Voces

Friday 10 Mar 2023 | Actualizado a 12:06 PM

El MIR sucumbió, queda el recuerdo de sus héroes

/ 5 de febrero de 2023 / 00:51

El año 1971 apareció en la palestra pública del país el Movimiento de la Izquierda Revolucionara (MIR). No fue un surgimiento instantáneo, sino el resultado de un proceso de articulación de varias fracciones políticas, entre las que se puede mencionar a un sector del ELN-PRTB (resabios del llamado “foquismo” guerrillero), algunos desencantados del maoísmo, otros desprendidos del “movimientismo” (MNR) y un puñado de intelectuales independientes. Pero, en lo fundamental, la corriente que proporcionó la plataforma y el liderazgo al naciente MIR fue la “democracia cristiana revolucionaria”, desprendimiento esencialmente juvenil del Partido Demócrata Cristiano, fracción que vino en llamarse PDC-R (revolucionario) y cuyo indiscutido líder era Jorge Ríos Dalenz, ejecutado en el exilio chileno durante el golpe fascista de Pinochet.

¿Qué pasó con el MIR en los casi 10 años posteriores, desde su aparición formal en septiembre de 1971 hasta la matanza de ocho de sus dirigentes en enero de 1981? Sin duda fue un largo periodo de crecimiento y consolidación, tanto de sus instancias organizativas como de su creciente influencia en amplios sectores de las capas medias: universitarios, profesionales, trabajadores asalariados; importantes núcleos campesinos e incluso en el sector proletario minero, entonces considerado la columna vertebral de las luchas sociales.

Es obvio que tal proceso estuvo acompañado de fuertes debates internos que fueron configurando en el seno del MIR corrientes ideológicas y visiones diferentes que derivaron en la creación de nuevos partidos como MIR-Masas, MIR-Bolivia Libre, Movimiento Sin Miedo, Sol.bo y otros. El MIR ya no existe, pero con sus luces y sombras, lo que podría llamarse la “generación mirista” contribuyó a la apertura y construcción democrática, uno de cuyos hitos fundamentales se dio el 10 de octubre de 1982 con el ascenso al gobierno de la Unidad Democrática y Popular. La UDP, agrupación frentista forjada en la resistencia a la dictadura, aglutinaba esencialmente al MNR de Izquierda, al MIR y al PCB, y fue precisamente el MIR el partido que desencadenó grandes movilizaciones por la entrega inmediata del poder a las autoridades y parlamentarios elegidos en 1980, salida catastrófica pues amarró al presidente Siles Zuazo a un parlamento mayoritariamente opositor, aspecto que, entre otros, fue determinante para el descalabro udepista y, de paso, hizo aflorar las crisis internas de los partidos que sustentaban el proyecto. Retorno masivo de la militancia del MNR-I al tronco movimientista de Paz Estenssoro; fracturas en el PCB que resultó no ser tan monolítico como se creía (Quinto Congreso); en tanto que el MIR quedó partido en tres fracciones: la de Paz Zamora (dueño de la sigla), la de Araníbar (MIR-Bolivia Libre) y el sector laboral (MIR-Masas) capitaneado por Delgadillo y Del Granado.

Andando el tiempo, el MIR desapareció por completo, diluido y absorbido por las dos grandes opciones del modelo neoliberal. En la de Banzer con su herencia dictatorial intacta, para lo cual Paz Zamora y sus allegados tuvieron que cruzar “los ríos de sangre” que los separaban. Y en la de Sánchez de Lozada, en su primer periodo, donde el MBL sucumbió a cambio de un ministerio y de la posibilidad de influir positivamente en las reformas del momento, temática agraria, descentralización por la vía municipal y ejercicio de los derechos humanos (acuerdos programáticos y no prebendales, al decir de los protagonistas).

Sería pura especulación suponer a cuál de las tres fracciones se hubieran adherido cada uno de los ocho dirigentes asesinados por la dictadura de García Meza y Arce Gómez aquel 15 de enero de 1981. Conocí a casi todos ellos, pero más a fondo a Artemio y a Ricardo. Lo suficiente como para colegir que todos ellos, al momento de tomar sus decisiones políticas, se hubieran guiado por principios éticos y no por intereses sectarios o de conveniencia personal. Así quedaron en la historia.

