Dos Perús y sus muros profundos

Más de mes y medio de movilizaciones sociales sacuden al Perú. Más de medio centenar de muertos, un millar de heridos y 300 detenidos. La mayoría de los fallecidos son jóvenes y por armas de fuego. ¿Qué es lo que a la gente moviliza en el sur del Perú y en casi en todo este país? ¿Y Lima?
Dos hechos han salido a relucir. El “arte” de gobernar es matar indios, para con ello también matar la política. Uno de los poderes públicos de primer orden es el Parlamento, que hoy es repudiado porque es el contrasentido del Perú levantado. Como dice el sociólogo H. Bejar, es “insostenible todo esto que huele a putrefacción”. El Estado de Lima, grupos empresariales con propiedad de un Estado de reducido territorio, es un Estado que hoy se muestra tal cual ha sido históricamente. Es un Estado insostenible por la gravedad de sus condiciones a su interior y sus regiones. Este grupo, al parecer, no conoce el país, porque lo trata como otro país. Dina Boluarte ha dicho que “Puno no es Perú” y por eso se los trata como extranjeros.
La sociedad limeña es una sociedad que mira al mundo de afuera (Europa o EEUU), que al de adentro. Y por lo mismo ha levantado muros que separan entre barrios de ricos y pobres. El muro de Berlín ha caído hace mucho tiempo, pero en Lima los muros son una especie de propiedad de un sistema de apartheid. El diario BBC de Londres (2015) habla en un artículo del “muro de la vergüenza”. Se refiere específicamente a Las Casuarinas (ricos) y Pamplona Alta (barrios de los pobres). Esta es la periferia y mundo aparte del limeño.
El Perú del sur es otro país. Se mueve a otro ritmo y su experiencia de vida social o económica es diferente a Lima. Las actuales movilizaciones no son solo populares, sino de ellas participan activamente las emergentes élites aymara-quechuas. Su fisonomía como movimiento es más compacta que el titubeante Estado de Lima. De hecho, Lima vive partido geográficamente en dos y sus subjetividades son profundamente escindidas. Los que llegan de las provincias tratan de inhibirse debajo de ella y otros luchan por saltar a ese mundo de Lima señorial. El resto simplemente no puede porque los muros son separaciones geográficas, sociales y económicas. La Lima profunda vive desposeída de un Yo porque vive en la sombra de su propia historia.
Esta ciudad vive en profundos miedos, tanto de quienes llegan a ella y de quienes la habitan hacen 500 años. Unos miran a los otros con miedo y otros, los señores, miran a esos “otros” como su radical contra. Para que no sea tan radical, se ha invisibilizado a los indios mediante el arte muerto para solo exponerlos en su pasado, que su historia real del presente. El proyecto es destruir al indio que se lleva dentro y su historia.
Son dos Perús que se miran como ajenos. Unos están para matar indios y otros para resistir desde sus mitos, canciones, los lenguajes políticos y actividades económicas. El Perú profundo es un mundo que se mueve en un camino diferente al de la Lima gobernante. Cada uno tiene su mundo y los muros son la mejor expresión de estas dos realidades. La idea de mestizo es en algún sentido arrimado a un vacío, porque niegan a sí mismo su origen para hablar solo de clase y no de problemas de racismo y de etnicidades. La izquierda es casi colonial.
En esa frontera existe otra tragedia. Algunos que son funcionarios del Estado se sienten parte del mundo de los señores, aunque nunca podrán ser admitidos en esos espacios. Se ha observado que jueces de apellidos aymaras sentencian a luchadores sociales aymaras en Puno. Es un dato para entender cómo la ideología del negacionismo es referente interior y profundo del Estado de Lima. Esto atraviesa el mundo militar, policial y el mundo de los jueces. La pedagogía que se enseña es negarse a uno mismo y a definir a los “otros” como enemigos profundos.
Perú es un país imposible, puesto que el apartheidlimeño es la negación absoluta del resto del país. Ese país urbano solo se reconoce en su laberinto de lamentos y miedos. La literatura peruana es muy elocuente sobre ese hecho. José María Arguedas, literalmente habla del alma del país destruido que él mismo la vivió. J. C. Mariátegui hablaba del indio serrano como paria de un país costeño y colonial.
Ese es el país escindido en alma y en territorio. Dos países de espaldas uno del otro. Por eso se mata de manera alevosa y abierta para luego justificar esas muertes de modo escalofriante. Solo se cuenta los números como si eso fuera lo más importante. Y no se cuenta la historia ni la vida de esos muertos. Por eso cuando el indio aparece en la escena se enciende casi toda la prensa para no bajarlos de terrucos y hordas. En eso la prensa limeña es efectiva porque es parte de ese otro lado de la frontera. Si el Estado de Lima es violento, la respuesta es violenta. Ahí está el matriz de la violencia en sus 200 años y 500 años de la colonia. Aunque el Estado de Lima parece tener tiempos de caducidad ya definida.
Pablo Mamani Ramírez es sociólogo.