ¡Vaya hipótesis de lectura!

Una de las columnas vertebrales de este estudio reposa en la idea de que la polarización boliviana no está tan basada en diferencias ideológicas como en posturas netamente políticas. O sea, “la política por la política y no las diferencias de pensamiento”. Desafiante idea que pide, a coro, doble o triple verificación.

En los resultados concretos, vale la pena subrayar un par de cifras: a un 52% de la gente le cuesta hablar con un “otro”; un 41% cree que no puede expresar libremente su descontento con los partidos políticos; entre el 2022 y el 2023, la cifra de los polarizados bajó en un punto porcentual; entre el 2022 y el 2023, la cifra de los “altamente polarizados” bajó en cinco puntos porcentuales; a finales del 2022, el 70% de la población estaba polarizada y el 2023, esta cifra bajó a 64%. Y la cereza: un 22,25% ha cortado lazos con familiares, amigos o colegas por su postura política sobre la crisis del 2019.

Es lógico que la polarización baje el volumen, no se puede estar enojado tanto tiempo, pero no por ello debemos olvidar que, como ratifica este estudio, mientras más polarizados estemos, menos motivación sentimos para trabajar por un mejor país. La polarización libera pesimismo, desaliento; la polarización perfora la comunidad. Las energías negativas transitan todavía por las venas nuestras y hoy explican que un 64,5% (nada menos) de los bolivianos tenga miedo a que la confrontación nos lleve a lamentar muertos y heridos, lo que le pone el sello indiscutible de que la agresión verbal, las violencias, las confrontaciones, las heridas de bates, de palos, de piedras o de balas, las muertes, la discriminación, la intolerancia o simplemente el racismo, siguen nutriendo los ríos de sangre que nos separan. Son ríos que no nos dejan cruzar al frente, son ríos que nos pueden llevar por delante.

El informe termina puntualizando que los bolivianos no somos tan diferentes como pensamos, sucede que no nos conocemos. También insiste en que dependiendo del departamento donde uno radica, se experimentan diferentes temperaturas de polarización. Finalmente, ratifica que sí existe una relación entre estar polarizado y presentar síntomas más o menos preocupantes en nuestra salud mental. Y sí, cómo no tomar en serio las palabras del periodista español Antonio Martínez Ron cuando describe: “La polarización política afecta a tus niveles de atención, a tu memoria y atiza tus emociones generando una espiral que nubla la razón. También puede provocar consecuencias físicas: ansiedad, trastornos del sueño y hasta taquicardias”.

La foto de una mujer sosteniendo el cuerpo ensangrentado de su pequeño en medio de las bombas y la destrucción también impacta en nuestro cerebro, también hace tambalear los pilares de nuestras creencias, también dinamita nuestras ilusiones, también abre las puertas de la desesperanza y nos rompe en 183 pedazos el corazón. Son los 183 días de la pesadilla en Gaza.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista. 

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La A de Anaís

/ 24 de marzo de 2024 / 01:33

No hay columna honesta si esta A no comienza admitiendo que en casa no hubo gran expectativa por el día del Censo. Ni siquiera fue un tema a comentarse en la cena, nuestro congreso en la cocina cada final de jornada. Solo se tenía en mente y en agenda que no se salía en todo el día. El único cabo suelto: ¿podremos sacar a Frida y Diego a que hagan pis?

Así, en medio del tra la la del trabajo, del colegio, de las tareas, de los trámites pendientes, de los quehaceres que siempre están haciendo fila en la mente, llegamos al sábado 23 de marzo. Dormiremos como reyes. Nada, señoritos, hay lecciones por preparar, textos por escribir, páginas por revisar, llamadas por hacer… Por suerte nos pusimos en ruta antes de las ocho porque nuestra censista llegó sobre las nueve de la mañana. Mi vecino en el edificio nos informa que el equipo del Censo llegó y que comenzará por el último piso. Fue solo en ese momento que nos entró en la mente la verdadera dimensión del Censo. Es verdad, esto es serio, están aquí.