Carlos Soria Galvarro es periodista.

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Los libros no muerden, pueden ayudar

/ 5 de marzo de 2023 / 03:38

Para estimular la lectura, especialmente, entre los jóvenes, más de una vez hemos utilizado la expresión con la que hoy titulamos esta columna. Ciertamente, con las nuevas tecnologías, mediante unos cuantos “cliks” pueden lograrse torrentes de información sobre cualquier tema que estemos investigando. Pero nada de esto reemplaza la utilidad de los libros (sean estos impresos o en versión digital).

Los principales problemas con los que se enfrenta un investigador, y el periodista lo es en grado sumo, son la multitud de datos inconexos (los árboles no dejan ver el bosque) y a su vez algunos árboles e incluso bosques pueden ser nada más que construcciones falsas o deliberadamente manipuladas. Y no es que los libros no mientan, a menudo lo hacen. Lo que pasa es que el libro proporciona una suerte de unidad investigativa, susceptible de ser verificada y ubicada en un determinado contexto. Algo que no siempre hacen muchos colegas, puesto que pareciera que huyen de los libros como de la peste.

Por ejemplo, el tema de la producción de hojas de coca, la elaboración y el tráfico de cocaína y sus precursores (sintetizado en el término “narcotráfico”) no aparecieron ayer, y tienen una gran diversidad de aristas, matices y repercusiones de tipo político, social, económico y de relaciones exteriores del país. Asunto tan complejo y sensible es frecuentemente tratado con excesiva superficialidad y, peor aún, utilizado para encubrir fobias y filias saturadas de mezquindad politiquera.

Se han publicado muchos y muy serios libros que se ocupan del tema. Quisiéramos por ahora destacar solamente tres de ellos:

La guerra de la coca: Una sombra sobre los Andes. Roger Cortez Hurtado. Flacso-CID. La Paz, 1992.

La guerra falsa: Fraude mortífero de la CIA en la guerra a las drogas. Michael Levine y Laura Kavanau-Levine. Acción Andina-Cedib. Cochabamba, 1994.

Huanchaca. Modelo político empresarial de la cocaína en Bolivia. Hugo Rodas Morales. Plural Editores. La Paz, 1996.

El primero es una recopilación documental de diversas intervenciones públicas (entrevistas, artículos, discursos y otros) del entonces diputado y dirigente del Partido Socialista 1 Roger Cortez. Entre ellos, el texto del informe preparado por la Comisión Especial del Congreso nacional de septiembre a octubre de 1986 respecto a los asesinatos ocurridos en la meseta de Huanchaca (o Caparuch), en la región nororiental del país. La redacción del informe, excepto en la parte de las resoluciones, estuvo a cargo del diputado Edmundo Salazar, asesinado el 10 de noviembre de aquel año, cinco días después de que este informe fuera presentado en el Congreso. (Todas las bancadas, menos las de ADN —Banzer— y el MNR —Paz Estenssoro— suscribieron dicho documento).

El segundo es un relato estremecedor de un exagente de la DEA, escrito en primera persona. Levine penetra el mundo subterráneo del espionaje y hace hincapié en sus nexos con la mafia del narcotráfico. Apellidos como Arce- Gómez, Suárez-Gómez, Atalá, Widen, Razouk, Gasser y otros muy conocidos en Bolivia aparecen con frecuencia en los relatos.

El tercero es un trabajo en formato académico que redescubre el sonado caso de Huanchaca y el asesinato de Edmundo Salazar. Asimismo, destaca, entre otros aspectos importantes, la subordinación de la pretendida guerra contra el narcotráfico en el país al esquema norteamericano y la absoluta pérdida de soberanía.

Resulta notable que estos tres trabajos publicados en el primer lustro de los años 90 reflejen un panorama con algunos puntos de aproximación a la actualidad: la persistencia del fenómeno del narcotráfico y la continuidad de la insulsa guerra contra este. Sin ser especialistas en el tema, tenemos la sensación de que libros de este calibre sobre lo que pasa actualmente en Bolivia no han sido escritos todavía y serían imprescindibles para apreciar los enormes cambios ocurridos en el último cuarto de siglo. Así, la mesa estaría servida para comparar ambas realidades.

Carlos Soria Galvarro es periodista.

