Voces

Thursday 25 Apr 2024 | Actualizado a 01:53 AM

Febrero loco

/ 26 de febrero de 2023 / 00:42

Así se dice de las lluvias por estas tierras: “enero poco, febrero loco”. La segunda parte de la expresión viene perfecta para retratar el Carnaval.

El columnista de LA RAZÓN Édgar Arandia recordó en el programa Piedra, papel y tinta que en estos días de febrero, el Supay (una de nuestras divinidades) está suelto, está jugando. Es, al mismo tiempo, la época de la cosecha, el tiempo de agradecer los frutos de la tierra, el tiempo de alegrarse, de festejar el cuerpo. Es el momento de querer y adornar lo que nos rodea porque todo tiene vida. Por eso, muchos compañeros de trabajo en este periódico colorearon sus computadoras, sus escritorios y sus sillas con globos y serpentinas, todo sellado con alcohol y fe para que este lugar de siembra nos permita seguir cosechando con dignidad. La misma tarde, LA RAZÓN y Extra organizaron una fiesta de disfraces en la que quedó demostrada la creatividad y la alegría que habita esta montaña de Auquisamaña. De la hemeroteca salió Freddie Mercury para ganar el segundo premio del concurso, detrás de Los “Extrabandidos”, todo un éxito para nuestro periódico popular. Risas, música, sangría, un sándwich de chola y algunas “chelas” que aparecieron quién sabe cómo, fueron la fórmula perfecta para sentirnos juntos, batallando en la misma vereda. Y después, al estadio Hernando Siles para ver ganar al Strongest. Bajo la lluvia nos alegramos otra vez y gritamos en el cielo hasta que el pitazo final anunció que la alegría de los días posteriores bailaría entre el oro y el negro. Solo ver bolivaristas y stronguistas entrar y salir mezclados y en paz, o sin traspasar la frontera de la violencia, supera el festejo del equipo ganador. Un clásico que fue el ingrediente sabroso del mes loco.

Sábado de Carnaval. Lejos y cerca de Oruro. Mirando en la pantalla los trajes y las sonrisas de este 2023. Sin barbijos, con impulso, con orgullo acumulado de una fiesta anterior a la llegada de los colonizadores, recorren kilómetros los bailarines juntando ecos de cada rincón de nuestra historia. Qué emocionante es ser de Bolivia. De Oruro dentro de sus bandas; del campo tarijeño, en sus vinos de colores; del Vallegrande cantado; de Cochabamba atando hombres y mujeres en coplas pícaras/atrevidas/amorosas/ sensuales/sexuales. ¿Cómo no poder estar en cada lugar al mismo tiempo? Toca un solo día a la vez. Así, el domingo nos pilló frente a una chicharronería cochabambina a pasos del paceño Valle de la Luna. Allí, el chanchito a la cruz mostraba con generosidad y perdón su cuero crujiente que era convocado por un sabroso plato de papa y un maíz violeta con recuerdos de niñez. Cerveza. Celebración donde se mire.

El lunes, los comerciantes en La Paz ch’allaron sus puestos de venta, sus tienditas de barrio, sus ferreterías, sus kioskos de dulces y galletas. Es la foto del compromiso. ¿Qué pasaba en otras ciudades? ¿Cómo bailaban en los campos de los valles? ¿Qué se comía y qué se bebía en el Santa Cruz carnavalero del lunes? Lastimosamente solo se puede estar en un solo lugar. Esta A optó por un martes de ch’alla en la casa a medio construir de una admirada amiga. No sin antes agradecer y festejar bajo el techo propio: los espacios secos, como las habitaciones, y los lugares húmedos, como la cocina o el baño, con el mismo sentimiento. Alcohol en las esquinas, serpentinas serpenteando sobre nuestra cosas queridas, inflando en cada globo los deseos de descansar en nuestra cama con la satisfacción de un día logrado, inflando los deseos de que los escritorios sean la cuna de curiosidades, de ganas de producir ideas, que la mesa de la cocina nos reúna con pan, leche y ganas de compartir. Hasta los gatos terminaron adornados (durante segundos, claro) con la esperanza de que no nos falte lo esencial, el calor, la piel. Ahora sí, vamos a la casa de Susana. Le reventaremos cohetillos pese al mal momento de los perritos, lanzaremos confite bicolor a su techo con la certeza de que terminará su construcción, sembraremos en su patio de tierra las semillas oro y plata para que se haga sol y luna en su casa. Comamos entre amigos, tomemos vino y cerveza. Bailemos. Bailemos. Bailemos. Solo bailando con alegría se puede poner cemento a una sociedad rota. Solo comiendo juntos podemos dialogar sobre los tiempos de golpe/fraude para buscar una verdad para todos, solo riendo juntos podremos hablar de una pacificación con justicia, con igualdad, con solidaridad. Bailemos. Bailemos. Bailemos.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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La nube y el deseo

