¿Un brillo labial?
Últimamente, he estado pensando en el brillo de labios. En el olor empalagoso del brillo Vanilla Birthday Cake que definió mis últimos años de adolescencia, embadurnado en una capa tan gruesa que había que estar lista para a) cubrirte la boca cuando caminabas al aire libre, no fuera a ser que el viento hiciera que se pegaran residuos a tus labios pegajosos y b) estarte despegando el pelo de los labios todo el tiempo.
En cómo nos prestábamos estas cosas entre amigas, a las que cada una le aplicaba sus gérmenes, sin que el mundo aún estuviera preocupado por la pandemia de COVID. He estado pensando en el brillo de labios y su sutil participación en las complejas relaciones entre adolescentes, a la luz de la reciente revelación del gran desaire real con el brillo labial: Meghan Markle le pide a Kate Middleton que le preste su brillo, y Kate lo hace con reticencia. Al parecer, en algún momento de 2018, Meg y Kate estaban en un evento juntas y Meg olvidó su brillo. Pensando que su futura cuñada estaría feliz de prestarle el suyo, Meghan le preguntó si podía tomar un poco, a lo que Kate accedió a regañadientes. Como lo describe el príncipe Enrique, en un pasaje de su reveladora biografía, Spare: En la sombra: “Meg apachurró el brillo y se puso un poco sobre el dedo, para luego esparcirlo sobre los labios. Kate hizo una mueca”. Esto, según el duque de Sussex, fue “algo estadounidense”.
La lingüista Deborah Tannen, quien ha estudiado los patrones de comunicación de las chicas (pero que nunca ha compartido brillo labial con sus amigas), señala que es común entre las adolescentes comunicarse y crear vínculos mediante estos rituales de cercanía que no necesitan explicarse. La lingüista compara compartir brillo labial con compartir secretos; es una manera de demostrar vulnerabilidad y confianza mutuas. Lo cual me remite al tema de Kate y Meghan.
Ahora ya somos adultas y tal vez tengamos más consideración con la higiene que antes; tal vez las niñas británicas tenían maneras más higiénicas de vincularse. Pero para aquellas que crecimos prestándonos Lip Smackers o Juicy Tubes, ese momento tenía algo de conmovedor. Puede que Meghan necesitara un poco de hidratación en los labios. O puede que solo fuera una chica acercándose a otra, tanteando con delicadeza los límites de su relación con una simple pregunta: ¿Me prestas tu brillo de labios?
O quizá solo me estoy proyectando. Hace unos años, me topé con un brillo de labios Vanilla Birthday Cake mugriento, escondido en un cajón en casa de mis padres, junto a un Softlips, que había conseguido sobrevivir dos décadas y una mudanza. Aquel olor dulzón y almibarado, como un glaseado pasado —si sabes de esto, lo sabes— me llevó en un santiamén de vuelta a la secundaria y a las chicas que colorearon aquella experiencia. Daba algo de náuseas. Pero también olía a amistad.
Jessica Bennett es columnista de The New York Times.