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Rafito Mejía

/ 19 de febrero de 2023 / 00:35

Bajo el rótulo de Siluetas aparecieron en esta columna nombres que intentaba evitar caigan en el olvido o rescatarlos de la penumbra de la desmemoria. Renuncié a esta práctica al sentirme incómodo en el rol de redactor oficial de obituarios de una generación que está en plena retirada y de la que yo mismo formo parte. Sin embargo, el torbellino de la pandemia nos dejó en calidad de sobrevivientes de un naufragio, y como tales, obligados a contarlo todo. Por eso vuelvo con las Siluetas sin limitación alguna. Escribiré sobre mis entrañables compañeros y amigos del alma: Ramiro, Huracán, Ruly, Remberto y todos los que acudan a mi memoria. También sobre gentes sencillas y humildes que se niegan a morir en los recuerdos, como es el caso siguiente.

Mucho más que simple artesano, Rafito Mejía era un verdadero artista en el empastado de libros. Medio siglo después conservo varios de sus trabajos, en especial un diccionario Larousse al que le puso un macizo lomo de cuero legítimo.

Vivía en un conventillo paceño casi al frente de la actual RTP. Cuidaba de una tía muy anciana a la que levantaba en sus vigorosos brazos, sin bajarla de su silla de ruedas. La única compañía de ambos era una docena de gatos.

El hombre tenía dos problemas graves: su visión cada vez más escasa, y las malas relaciones con su dueño de casa. Corto de vista, acercaba a la altura de sus ojos los objetos de su trabajo y para mayor seguridad palpaba con las yemas de sus dedos las letras en bajo relieve que imprimía en tapas y lomos de los libros. Con el propietario tenía frecuentes altercados (quizá por el tema de los gatos), intentos de desalojo, citaciones policiales, cortes intempestivos del agua o la luz. Rafito ejercía una suerte de liderazgo entre los inquilinos, víctimas como él de la prepotencia.

Rafael Mejía, a comienzos de los años 70, era un orgulloso militante de base del Partido Comunista de Bolivia. Cumpliendo una tarea con honor y, por supuesto, sin emolumento alguno, una noche de esas salió con su grupo a una pegatina de afiches y el consiguiente “rayado mural”. Desafortunadamente fueron detectados por los organismos de represión y violentamente agredidos. A Rafael le arrojaron la pintura en la cara. Como es de imaginar, lo dejaron casi completamente ciego.

No supe más de él hasta que casualmente nos encontramos en la mismísima esquina de la calle Bueno. El cambio era total. Lucía un traje limpio y nuevo como hecho a su medida. La mirada firme con apenas algo parecido a un ligero estrabismo en uno de los ojos. Eufórico contó que el Partido lo había mandado a Moscú y gracias a la solidaridad proletaria internacional de los soviéticos, había salvado uno de sus ojos y el otro fue reemplazado por uno de vidrio.

— A que no reconoces cuál es cual, me dijo con picardía.

Mientras conversábamos, varios viandantes lo saludaron al pasar. Era indudable que su prestigio entre vecinos e inquilinos se había acrecentado.

Así las cosas llegó el 21 de agosto de 1971: instauración de la dictadura fascista de Banzer. Supimos que Rafael al igual que miles de personas fue detenido en las primeras semanas. El dueño del conventillo se había cobrado los agravios denunciándolo.

Pasaron varios meses sin tener noticias. En la resistencia clandestina impulsábamos cadenas de solidaridad, no siempre efectivas por el clima de terror generalizado.

Una noche me dirigía a un importante contacto por la avenida Pando, cuando vi a un hombre reclinado en el dintel de un portón. Pese a lo sucio y arrugado reconocí el traje. A pesar de la barba y la mugre identifiqué sus facciones. Pero lo que me dio la certeza definitiva de quien se trataba era el cuenco vacío de uno de sus ojos del que manaba pus que manchaba todo su costado. Era una piltrafa humana. Respiraba ruidoso y no me contestó cuando intenté decirle algo. Nada pude hacer por él en ese momento ni después.

Lo más probable es que Rafael Mejía murió abandonado en alguna calle.

Carlos Soria Galvarro es periodista.

