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Periódicos: casos de la vida real

La A amante

Cada vez más se acelera la carrera tras las novedades en las tecnologías de la comunicación. Por lo mismo es útil volver a 1440 cuando Gutenberg nos hizo creer dueños del mundo porque podíamos imprimir 180 ejemplares de la Biblia; o a 1896 cuando Marconi llegaba con la primera amenaza al papel, la radiodifusión; o a 1926 cuando las imágenes en movimiento de la televisión desafiaban a la radio. No habíamos visto nada. El mundo digital, ése sí, llegó para hacer temblar todo; un terremoto en cámara lenta a lo largo de esta historia última. Se desató el carnaval mediático, llegó la gran era del mestizaje de los soportes. Todos bailan con todos y hay uno que otro con cola de chancho. Las pérdidas financieras en los periódicos y las dudas académicas en los nuevos modelos de la comunicación masiva son el rasgo de la época. Hoy vivimos una suerte de 1492: la tierra no era plana. Hemos nacido al Nuevo Mundo; es la gran fiesta de la reproducción y la apuesta de salir vivos.

De esperar a que lleguen los periodistas a registrar declaraciones y observen los hechos, las fuentes pasaron a ser transmisores autónomos de su propia información. Han cambiado los hábitos en la producción de contenidos periodísticos. Han sido drásticamente afectados los tiempos del consumo; no solamente se aceleran, se superponen. Las audiencias se han hecho en gran parte visibles en la gran pecera digital. Los leemos o los vemos casi simultáneamente. Son emisores de información, de opinión; potenciales competidores de los viejos medios. Hizo cuerpo el tiempo de las redes sociales, de las pantallas, de las palabras clave, de las tendencias, de lo viral, de la dimensión tiktokera. Es el tiempo del “aquí y el ahora”.

Agotados por la pandemia, cuestionados por las nuevas dimensiones de la comunicación, decepcionados por la disminución de nuestras audiencias, frágiles frente a agendas informativas preñadas de polarización, impotentes ante los vertiginosos cambios geopolíticos, periódicos y periodistas buscan las salidas de emergencia. Los periodistas escriben textos, toman fotos, hacen videocolumnas, gestionan redes sociales, hacen streamings, compiten con los influencers y abren las puertas para ir a jugar. Se apagó el tiempo de las redacciones habitadas por periodistas sin miedo a llegar a la madrugada completando sus enfoques empujados por una taza de café o un cigarrillo. Estar aquí y ahora implica paralelamente encontrar certezas para los periódicos: no hay otro camino más que cohabitar con la inteligencia artificial; los ingresos papel/digital tienen que invertirse lo antes posible; el periodismo dejó de ser un asunto solo de periodistas. El planeta de las noticias ha sido intervenido irremediablemente por especialistas en sistemas, por gestores de redes sociales, por productores audiovisuales. Es la invasión de las nuevas especies profesionales.

Todo lo anterior sin olvidar que cada vez más personas retornan hacia la luz de los medios con credibilidad, con la mínima dosis de serenidad en la construcción de información confiable. Y para que este esquema vuelva a ser sostenible habrá que pagar por ella. Entonces, ¿el futuro es solo para quienes puedan pagar las noticias? ¿Estamos ante un nuevo factor de desigualdad en el acceso a la información, por lo tanto, una desigualdad en la libertad de expresión? ¿Cómo puede afectar esto en la salud de nuestras democracias? Estas interrogantes empujaron a LA RAZÓN a participar del VI Congreso Internacional de Editores de Medios Unión Europea-América Latina en Madrid, donde recibió la distinción por su “trabajo y dedicación”. En verdad recibió una dulce dosis de oxígeno para seguir adelante en tiempos de una metamorfosis en curso. Somos, los periódicos del mundo, renacuajos en distintas fases: unos con cola chica, otros con cola más larga, otros estrenando extremidades… Mañana seremos un sapo. Ojalá seamos el sapo que más se parezca a nuestros sueños sobre periodismo. Cuidado con besarlo porque se puede transformar en un príncipe azul y eso sí sería un verdadero desastre.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.