Comenzamos todos a correr de aquí para allá. Llegaba la visita. Y así, el Estado tocó a nuestra puerta. El Estado era una joven boliviana, alta, delgada, universitaria de 22 años (eso me chismeó mi vecina), cabello negro bien sujetado en una cola, lindos ojos obscuros, poco maquillaje. Muy amable, diría dulce, se identificó e inmediatamente la invitamos a nuestra sala. Nosotros mirábamos su chaqueta negra, su jean y sus zapatillas blancas mientras Anaís ponía en orden sus documentos, con lápiz en mano, comenzó el cuestionario.

Cuando hubo que determinar quién es jefe de hogar, ella fue testigo de miradas cruzándose sin semáforo. Comenzamos. Gracias a la seriedad y amabilidad de la joven terminamos antes de lo que imaginamos. Se disculpó de no aceptar ni el jugo ni el café que le ofrecimos. Cuenta mi vecina que ya en el piso dos dio luz verde a una gelatina de color con plátano.

Llenado el cuestionario, cerramos la puerta después de dar las gracias y despedirnos. Y entonces el Censo tuvo una primera evaluación en mi pequeña comunidad. Qué afable, qué seria, qué bien hizo su trabajo Anaís. Comenzamos a imaginar entonces todo lo que se puede hacer con esa enorme estadística pronto a disposición. Cuántos somos, cómo vivimos y cómo nos reorganizamos en políticas públicas y en asignación de recursos. Sólo en ese momento se hizo de carne y hueso el operativo más grande de nuestra historia. Sólo en ese momento pensamos, de verdad que, como Bolivia, nos estamos mirando al espejo.

Un día de encierro entre nuestras paredes precedido de un día en el que se despliega una de nuestras innegables características como sociedad: correr a los mercados, armar filas kilométricas en los supermercados, hacer la lista mental de lo que nos puede faltar durante 24 horas sin salir, sobre todo sin comprar. ¿Y heladitos para el postre? A correr a la tienda, que todavía está abierta.

Esa mañana se fue Anaís con su mochila rosada y plomo, con su cabello negro bien recogido y su buena educación. Y pasaron las horas restantes entre nosotros, los habitantes del mejor lugar del mundo. Solo entre nosotros. Como en otros momentos de la historia última de nuestro país. La gran y esperanzadora diferencia es que este sábado nos quedamos en casa no porque una inconmovible pandemia nos puso contra la pared, llevándose a los nuestros, o encerrándolos y atemorizándolos hasta debilitarlos en su más íntima esencia como hizo ella con mi papá. Nos quedamos en casa no porque el país se está partiendo entre quienes creen que hubo fraude en las elecciones y quienes denuncian un golpe, todos alrededor de la gran fogata del odio y la desconfianza, todos testigos de las muertes de nuestros compatriotas. Nos quedamos adentro no porque temíamos que ese enemigo que construimos se entre a nuestra casa o a nuestro edificio para agredirnos, para violentarnos, para incendiarlo todo. Nos quedamos en casa para esperar a Anaís y ofrecerle un jugo o un café. Nos quedamos en casa para encontrarnos con ese otro que también posee en sus manos este país. Nos quedamos en casa para comunicarnos de alguna manera con quienes viven arriba, abajo, al lado, al frente y descubrirnos parte de una comunidad. Nos quedamos en casa para volver al núcleo de los más cercanos en absoluta tranquilidad y sentirnos acompañados, abrigados, en paz. Responder a las preguntas de Anaís, fue, para los míos, tomar conciencia de la infinita fortuna de vivir juntos, de estar sanos, en la tranquilidad de contar con un techo, en la alegría de contar con un trabajo, en el milagro de compartir pan en la mesa. El mundo se detuvo para reencontrarnos.

 Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista. 

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La toma de la Bastilla

/ 10 de marzo de 2024 / 00:35

Este 8 de marzo las mujeres tomaron nuevamente la Bastilla. La libertad garantizada de abortar será inscrita en la Constitución después de que el Congreso extraordinario de las dos Cámaras tomara una decisión histórica: 780 legisladores reformaron el texto constitucional en el Palacio de Versailles, a la izquierda, bien a la izquierda de París. Así, en medio de aplausos y silenciosas lágrimas de mujeres, Francia se convierte en el primer país del mundo en gritar este derecho hoy constitucional. Es el resultado de décadas de batallas feministas que recuerdan el carácter revolucionario francés.