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Calle Harrington: memoria versus olvido

/ 22 de enero de 2023 / 02:45

El pasado 15 de enero se han cumplido 42 años de la masacre. Revisando cuatro periódicos de circulación nacional hallamos que dos de ellos (Los Tiempos y El Deber) omitieron completamente el tema en sus ediciones del anterior fin de semana. Página Siete incluyó un fragmento literario, Ocho nombres por miles, de su colaborador Carlos F. Toranzos. En tanto que en La Razón su directora, Claudia Benavente, le dedicó su nota de opinión 42 veces 15 de enero.

Cuatro años después de los hechos, con base en investigaciones minuciosas, declaraciones de la única sobreviviente, Gloria Ardaya, y deposiciones de algunos de los verdugos, los dirigentes del MIR Walter Delgadillo, Pedro Mariobo, José Pinelo y Juan del Granado, suscribieron un informe, con el título de Así masacraron a nuestros dirigentes, el 15 de enero de 1981. Partes salientes de dicho documento:

A las 17.30 se inicia el operativo

Los grupos del SES, Sección II, DOP y DIN llegan a la casa; el jeep del DOP desde la “Abdón Saavedra”, detrás está el jeep donde se encuentran Alarcón y Uriarte (los espías infiltrados en el MIR que trabajan para la represión) y detrás de este último una cuarta movilidad.

Los paramilitares bajan de los vehículos disparando. Los compañeros se encontraban reunidos en una habitación con ventanas a la calle… Pepe Reyes grita desde la ventana: “No disparen, estamos desarmados”. Los asesinos disparan, saltan la verja, rompen ventanas, rompen la puerta y penetran a la casa…

17.35. Pepe Reyes les sale al paso y reitera “estamos desarmados”, tiene las manos detrás de la espalda. Se escucha una ráfaga…Pepe cae asesinado. Todos los indicios así lo demuestran, nuestros datos lo confirman: Rosario Poggi y Helguero son los asesinos.

Gloria Ardaya se oculta debajo de la cama del cuarto donde se realizaba la reunión…

17.35 a 18.00. En esos minutos los asesinos arman la leyenda que pretende sostener que todos nuestros compañeros mueren en la casa. Eso es falso.

Se escuchó una ráfaga que hizo estremecer el piso del departamento. Pudo estar dirigida a los cuerpos de nuestros compañeros, mientras se encontraban parados en el pasillo, Sin embargo, los orificios que las balas dejaron en la pared están situados por encima de la cabeza del más alto de ellos.

Alarcón y Uriarte fueron los encargados de identificarlos uno por uno. Se escucharon ráfagas y disparos separados… Artemio fue asesinado en ese momento; su cuerpo fue arrastrado hasta el cuarto donde estaba oculta la compañera Gloria; ella vio desde su escondite su agonía y muerte.

En momentos de la tortura y asesinato de Ricardo, se encontraban presentes en la celda No.4 del sótano del Ministerio del Interior, Alarcón y Uriarte, además de Galo Trujillo y Lince Hinojosa, quien disparó contra él.

Lucho, cuando fue encontrado muerto por los familiares, tenía indicios de habérsele aplicado choques eléctricos en las encías, además de un sinfín de horrores practicados en su cuerpo…

Gloria desde su escondite vio a Arcil, tendido en el suelo. Pudo haber salido herido de la casa…

Gonzalo fue capturado por los paramilitares en la terraza. Se escucharon gritos, disparos, golpes y luego silencio…

Con Ramiro sucedió lo propio; pudieron haberlo matado en la casa o en otro lugar.

Jorge tenía un tiro en la frente, pero su cuerpo estaba destrozado por las torturas.

El enemigo montó un show. Disparó por varios minutos, ráfagas de ametralladora al aire; metió armas, dinamita y panfletos. Quiso que el pueblo boliviano creyera la historia del “enfrentamiento”…

Gloria fue encontrada después de que a los grupos operativos se le reunieron otros que no conocían el tenebroso plan de eliminación de los compañeros. Eso le salvó la vida…

Los caídos fueron:

Jorge Baldivieso, exdirigente universitario, diputado electo.

Gonzalo Barrón, ex dirigente universitario, arquitecto.

Artemio Camargo, dirigente minero de Siglo XX.

Ricardo Navarro, exdirigente universitario, ingeniero.

Arcil Menacho, exoficial de las Fuerzas Armadas.