/ 21 de abril de 2024 / 00:13

Si esta A no estuviera tan anclada en los contenidos periodísticos, ¿tendría la misma sensación de incertidumbre, de crisis, de pesimismo? ¿Un arquitecto que diseña un moderno edificio o una comerciante que vende jugo de mandarina compartirán estas percepciones nubladas de lo que el país y el mundo que lo sostiene presentan a estas alturas del año? Para salir de estos interrogantes viene bien dar un vistazo a algunas cifras. Hace no muchos días salió la última actualización del Informe Delphi, un estudio con liderazgos de todo el territorio que deja un retrato de país que puede cambiar.

Uno de los datos más llamativos es justo ése que confirma la percepción con la que arrancamos esta columna: cerca del 81% de los consultados sobre el rumbo del país cree que vamos por mal camino, el dato más negativo desde el 2020. Un porcentaje sobre el que se sostienen otros datos que dan un entramado de preocupaciones. Repasemos algunos insumos generales. Se cree que la situación política del país es mala, 45%; regular, 30%; muy mala, 19%; buena, 5%. Detrás de estas cifras tiene que estar la división dentro de las principales fuerzas políticas, la agresión, la mezquindad y la falta de propuestas a la altura de las circunstancias del momento boliviano.

En cuanto a la situación económica, los interrogados creen que es mala en un 37%; regular, en un 35%; muy mala, en un 21%; buena, en un 5%. Percepciones que están articuladas seguramente en las informaciones (o la falta de ellas) sobre los movimientos de la macroeconomía y de manera más sensible, lo que los individuos sienten día a día en los precios del café o del tomate, en la escasez de los dólares, en la falta de clientes, en el atraso de su salario, en la fluidez de los negocios individuales o familiares. Este termómetro tiene, lamentablemente (porque no es del todo justo), un peso determinante en las lecturas de los marcos ideológicos, en los ciclos políticos de un país o de una región logrando llevarnos a abrazar propuestas electorales radicales que ya acumularon un historial de más pobreza y desigualdad. Pero en la percepción manda el bolsillo y la angustia por el horizonte de lo que se trabajó y se acumuló con esfuerzo.

La cereza de los datos precedentes es que se ha instalado la percepción de que el futuro no va a poner estos porcentajes en rutas inversas. Si nos vamos a anteriores mediciones, la gestión de la economía boliviana permeaba mejor las percepciones pesimistas pese a las ya adultas crisis en la política. Hoy, lo predominante es que la cosa está mal y que puede empeorar pese al notable control de la inflación, pieza clave en los comportamientos de las sociedades.

El termómetro boliviano parece marcar, por otro lado, una alta preocupación por la conflictividad en el país. La polarización no duerme, se alimenta de odios e intolerancia. Hay que decir, al mismo tiempo, que dos tercios creen que al final del camino podremos resolver estas diferencias pacíficamente y no en un enfrentamiento violento. En medio de estos porcentajes está la confianza, un valor en la economía. Como el amor en la estabilidad de nuestras relaciones nucleares. Si la gente confía, la economía se aceita.

Esta A confía esencialmente en la gente. Hace pocos días, el centro de la sede de gobierno volvió a cerrar principales arterias debido a bloqueos de trabajadores municipales que decidieron que sus reclamos van a poner el tablero complicado al Negrito, el alcalde. Así, El Prado presentaba, en su punta, unas enormes pancartas y objetos de bloqueo mientras que su largo cuerpo de calzada y acera florecía de gente. ¿De dónde sale tanta gente? La luz del día iba cediendo a una fresca noche paceña anunciada en las calientes pipocas del carrito empujado por la joven vendedora que alterna entre la sal y el cobro por cada bolsita. Más adentro, la venta de camperas, de camisas. Los grupos de amigos, riendo de cualquier cosa, con sus papas bañadas en salsa. En plena calle, los autos han sido cambiados por zapatillas a 80 o 60 bolivianos; todos los números disponibles. Un paraíso de llaveros coloridos a 5 pesos. Los perros de la noche, con dueño o callejeros, sellando con sus patas el encanto de este tiempo de la risa, de la venta, del antojo, del paseo sin prisa, del deseo de una Bolivia que quiere vender más, comprar más, encontrarse más, confrontarse menos, cruzarse en las calles, darse un beso inesperado.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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183 pedazos

/ 7 de abril de 2024 / 04:18

Esta semana hubo un encuentro para comentar los resultados de la última encuesta de “Unámonos”. Se trata de una iniciativa desprendida de la preocupación por el impacto de los conflictos y la violencia política en los bolivianos. La idea de partida es que nuestras polarizaciones crónicas están lastimando el tejido social. Es un proyecto financiado por Alemania a través de sus fundaciones Friedrich Ebert y Konrad Adenauer.

