El Negro, el Pedro y el Édgar

Les cuento esto ahora porque acabamos de abrir la caja mágica de la Alasita, pero el accidente ocurrió hace semanas ya. Negro, el más huasito de los cuatro gatos que me adoptaron, osó saltar hasta lo más alto del mueble de la tele y los libros; exactamente donde mi ekeko Pedro decidió establecer su trono, rodeado de las illas e ispallas que protege. Las illas son los cuerpos materiales: los billetes, las casas, los terrenos, los camiones, todo eso que no completa su sentido si no parte de la energía de las ispallas, que son las semillas, que es la vida misma. Sobra el espacio cuando juntamos lo esencial para ser plenamente felices, así que los brazos de este pequeño hombre, sin dificultad, lo abarcan todo y lo hacen posible. Volvamos al gato. En circunstancias poco claras, aparecieron pedazos de yeso, una escoba de miniatura y billetes de Alasita de varios cortes en el piso. No parecía grave. Sí lo era. Volviendo a poner todo en su lugar, quedó al descubierto el brazo faltante de mi buen Pedro. Dejemos el tema pendiente, ya preguntaremos a Édgar Arandia qué hacer, fue él quien nos regaló este ekeko, después de todo. Y justo, che. Édgar aparece vía WhatsApp en los últimos días para comentar una entrevista en el Piedra, papel y tinta. Aprovecho y le propongo una pequeña entrevista sobre el ritual del 24 de enero y, de paso, le informo que el Negro le rompió el brazo al Pedrito. Lo primero que me dice es que no bote el brazo roto. “Tarde”, respondo. “Ucha” leo; me preocupo. ¿Aurasti? El maestro Arandia se compromete a regalarme otro, ch’allado, con el cariño de un compadre. Eso sí, tengo que pedir disculpas a Pedro, devolverlo a la tierra, echarle agua para sellar el desagravio. ¿Dónde? “En el periódico”, sugiere el poeta. Tiene razón, más de un yatiri me recordó que nuestra montaña de Auquisamaña es una poderosa fuente de energía. “No te olvides que por el trabajo que tienes, debes cuidar tu coraza”, insistió. No faltará gente que quiere hacer daño. El nuevo ekeko que lo salvará todo ya está en camino, en su cajita, en la agencia de la calle Loayza, esperando llegar a su casa y que le ponga un lindo nombre.
En el feriado del 22 de enero, esperando la llegada de mi nuevo ekeko, llamo al padrino Arandia y le jalo la lengua para saber más y conectar mejor con este “dios de la abundancia”. No hay una historia oficial. Hay imágenes, hallazgos, hipótesis, mitos, historias que apuntan al lugar de origen, Tiwanaku. Encontraron, una vez que bajaron las aguas, cerca de la isla Titi ( quiere decir felino andino, lo que explica la travesura del gato), ofrendas que incluían a estos enanos jorobados con los penes erectos. Son las representaciones de esta suerte de vigilantes de la administración tiwanacota. El ekeko era como un cura, muy elegante. Velaba por las viudas, por los niños. Acompañaba al Apu, autoridad mayor en los territorios. Su enanismo le otorgó jerarquía. Con el tiempo, se divinizó a los ekekos, atribuyéndoles poderes. Hoy se los asocia con la fecundidad en su sentido más amplio; lo rodeamos de frutas, de choclos, de hojas de coca. Al principio fue un indígena desnudo y estaba acompañado por su pareja (lo de chacha warmi no es un cuento, les cuento); los abrigan las semillas de papa, de maíz, de quinua. Cambió su apariencia pero la colonia no pudo destruirlo y estar cerca de un ekeko sigue garantizando la fecundidad. Cambiaron su apariencia, como los indígenas llegados a la ciudad, se vistieron de cholos, trasladaron su fecha de celebración de diciembre a enero como parte de una negociación después de la derrota de Túpac Katari y Bartolina Sisa. Sin embargo, su entorno negoció para no desaparecer. De llevar las illas e ispallas el 24 de diciembre al niño Jesús, trasladaron los indígenas a enero. No importa, el espíritu es el mismo: Alasita. Según Arandia, el significado no es “comprame” sino “cambiaremos, intercambiaremos”.
¿Qué sentido tiene para ti el ekeko, Édgar? El sentido que le han dado mis abuelos, me asegura. Su abuelo, sastre elegante, sastre bailador, sastre exigente, le repetía al pequeño Arandia que la tierra estaba arrecha, lista para trabajarla. Por eso el ekeko es portador de vida y abundancia no en un acto de magia sino por el camino del trabajo. El marco de este ritual tiene que ser la fiesta. Las plantas oyen. Tiene que haber baile, música, para que las plantas crezcan rápido. Es el tiempo húmedo, femenino, viene el Carnaval y nos hace uno con la Pachamama. El 24 de enero, a mediodía, taypi, el tiempo hembra y macho, salimos a intercambiar nuestras illas e ispallas. En ese momento somos ricos, somos fecundos. Desear, pedir, ser felices sin ser codiciosos es la fórmula de la Alasita. Con esta fórmula le di la bienvenida a mi Ekeko Prudencio y a su pareja, Josefina. Los cuidaré, me cuidarán y se amarán.
Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.