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La wiphala y Lizarzaburu

TRIBUNA

El jueves 2 de febrero, el congresista peruano de extrema derecha Juan Carlos Lizarzaburu (Fuerza Popular) llamó a la wiphala “mantel de chifa” en su intervención en el Congreso y en el conflicto político de Perú. Esto provocó remezones de todo tipo. Unos han condenado ese “lingüismo de mesa”, otros, han hecho notar que el emblema solo expresa los intereses ajenos al mundo indígena.

Lizarzaburu nació en Lima en 1969, estudió en una universidad privada de Lima Contabilidad y Auditoría, es magíster en el instituto de Empresa (IE) de Madrid.

Salen aquí a relucir detalles profundos de la frontera histórica entre el mundo indio y el blanco y no hay medias tintas en esa historia. Deberíamos preguntarnos: ¿por qué la gente ha creído sobre ellos que eran sabios, inteligentes, doctores, incluso dioses? Puesto que se pensaba y aun se piensa en Perú, y también en Bolivia, que son legítimas personas con calidad de autorizadas para hablar del conocimiento, la política, el mundo moderno, la ciencia, etc.

Está claro que fuimos ciegos. Muy ciegos, aunque conscientes de la historia colonial. Ahí está el aporte del indianismo y el katarismo en Bolivia, porque quitó a la gente el velo de la infamia y hoy tiene efecto internacional. Pues siempre se sabía que aquellos eran colonizadores y que su riqueza económica era fruto de la explotación de territorios indios y de la mano de obra barata. En Perú, con fronteras profundas tanto geográficas y subjetivas, en este momento es un asunto revelador porque muestra sin anestesia al Estado neocolonial.

Aunque hay que reconocer ante todo, también, que son humanos con grandes deficiencias en su relación con el mundo y las sociedades. No conocían o no querían saber que había otros mundos, así los habían formado, y ese mundo lo expresan ahora como individuos.

En realidad, lo que ocurre es que se han dado cuenta que no eran ellos los únicos, sino que había todo un mundo que contradecía su mundo. ¿No habrán leído a José Saramago sobre la ceguera para no vivir en la ceguera? El mundo contemporáneo indígena es un mundo que empieza a competir con sus visiones. Literalmente, con los mundos ciegos y triunfar sobre ellos.

Esa es la razón sobre por qué hace 50 o 200 años en Bolivia hablaban igual como hoy lo hacen en Perú. Incluso la izquierda. Es decir, hablan como señores de una mesa coja, aunque piensan que son el referente legítimo de la modernidad y la estética. Y la contradicción es más que evidente entre lo que hablan y lo que es el país real.

Autodescubren que pierden el visor como un privilegio sustantivo de ser los únicos en nombrar y hacer el mundo de las cosas y del poder, ahora sin ello están asustados. Ahí su intolerancia con los Otros y la wiphala. El visor ahora aparece borroso e enturbiado por esa ceguera del mundo. Tal vez no diferencian bien las cosas y las palabras. Aunque no es posible tal hecho.

Hace tres semanas hablé con alguien de esos mundos. Noté un profundo miedo de lo que uno piensa o quiere hacer. Casi emulaba un pasado donde todo estaba en orden y hoy ese orden ya no es el mismo. Y entonces siente un profundo vacío. Existe un aire de desespero, pero tuvo que hablar conmigo porque hace un trabajo de lo que le van a pagar. El miedo o la ofuscación es, pues, un asunto no menor. Si eran casi dioses, entonces, ¿por qué esa mirada casi perdida o a punto de explotar?

En Perú se lee en redes sociales, periódicos y canales de televisión esos mismos desesperos. Pareciera que están perdiendo la compostura, sus dotes de buen ser, de buena presencia autoimaginada, y algo más. El poder ser quien manda y los Otros los que obedezcan. Ahí está el meollo de por qué sienten ese vacío profundo. Y el ejemplo de modo público y especifico de ese hecho es el congresista Lizarzaburu. El mantel de chifa, ahora parece un nuevo tormento. Denota un Otro que empieza a tener vida y es el Perú serrano.

Mira a su alrededor y todo es indio. Antes les era invisibles. Hoy no. Le están disputando el espacio y el poder. Eso es grave, pero muy grave. Y entonces piensan en todo y al mismo tiempo reciben respuestas de que si sigue la matanza habrá una revolución. La cosa se les empeora. Se observa miradas ofuscadas.

¿Cómo llegamos a este momento? Siempre hemos vivido con fronteras visibles e invisibles como los muros de vergüenza de Lima. Los muros son atajos de miedo y de vacío. Son como formas de ocultarse del mundo del lado y de uno mismo, pero está ahí incólume. La historia está; está haciéndose. Aunque no hay que confiarse, menos en lo que ya ocurre.

Pablo Mamani Ramírez es sociólogo.