Ancianas y jóvenes que salieron a las calles a festejar esta nueva revolución repitieron frente a los micrófonos de los medios que se pateó la puerta de la Constitución después de alarmas que sonaron en otros puntos del planeta como en Estados Unidos, donde la decisión de la Corte Suprema en 2022 de dejar de reconocer el aborto como un derecho a nivel federal abrió nuevamente la noche para mujeres que arriesgan su vida en la práctica de abortos clandestinos. No es el único retroceso de estos últimos tiempos. Miren, chicas, al despeinado libertario Javier Milei. Mírenlo, mírenlo. Y escúchenlo también: se declaró, por enésima vez, opuesto al aborto en Argentina, justo dos días antes del Día Internacional de la Mujer. El ultraliberal lo dijo alto y claro delante de estudiantes del colegio Cardenal Copello: “el aborto es un asesinato agravado por el vínculo”. Calificó de asesinos de pañuelos verdes a quienes apoyaron la interrupción del embarazo en Argentina hasta la semana 14 de gestación hace apenas unos meses. Y no es todo. El despeinado también ha prohibido el lenguaje inclusivo y otras políticas referentes a la perspectiva de género en todo el aparato público nacional. Le dijo “¡fueraaaaa…!” a la letra e; le dijo “’¡fueraaaaa…!” a palabras como “todes”. Nada de arroba, nada de x, nada de “soldada” ni de “presidenta”, nada de Ministerio de las Mujeres, nada de continuar con la despenalización del aborto en la tierra de Borges, nada de nada… ¡Viva la libertad de prohibir, carajo! Como si las urgencias económicas a las que tiene que hacer frente Argentina pasaran por una letra.

Estas políticas que apuntan a la igualdad entre hombres y mujeres o entre mestizos e indígenas o entre nacionales e inmigrantes no dejan dormir a los inquilinos del poder en Estados Unidos, en Argentina o en cualquier país donde la gente los haya votado. Son poderes puestos por una votación popular, ciertamente. Y eso es democracia. Pero también implica un triste retroceso en acciones igualitarias y democráticas.

Creer en la lucha contra la discriminación de indígenas o afros debería ir de la mano de las reivindicaciones de las mujeres. Creer en la dignidad del ser humano no puede divorciarse de la bronca cuando se recuerda que más de cuatro millones de niñas corren el riesgo de ser sometidas a mutilación genital; que hay lugares donde ellas no pueden tener bienes y otros donde se permite que el hombre viole a su esposa; o que habrá igualdad jurídica total para las mujeres dentro de 300 años.

Mientras la Presidenta de la Aduana Nacional cuente que cuando asiste a una reunión con un asesor, su interlocutor la puentea con la mirada para solo dirigirse al varón que está a su lado; mientras la Embajadora de Francia cuente que muchos asumen que el Embajador es su adjunto solo por el hecho de ser hombre o cuando el administrador de mi edificio maltrate a mi vecina por ser una mujer de la tercera edad, no dormiré tranquila. Ni callaré. Ni me cruzaré de brazos. Tomaré la Bastilla con quien quiera acompañarme.

 Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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Si volvieran los dragones

/ 25 de febrero de 2024 / 00:36

Alista sus maletas el llovido febrero y, así, entre la celebración del Año Nuevo, la esperanza de las Alasitas y la euforia carnavalera, se fueron dos de los doce meses de un 2024 que se anunció cargado de desafíos, un 2024 que para los chinos es el año del Dragón, un animal que representa la fuerza, la valentía, la sabiduría y, afortunadamente, también el éxito. Es justo todo lo que nos hace falta. Como cantaron Joaquín Sabina y Fito Paez, si volvieran los dragones…

