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Las clases nacionales

HUMO Y CENIZAS

En un artículo anterior reflexionamos un poco acerca del término anti-nación y lo que se dijo sobre él en algunos episodios de la historia del pensamiento político boliviano. De la misma forma, creo que es necesario dedicar un pequeño espacio para abordar su categoría antónima, proveniente, también, de las venas ideológicas del nacionalismo revolucionario. Dicha élite enemiga de la patria, la anti-nación, tiene una némesis en cuyo seno descansa el espíritu nacional y las posibilidades de su redención: las clases nacionales, que no son otras que las que conforman los explotados, vilipendiados y perseguidos por el Estado neocolonial.

Para Montenegro, las fuerzas nacionales están encarnadas en líderes y caudillos históricos como Andrés de Santa Cruz, Ballivián y Belzu; mientras que para Zavaleta éstos no son más que el reflejo de la bolivianidad esencial de las masas indias, campesinas y proletarias:

“Sin los campesinos, indios y mestizos en su totalidad, que constituyen un grupo —lo anotó Tamayo— resistente y persistente, los puntos culturales de un modo de ser de la nación no hubieran existido o se habrían diluido en una confusión informe (…) La lucha por la tierra es más bien átona pero se distribuye en la constancia secular de los levantamientos y los alzamientos que, por lo general, no cobran otra fisonomía que la del terror sin promesas y la venganza sin provenir (…) No es en el campo latifundista y semi-feudal sino en las minas, mecanizadas y capitalistas, y en las ciudades es donde se realiza la lucha revolucionaria, localización que concentra y acelera los hechos tanto como explica algunas referencias entre la Revolución Mexicana, cuyo carácter es dado por las guerras campesinas, y la Revolución Boliviana, que es un movimiento encabezado por el proletariado minero”

Se trata de las clases verdaderamente protagonistas de la historia del país, que se levantan contra Melgarejo, la rosca minero feudal y los títeres del imperialismo. Artesanos, indios y campesinos que se mueven al principio de forma dispersa y nunca llegan a ocupar el poder durante todo el siglo XIX. Se trata también del proletariado minero, que nace junto con la explotación capitalista dependiente del estaño, y que es la principal fuerza que sí logra deponer a la oligarquía o rosca minera en la revolución de 1952.

Este proletariado minero continúa encabezando las fuerzas nacionales hasta principios de la década de los 80, organizado en la Central Obrera Boliviana, hasta su derrota definitiva en la Marcha por la Vida. La posta es luego tomada por el movimiento campesino, con su vanguardia cocalera, en las “guerras” del agua y del gas durante el siglo XXI, hasta derrocar a la clase política del neoliberalismo y erigir el Estado Plurinacional.

Se trata de una narrativa del héroe que siempre vuelve, de una forma u otra, para vengar al país de sus verdugos. Una trama que no por simple puede ser descalificada como falsa, puesto que, en los hechos, no ha hecho más que verificarse como verdad desde que comenzó a hablarse de ella. Sus detractores la acusan de esencialista o simplista, pero nunca pueden responder cómo es que tal idea, aparentemente sin fundamentos, se hace palpable en diferentes momentos de nuestra historia. Para responder aquello, pronuncian una simple palabra que trata de ser explicación: populismo.

Carlos Moldiz Castillo es politólogo.