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Violeta admirable

TRIBUNA

El antipoeta Nicanor Parra describe en un bellísimo poema dramático lleno de dolor tanto como de admiración y amor a su hermana, la increíble artista multidimensional, Viola Chilensis como él mismo la designa, como si se tratara de una especie única e irrepetible. De hecho, así ha sido no solo para su país de origen sino para la historia de la humanidad. No habrá otra “Dulce vecina de la verde selva. Huésped eterno del abril florido”, no habrá otra Violeta Parra. La que recorría toda la comarca “Desenterrando cántaros de greda y liberando pájaros cautivos”.

Violeta nos entregó varias de las canciones más hermosas y agradecidas, las más bellas expresiones de su alma. Terminó con su vida de forma abrupta, disparándose en la sien derecha, una tarde estival en Santiago, exactamente a las 17.45. Un domingo, seguramente caluroso y apacible, como suelen ser los del verano en la capital chilena. Tenía solo 49 años de edad. Un 5 de febrero de 1967, Violeta se fue a los cielos, lo decidió ella con la determinación y arrojo que tuvo durante su vida. Así como por esas contradicciones y angustias que persiguen a las y los genios.

Uno de sus biógrafos, el periodista chileno Víctor Herreros, en su libro Después de vivir un siglo narra que “Muy temprano, tras desayunar, Violeta se encerró en su habitación. Ni Carmen Luisa ni Alberto se atrevieron a hablarle. Allí pasó la mañana. Cuentan que escuchó una y otra vez Río Manzanares”: Mi madre es la única estrella, que alumbra mi porvenir, y si se llega a morir, al cielo me voy con ella, reza parte de la letra.

Algo grande vinculó siempre a la Violeta con Venezuela, ella lleva el cuatro, instrumento nacido en el campo venezolano, a la cultura popular chilena; también incorporó el charango boliviano, y en su canto siempre identificó algún acorde vinculado a la cultura oriental venezolana. Con emoción descubrí que la última canción que escuchó la Viola mientras decidía morir, aquel fatídico día, era aquel canto homenaje al río Manzanares que atraviesa la ciudad de Cumaná, tierra del gran Mariscal de Ayacucho, ahí en su humilde morada previa a la muerte sonaban los acordes compuestos por el venezolano José Antonio López, y que sus hijos Ángel e Isabel reeditaron adaptando la letra.

Al lado de su cuerpo estaba la carta, manchada de sangre, dirigida a su hermano Nicanor Parra, el gran poeta que murió en 2018 con más de 100 años y la guardó por más de medio siglo, como le pidiera expresamente su hermana, hasta después de su muerte. Violeta escribió: “No tuve nada. Lo di todo. Quise dar, no encontré quien recibiera”. “Me cago en los discursos de despedida”. También explica la razón para quitarse la vida. Tal vez, intuyó que la mediocridad —que embarga muchas veces a los medios— expondría su decisión, como lo hicieron, por motivos de amor no correspondido. Por eso Violeta lo dejó bien claro: “Yo no me suicido por amor. Lo hago por el orgullo que rebalsa a los mediocres”.

Estuvimos junto al grupo Kala Marka, este enero, en el museo de la Fundación Violeta Parra, donde realizamos un conversatorio, “un Tinku”, por el reencuentro con la juventud santiaguina. Fueron tantas las emociones que nos embargaron junto con estos grandiosos músicos, conectarse con la memoria viva de la Violeta fue impresionante, llenarse de su energía y la de los jóvenes que asistieron. Fue ese nexo retomado, con el arte de Bolivia, la música, la creación que nos hizo sentir un solo pueblo. Violeta visitó La Paz en dos ocasiones en 1966, impulsó la Peña Nayra, la que fundó Pepe Ballón. Dicen que compuso ahí su canción Gracias a la vida, y que habría comprado el arma de procedencia brasileña. Son datos interesantes, pero no trascendentes. En esa Peña Nayra años después nacen los Kala Marka.

Violeta nos sigue impresionando con su capacidad creativa, su fuerza creadora se regenera con los años y el mundo entero lo recibe. Nos legó sabiduría en la letra de cada canción. En Gracias a la vida, “que me ha dado tanto”, esa brillante cuantificación de los sentidos, no de las cosas ni de bienes, porque no tuvo nada, al contrario, tan injustamente, como suele ser el destino de muchas y muchos grandes artistas, sufrió penurias económicas. Violeta no facturó a pesar de haber creado obras maravillosas. Su Nicanor, por quien ella escribe La carta decía en su extenso poema: “Tu dolor es un círculo infinito que no comienza ni termina nunca. Pero tú te sobrepones a todo. Viola admirable”.

Qué dirá el Santo Padre, Arauco tiene una pena, Los estudiantes, La carta, El guillatún, Volver a los 17, entre cientos de otras. Todas sus letras son claras, precisas, de una profundidad que tanta falta nos hace hoy. Violeta, nuestra eterna e inagotable Viola Chilensis.

Queda tanto por decir.

Cris González es directora de la revista www.correodelal ba.org y exembajadora de Venezuela en Bolivia.