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El juez supremo

ORDEN CAÓTICO

Chat GPT («Chat Generative Pre-trained Transformer» o «Transformador Preentrenado Generativo de Chat»), que es el nombre abreviado para la herramienta que equivale a un súper-sabio que le da cualquier respuesta que tenga a mano luego de consultar billones de palabras en la web, llegó para revolucionar nuestra experiencia digital.

Ya en una anterior columna di mis impresiones preliminares sobre esta novedad, que tiene el potencial de resolver un sinnúmero de temas sobre contenidos, didáctica, lenguaje e —hablando de lenguaje— incluso de códigos de programación.

Con el paso del tiempo, los internautas más acuciosos han hecho toda clase de preguntas y han sometido a Chat GPT a todo tipo de tests, incluyendo exámenes universitarios de posgrado. En ese afán, la experiencia nos muestra que la clave para aprovechar esta herramienta hasta el límite de sus capacidades es la redacción del prompt, o sea, la redacción de la pregunta —o, mejor dicho— la instrucción que se le da al Chat GPT.

Ahí está la verdadera veta de oportunidades para aprovechar esta y otras herramientas de inteligencia artificial. Para ello, la usuaria o el usuario deben tener un criterio previo… lo cual implica un estudio sistemático —aunque no sea enciclopédico— de la materia que quieren tratar con el chat. Vuelvo luego sobre este punto.

Alguna otra gente ha consultado a Chat GPT sobre temas controversiales en economía —para que el chat dé su veredicto sobre la pertinencia de la política monetaria en EEUU, por ejemplo—, para saber si el Chat puede autorizar el uso de insultos raciales con el fin de salvar a la humanidad de una hecatombe nuclear o para dirimir temas políticos que generan polémica. Cada usuario intentando que el Chat le responda con juicios de valor que reafirmen sus sesgos personales.

De esa manera, intentan —consciente o inconscientemente— erigir a un programa de sofisticados algoritmos como un juez supremo que da su veredicto acerca de temas que llevan décadas discutiéndose en el plano de la vivencia humana. Tal vez —en este punto de la historia— no sea un momento oportuno para terciarizar el criterio humano sobre temas morales y dejarlo en manos (o en los servidores) de una herramienta de inteligencia artificial.

Hay incluso quienes opinan que ni ahora ni en ningún momento es pertinente otorgar ese tipo de prerrogativas a la inteligencia artificial, pues despojaría a la raza humana del criterio moral y ético, que le es intrínseco a su existencia, y abogan por empezar a regular los límites de lo que debe y no debe hacer la inteligencia artificial, el machine learning, los robots y sus sucedáneos.

Una pregunta pertinente es si Chat GPT tiene algún sesgo político. Algunas personas han examinado las respuestas e incluso le hicieron el test de brújula política al Chat y han concluido que la herramienta está en el centro/ izquierda del espectro político… pero no hay aún nada concluyente al respecto.

Como quiera que sea, tanto para usar a Chat GPT —o cualquiera de sus símiles—, la primera condición es tener una idea básica del tema que se quiere desarrollar. Esto implica un conocimiento básico pero sistematizado acerca de la materia. Lo peligroso del tema — para chicos y chicas de colegios fiscales de Bolivia— es que no podemos confiar mucho en la educación que imparten profesores sindicalizados que objetan la nueva malla curricular para enseñar robótica “no somos robots”. Lo bueno es que chicas y chicos a lo largo de todo el país avanzan a pesar de sus profesores y hallan grietas por donde esquivar las desigualdades de nivel con los colegios privados.

La segunda condición es tener un criterio básico —ya sea moral o ético— previo a la consulta con el Chat. De nuevo, esto implica conocimiento sistemático, pero también —y mucho más importante— implica el desarrollo de sensibilidades más allá de las básicas que conocemos en la familia, en el barrio, en el colegio o en el lugar de trabajo. Estas sensibilidades se cultivan con la lectura, el estudio y con la predisposición para vivir nuestra experiencia terrenal con una mente abierta. Este es siempre un camino individual, pero entre muchos podemos hacer que se convierta en un sentido común.

Pablo Rossell Arce es economista.