Si la angustia no tuviera tantos meses

Si pudiera huir de esta ciudad

Si el milagro de los panes y los peces

Consiguiera darnos de cenar

Se dice que este Dragón de Madera traerá evolución, mejora y abundancia. Pensarán ustedes que esta A enloqueció y con razón. ¿De qué evolución o mejora podemos hablar si en estos mismos minutos los habitantes inocentes de Gaza han sido arrinconados, bombardeados, expulsados por la violencia y la muerte de sus cercanos? Ni Naciones Unidas logra un cese al fuego; volvió a ejercer su veto Estados Unidos. Ni el reclamo del presidente brasileño Lula ni el apoyo del colombiano Petro o el boliviano Arce pueden detener el miedo, el hambre, el infierno en este lugar lejano. ¿Qué evolución y mejora promete la destrucción que la guerra entre Rusia y Ucrania va profundizando cuando el tiempo pasa y solo pisa? ¿En qué abundancia podemos creer en tiempos de cada vez mayor concentración de la riqueza y cada vez mayores niveles de pobreza? ¿Cómo se ordeña la sabiduría de este Dragón para que nos dé la fórmula del control de la inflación, la vacuna contra la pobreza, la pócima que nos libre de los sacudones de este eclipse geopolítico? ¿Bajo qué techo nos refugiamos mientras se reacomodan las piezas de este nuevo orden multipolar que tanto se anuncia en los medios? Se dice que el Dragón tiene energía. ¿Le alcanzará para alargar sus extremidades hasta América Latina y con sus garras levantar los gusanos de la extrema derecha, los gusanos de la discriminación y el odio? ¿Podrá nuestra tierra americana, latina y materna volver a ser un nido tibio, un lugar seguro en el mundo? ¿Le importará al Dragón chino nuestra tierra y los seres que la habitan? Uno nunca sabe; de pronto sí es posible que las alas del animal se fusionen con las alas de las Alasitas. Alas de Dragón de Madera, Alasitas, alarila, que su generosidad multiplicada nos traiga abundancia. O que por lo menos nos traiga paz.

Abramos la imaginación de este Estado Plurinacional: de repente los brazos abiertos del Ekeko, cargando sobre su espalda el alado reptil corpulento, pueden calmar la furia de las lluvias de estos meses iniciales. Esta A quiere creer que ya no tendremos que llorar más a personas enterradas por sordos derrumbes, que los animales no serán más el alimento de los desbordes de ríos indomables, que no perderemos más casas, que el agua no se llevará nuestras cosas, que no se perderán nuestros cultivos, que no nos arrebatarán más el pan nuestro de cada día. Y ya que estamos, por qué no deseamos que este Dragón de Madera que puede respirar agua, que puede polimorfizarse, lance conjuros para detectar mentiras en este penoso momento político que nos está dejando sobre la gran alfombra de la incertidumbre. Ni el MAS evista, ni el MAS arcista, ni las alas dispersas de Comunidad Ciudadana, ni los pedazos que volaron por los aires de Creemos ni los viejos candidatos que siguen comprando boletos para las elecciones, ni los nuevos aventureros de las redes parecen haber encontrado una propuesta seductora, convincente, frontal, clara, con futuro largo para una Bolivia duramente golpeada el 2019, diezmada por la pandemia, agotada por los grandes desacuerdos, confundida por las grietas de las debilitadas fuerzas políticas, temerosa por las rajaduras en los muros de nuestra economía, jaloneada por los discursos polarizantes. Dicen que los dragones traen suerte y bendicen. ¡Qué marche una orden de suerte y bendiciones con papas!

¿Qué más? Que el Dragón de Madera que llegó el 10 de febrero nos vista de energía y se una a los dragones de Sabina y Paez.

Si volvieran los dragones a poblar las avenidas De un planeta que se suicida

Mientras tanto, queda cultivar nuestro jardín, como aconsejó Cándido, el personaje sufrido de Voltaire. Cultivemos nuestro jardín, arreglemos nuestra casita, abriguemos a los nuestros, alegrémonos con nuestros animales, riamos sin restricciones. Agradezcamos todo lo bueno que tenemos, que no es poco. Pidamos, como en la larga noche de la pandemia, estar juntos, sanos, en paz. Escoltemos nuestras horas de sueño, multipliquemos las sonrisas, incluidos los lunes. Tejamos mantas de ternura mientras pasa la tormenta allí afuera.

Llueve y hace frío en este febrero 2024, el más huérfano de mis febreros.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista. 

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