José Reyes, exoficial de carabineros, abogado, diputado electo.

José Luis Suárez, sociólogo.

Ramiro Velasco, economista.

El asunto da para mucho más. Hay que volver, pues.

Carlos Soria Galvarro es periodista.

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Andrés Ibáñez, campeón de la igualdad

/ 8 de enero de 2023 / 01:06

Según algunos biógrafos habría nacido en Santa Cruz de la Sierra, el 30 de noviembre de 1844. Sin embargo, no se tiene aún certeza absoluta, basada en documentos, sobre la fecha y el lugar exactos. Pese a ello, Andrés Ibáñez es considerado como uno de los más importantes próceres que el departamento de Santa Cruz ha brindado a la historia de Bolivia en la segunda mitad del siglo XIX. Se le conoce, admira y respeta especialmente en la capital oriental, no tanto así en el resto de las regiones y departamentos del país. En el centenario de su nacimiento, 1944, mediante una ley se le puso su nombre a la anteriormente llamada provincia Cercado, en cuyo territorio está asentado el núcleo de la ciudad capital, Santa Cruz de la Sierra. Se ha erigido en su memoria en la intersección de varias avenidas importantes un monumento de cuerpo entero de Ibáñez con un rifle al hombro, pieza trabajada por el escultor David Paz Ramos, gestionada por el Comité pro Santa Cruz e inaugurada oficialmente en febrero de 1986.

Como ocurre con frecuencia en muchos casos, sobre la vida y obra de figuras destacadas o sobre acontecimientos sobresalientes, se construyen distintas y a veces contradictorias narrativas. Unas veces inventándole merecimientos, exagerando cualidades o virtudes o haciendo todo lo contrario, apocando personajes y sucesos en los que éstos intervienen. En relación a Ibáñez no podía ser de otra manera, se aprecia su rol histórico según el color del cristal con que se le mira.

Lo que está fuera de duda es que el notable cruceño abrazó con pasión y firmeza la causa de la igualdad social, al parecer impactado por los debates europeos de la época entre socialistas utópicos, anarquistas y otros (no hay evidencia documental de que las ideas de Marx y Engels ya hubiesen llegado por estos lares). Ibáñez condenó las injusticias de toda laya y, cuando le fue posible como autoridad local impuesta por las masas insurrectas, distribuyó las tierras ociosas entre los campesinos, liberó a los pobres de las deudas usureras e impulsó mejoras en la salud y educación de las mayorías. Con tales políticas era normal que Ibáñez y sus seguidores igualitarios se ganaran la animadversión de los potentados locales de la época, quienes no solamente auspiciaron y contribuyeron a la intervención punitiva del poder central — gobierno de Hilarión Daza— sino que aplaudieron y festejaron el aplastamiento sangriento del movimiento igualitario que como es bien cierto, levantó la bandera federal, como una estrategia para no quedar aislados del conjunto del país, contrario al rol secante de la administración central. Andrés Ibáñez junto a siete miembros del grupo dirigente fueron capturados en San Diego, localidad cercana a la frontera con Brasil el 1 de mayo de 1877. Juzgados sumariamente, se los fusiló en el lugar ese mismo día.

Gabriel René Moreno, considerado el “príncipe de las letras bolivianas” y esencial compilador y salvador de la documentación escrita de y sobre Bolivia, calificó el movimiento igualitario como “ideas demagógicas y de odio provenientes del mestizaje insolente que sembraron el pánico durante la sedición del mestizo Ibáñez en 1876”.

Guillermo Lora, en su abundante producción sobre el movimiento obrero y su historia, califica a Ibáñez “como uno de los más importantes de la historia social del siglo XIX y constituye, indiscutiblemente, el antecedente directo del socialismo boliviano”.

Ley autonómica: en los procesos de cambio iniciados en 2006, al parecer pretendiendo enfatizar el matiz autonómico de Ibáñez, se bautizó la Ley 031 de 19 de julio de 2010 como Ley Marco de Autonomías y Descentralización “Andrés Ibáñez”.

Se ha incrementado considerablemente la bibliografía sobre Ibáñez y su movimiento igualitario, incluso se ha hecho una película. Pero no caben réplicas ni comparaciones antojadizas en los críticos momentos actuales. Esito sería.

