¿Qué estamos comiendo?

En este tiempo que el COVID está en retroceso y la normalidad poco a poco se apodera de calles, lugares de eventos, cuando vuelven los festejos de cumpleaños, las reuniones familiares y de amigos, vemos con cierto asombro que los jóvenes y los niños se han habituado a consumir comida chatarra con la complacencia o dejadez de sus padres o cuidadores. Si en el tiempo de confinamiento las familias, al verse obligadas a cocinar en sus hogares, tuvieron que habituarse a la comida casera, al consumo de verduras, a la elaboración de platos más trabajados, a esta altura parece que todo ese remanso va quedando en el olvido, al menos para muchas familias.
Otra vez no hay tiempo para cocinar, el trabajo presencial, las clases en las aulas, obligan al horario continuo y por tanto a la hora de almorzar que venga lo primero que está al alcance, lo más rápido, lo más barato. A pesar de saber que no es lo mejor, se justifica con la frase “una vez qué me va a hacer”, para acallar la conciencia olvidamos que ya van siete veces que repetimos la famosa sentencia de “por un día, no pasa nada”
En octubre del año pasado el Ministerio de Salud declaró que hay una epidemia nacional de malnutrición por sobrepeso y obesidad en la población escolar y adolescente. El 16% de los niños menores de cinco años padecen de desnutrición crónica y el 10% tiene sobrepeso y obesidad. Estos infantes están enfermos, conllevan enfermedades incurables o al menos son propensos a contraerlas, hablamos de la diabetes, la hipertensión, la obesidad, entre otras.
Comenzaron las actividades escolares y con ellas los puestos de golosinas, frituras, pasteles, chizitos, papas fritas llenas de sal están a la orden en las puertas de los colegios y al alcance de los escolares que no dudan en comprar o exigir, incluido el llanto hasta que sus padres acceden al capricho. Muchos de estos productos suelen ser más caros que una fruta, por tanto no solo es una cuestión de falta de dinero, sino de mala información sobre los problemas que conlleva la mala alimentación.
Se necesita una campaña más firme, más constante para cambiar los malos hábitos en la alimentación de la población. Existe normativa que prohíbe o limita la venta de comida chatarra dentro de las escuelas, incluso en las puertas de las unidades educativas, pero no se cumple. Es necesario ser más claro y decirles a los adultos que la población boliviana se está envenenando diariamente y lo está haciendo principalmente con su niñez y adolescencia.
Lucía Sauma es periodista.