El debate sobre la inmigración en Estados Unidos se centra a menudo en quién debería entrar a nuestro país. Algunos hasta arguyen que el multiculturalismo diluye nuestro carácter nacional, que la esencia misma de nuestro país está desapareciendo. Pero antes de subestimar el experimento estadounidense, los inmigrantes enaltecen nuestra cultura al introducirla a nuevas ideas, concina y arte. También enriquecen el idioma inglés.

En la medida en que los recién venidos dominan una nueva lengua, nos prestan palabras de su léxico original. Por ejemplo, el idioma inglés, o quizás deberíamos llamarlo inglés estadounidense o “americano”, ha tomado prestado de otros idiomas el nombre de la comida que tantos de nosotros amamos. Los italianos nos dieron la pizza y el espagueti, y los préstamos taco, burrito y churros vienen del español.

Los inmigrantes chinos nos presentaron los chopsticks (palillos), mientras que al parecer la palabra kétchup, la salsa que le ponemos a los hot dogs, las hamburguesas y las papas fritas, deriva de una palabra china. Los inmigrantes irlandeses introdujeron al inglés estadounidense las palabras hooligan, phony ( falso) y galore (montón), y del yiddish recibimos chutzpah (descaro) y schlep (viaje tedioso). Los términos diva, tornado y tycoon (magnate) también llegarón al “americano” de otras lenguas.

Todos los días se inventan una gran cantidad de palabras, al tiempo que las palabras viejas son desplazadas para hacerle espacio a las nuevas. Algunos préstamos tienen una vida breve; otros se convierten en parte esencial de nuestro hablar cotidiano. Su poder de permanencia suele depender del proceso de asimilación, del tiempo que un grupo tarda en entrar a la clase media y del vínculo que ese grupo mantiene con sus raíces.

El inglés “americano”, por supuesto, no solo tiene muchos préstamos de idiomas de lugares distantes. Hay palabras como kayak, chipmunk (ardilla), tobacco (tabaco) y hurricane (huracán) que se derivan de unas 300 lenguas indígenas habladas por las personas que vivían aquí mucho antes de que llegaran la mayoría de nuestros ancestros. Más de la mitad de los nombres de los estados de Estados Unidos tienen origen indígena.

Es probable que los padres fundadores de nuestra nación entenderían poco de lo que decimos hoy, dada la cantidad de adquisiciones nuevas que hacemos todo el tiempo. Cuando nuestro diccionario fundacional, el Diccionario americano de la lengua inglesa de Noah Webster, se publicó en 1828, solamente incluía 70.000 palabras. Para ser aceptadas en él, esas palabras necesitaban cumplir ciertos requisitos específicos. Con el paso de las décadas, se convirtió en el diccionario Merriam-Webster, una empresa comercial que contiene más de 15 millones de ejemplos de palabras. Es descriptivo en lugar de ser prescriptivo, como tienden a ser los diccionarios de otras lenguas. Esto quiere decir que el Merriam- Webster no nos dice cómo hablar. Al contrario: los hablantes nativos y los inmigrantes dictamos lo que debe contener el diccionario.

Como inmigrante mexicano, me asombra cómo, en su historia de 450 años, el inglés estadounidense sea tan elástico. Siempre se recalibra al aprender de su propio pasado. Es esencial que continúe haciéndolo. ¡No renuncies a tu acento! ¡No pierdas tu herencia verbal como inmigrante! Me encanta escuchar acentos, en particular de las personas que han aprendido el inglés “americano” sin perder los rasgos de su lengua materna.

Importa recalcar que hablar el inglés no siempre ha sido una opción para algunos de nosotros. A veces a los inmigrantes se les hace sentir que deben suprimir su lengua materna para poder pertenecer. A lo largo de la historia, los niños han sido disciplinados físicamente o discriminados por hablar su lengua nativa.

Hace poco escuché un episodio de Where We Come From, un programa del servicio de radiodifusión pública estadounidense, NPR, en el cual Emily Kwong, quien es tercera generación de inmigrantes chinos, habla de su anhelo de sentirse cómoda con su identidad china. Su padre habló mandarín hasta que entró al jardín de infancia, y entonces fue forzado a hablar en inglés. Él explicó cómo su necesidad de integración animó su deseo de hablar con fluidez el inglés, al grado que olvidó cómo hablar su lengua materna. En ese trayecto, la familia perdió parte de su herencia cultural.

Emily Dickinson pensaba que las palabras empiezan un ciclo de vida nuevo y discreto en el momento en que las pronunciamos. Aunque el inglés “americano” puede ser percibido como una amenaza a la sobrevivencia de otras culturas en el mundo, dentro de Estados Unidos es una fuerza que ayuda a que nos mantengamos unidos, incluso cuando las fuerzas ideológicas que nos separan van en dirección contraria. Los inmigrantes ayudan a revitalizar nuestra lengua multitudinaria.

Ilan Stavans es columnista de The New York Times.