Carlos Soria Galvarro es periodista.

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Andrés Ibáñez, en el laberinto de los topónimos

/ 25 de diciembre de 2022 / 00:10

Santa Cruz de la Sierra, Cotoca, La Guardia, El Torno y Ayacucho (más conocido como Porongo) conforman las cinco “secciones” (ahora municipios) de la provincia Andrés Ibáñez en el departamento de Santa Cruz, nombre de una destacada figura sobre la cual volveremos más adelante.

Warnes (provincia y municipio a la vez) lleva el nombre de Ignacio Warnes, líder de una de las “republiquetas” que socavaron el poder colonial principalmente mediante la lucha guerrillera o “guerra irregular”, y murió combatiendo en la batalla de El Pari en 1816.

En las cercanías está la provincia Obispo Santiestevan, con sus tres municipios; dos pequeños en población pero más extensos en territorio, Mineros y General Saavedra, y un tercero, Montero, una de las más grandes ciudades intermedias de Bolivia. A Santiestevan se le conoce el mérito de haber impulsado la construcción de la catedral de Santa Cruz. Marceliano Montero, en cambio, fue un militar patriota con un impresionante récord de participación en mil batallas: estuvo con Warnes en El Pari, tomó parte en las batallas que liberaron a Chile, Chacabuco y Maipú, al mando de José de San Martín; estuvo en Junín y Ayacucho con Bolívar y Sucre y también en Ingavi con Ballivián.

Entre los nueve departamentos del territorio boliviano, solo uno lleva el nombre de un prócer, Pando por el general José Manuel Pando (además de una provincia en el departamento de La Paz), y entre las ciudades capitales, también una sola, Sucre, por el mariscal de Ayacucho.

Existen muchos sitios, especialmente municipios o provincias, que llevan nombres de próceres locales, sean personajes destacados en acciones bélicas y en otros, por el simple hecho de haber ocupado altos cargos en la estructura del Estado, como son los casos de Tomás Barrón y Pantaleón Dalence en Oruro, y Rafael Bustillo y Enrique Baldivieso en Potosí. Muchos de estos espacios conservan sus nombres originarios, en especial en el área aymara: Achumani, Kantutani, Parotani, Pairumani, etc. Otros resultan combinaciones variadas, por ejemplo la provincia Murillo en el departamento de La Paz, conformada por los municipios de La Paz (ciudad), Mecapaca, Palca, Achocalla, Laja y El Alto. Por cierto, los nombres de los jefes guerrilleros y personajes destacados de la independencia ocupan lugares prominentes en provincias y municipios. Ahí están, entre otros, Padilla, Azurduy, Camargo, Zudáñez, Muñecas, Méndez, Esteban Arze. Por supuesto hay varios nombres de presidentes, como Velasco, Saavedra, Linares, Ballivián, Campero, Aniceto Arce, Hernando Siles, Villarroel… y ni qué se diga numerosos nombres de origen religioso, como Trinidad, San Ramón, San Miguel, San José, Santa Ana, San Lucas, San Benito, Santa Rosa, San Carlos, San Javier y otros.

Hay una continuidad histórica: Tiawanaku, Kollasuyo, Nueva Toledo, Charcas, Bolivia. El lugar es el mismo, lo que cambian son los nombres, los topónimos que se van forjando a veces en largos periodos de tiempo, gracias a transformaciones profundas que ocurren en su seno y según también las cambiantes miradas de cada época. Extendiendo el análisis a sitios más reducidos como barrios, comunidades, plazas, calles, avenidas, lagos, ríos, montañas y otros accidentes geográficos, nos encontramos con un laberinto de miles de nombres. En tal sentido, la toponimia viene a ser una disciplina que investiga el origen, significado y tratamiento de los nombres geográficos, pero dejemos ese asunto a los especialistas. Solo queríamos destacar el notable peso simbólico que Andrés Ibáñez puede asumir en los próximos debates.

Un par de interrogantes para cerrar: ¿el personaje es un precursor del federalismo como afirman unos, o de la igualdad social como sostienen otros? ¿Son incompatibles las dos propuestas? Me siento obligado a volver sobre el tema, pero eso será el próximo año ¡hasta entonces pues y… Felices Fiestas!

Carlos Soria Galvarro es periodista.

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