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La economía política de la reelección

Virtud y fortuna

En los albores de un nuevo año, el barullo de las cuestiones políticas no debería distraernos de los grandes desafíos que la cuestión socioeconómica sigue planteando al país y que serán determinantes para la configuración de los escenarios electorales de 2025. Retos que exigirán grandes dosis de sapiencia, audacia y sentido de oportunidad al Gobierno, pero sobre todo una estrategia política que vaya más allá de la polarización simplista y la peleíta cuerpo a cuerpo a las que nos tiene acostumbrados la mayoría de la clase política.

No hay muchas dudas con relación a que el futuro del proceso de cambio y de la actual fuerza gobernante están asociados a su capacidad para sostener la estabilidad macroeconómica y para viabilizar un nuevo momento de crecimiento, expansión y distribución de la economía. Tareas nada obvias y no exentas de grandes riesgos en los próximos tres años en un momento histórico de inestabilidad geopolítica y económica casi estructural en todo el planeta.

Desafiante contexto económico complejizado además por la aguda contienda de liderazgos al interior del MAS-IPSP y por una crispación política que está abriendo demasiados frentes potenciales de conflicto para el gobierno de Arce. Los costos de la confrontación social y la incertidumbre política son elevados y pueden asociarse peligrosamente con el potencial disruptivo de la volatilidad de los mercados globales, la desaceleración del crecimiento o los problemas de financiamiento a escala mundial. No parece buena idea navegar en medio de una tormenta con demasiados despelotes entre la tripulación y los pasajeros del barco.

Después de varias idas y venidas, la reputación e imagen presidencial han terminado en 2022 aún más dependientes de su desempeño como el gran gestor de la estabilidad económica. Ese es su gran capital frente a un cada vez mayor número de ciudadanos insatisfechos con una dinámica y dirigencia políticas que perciben alejadas de sus preocupaciones y atrapadas en sus obsesiones ajenas a la vida de las mayorías. Arce se salva un poco de esa terrible desilusión colectiva porque al menos mantiene los precios estables y protege al país de los vientos huracanados que azotan al resto del mundo. Pero si falla en eso, el descreimiento será del nivel de la actual confianza que aún conserva.

El problema es que el manejo de la economía en estos tiempos turbulentos no tiene nada de automático. Se han ganado dos rounds de la contienda y hay que reconocer al Gobierno esa labor, pero los dos próximos años no serán fáciles, los escenarios financieros externos siguen inciertos, la tarea estabilizadora seguirá siendo complicada y persistirá la tensión sobre los menguados recursos con los que el país cuenta para hacerle frente. La ruta de salida de la crisis es estrecha y la exigencia será cada día mayor, el Gobierno deberá estar listo para ello. 

Pero, queda claro, de igual modo, que mantener a flote la embarcación no es suficiente, es necesario construir un horizonte de llegada estimulante. No basta con sobrevivir sino se precisa imaginar y convencer a la ciudadanía de que hay una posibilidad de expansión y de construcción positiva del país y de su bienestar en el mediano plazo.

Me temo que el estado de ánimo en el año del bicentenario no será muy halagüeño o benevolente después de un quinquenio de estancamiento o lenta recuperación. Por ahora seguimos viviendo de las expectativas que generó la gran modernización y el ascenso social de las clases populares que se desencadenó entre 2009 y 2018. Las viejas glorias sostienen aún al oficialismo, evista o luchista por igual, pero el tiempo pasa y con ello nuestros recuerdos, esperanzas y gratitudes.

Por lo pronto, el discurso azul parece anclado en las viejas luchas, en la reivindicación de una identidad política potente pero que no incluye suficientemente el cambio que ellos mismos produjeron, poco abierta a los otros mundos que componen el Estado Plurinacional y a ratos pecando de una visión conservadora de la política. Hay que tener cuidado en que la insistencia en la estabilidad o la continuidad como valor supremo se confunda con la inercia y la falta de imaginación para repensar un país que cambió radicalmente y asumir audazmente las rupturas creativas que se deben proponer a la sociedad para que siga emancipándose.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.