El documento en cuestión pone sobre la mesa de debate la salud de la democracia y la salud mental de la sociedad boliviana asumiendo que la polarización política es un factor compartido en gran parte de las sociedades actuales. Un denominador común que se alimenta de desigualdad, desconfianza y desinformación. La pesadilla perfecta.

Ana Lucía Velasco escribe en su introducción a este documento que hay algo inflamado, adolorido (no se puede reponer lo roto, sí se puede aliviar lo que duele, cree esta A lastimada y adolorida). Propone mirar el impacto de la polarización en la salud mental de la sociedad. Interesante, novedoso en nuestro contexto y bastante debatido por quienes fuimos invitados a comentar la encuesta. Ésta habla de “correlaciones positivas y altamente confiables entre salud mental y niveles de polarización política, agravadas además por una importante brecha entre oriente y occidente”. Lo último apunta a que, en función del lugar boliviano donde nos encontremos, la “experiencia de país” varía significativamente. ¡Vaya hipótesis de lectura!

Una de las columnas vertebrales de este estudio reposa en la idea de que la polarización boliviana no está tan basada en diferencias ideológicas como en posturas netamente políticas. O sea, “la política por la política y no las diferencias de pensamiento”. Desafiante idea que pide, a coro, doble o triple verificación.

En los resultados concretos, vale la pena subrayar un par de cifras: a un 52% de la gente le cuesta hablar con un “otro”; un 41% cree que no puede expresar libremente su descontento con los partidos políticos; entre el 2022 y el 2023, la cifra de los polarizados bajó en un punto porcentual; entre el 2022 y el 2023, la cifra de los “altamente polarizados” bajó en cinco puntos porcentuales; a finales del 2022, el 70% de la población estaba polarizada y el 2023, esta cifra bajó a 64%. Y la cereza: un 22,25% ha cortado lazos con familiares, amigos o colegas por su postura política sobre la crisis del 2019.

Es lógico que la polarización baje el volumen, no se puede estar enojado tanto tiempo, pero no por ello debemos olvidar que, como ratifica este estudio, mientras más polarizados estemos, menos motivación sentimos para trabajar por un mejor país. La polarización libera pesimismo, desaliento; la polarización perfora la comunidad. Las energías negativas transitan todavía por las venas nuestras y hoy explican que un 64,5% (nada menos) de los bolivianos tenga miedo a que la confrontación nos lleve a lamentar muertos y heridos, lo que le pone el sello indiscutible de que la agresión verbal, las violencias, las confrontaciones, las heridas de bates, de palos, de piedras o de balas, las muertes, la discriminación, la intolerancia o simplemente el racismo, siguen nutriendo los ríos de sangre que nos separan. Son ríos que no nos dejan cruzar al frente, son ríos que nos pueden llevar por delante.

El informe termina puntualizando que los bolivianos no somos tan diferentes como pensamos, sucede que no nos conocemos. También insiste en que dependiendo del departamento donde uno radica, se experimentan diferentes temperaturas de polarización. Finalmente, ratifica que sí existe una relación entre estar polarizado y presentar síntomas más o menos preocupantes en nuestra salud mental. Y sí, cómo no tomar en serio las palabras del periodista español Antonio Martínez Ron cuando describe: “La polarización política afecta a tus niveles de atención, a tu memoria y atiza tus emociones generando una espiral que nubla la razón. También puede provocar consecuencias físicas: ansiedad, trastornos del sueño y hasta taquicardias”.

La foto de una mujer sosteniendo el cuerpo ensangrentado de su pequeño en medio de las bombas y la destrucción también impacta en nuestro cerebro, también hace tambalear los pilares de nuestras creencias, también dinamita nuestras ilusiones, también abre las puertas de la desesperanza y nos rompe en 183 pedazos el corazón. Son los 183 días de la pesadilla en Gaza.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista. 

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La A de Anaís

/ 24 de marzo de 2024 / 01:33

No hay columna honesta si esta A no comienza admitiendo que en casa no hubo gran expectativa por el día del Censo. Ni siquiera fue un tema a comentarse en la cena, nuestro congreso en la cocina cada final de jornada. Solo se tenía en mente y en agenda que no se salía en todo el día. El único cabo suelto: ¿podremos sacar a Frida y Diego a que hagan pis?

Así, en medio del tra la la del trabajo, del colegio, de las tareas, de los trámites pendientes, de los quehaceres que siempre están haciendo fila en la mente, llegamos al sábado 23 de marzo. Dormiremos como reyes. Nada, señoritos, hay lecciones por preparar, textos por escribir, páginas por revisar, llamadas por hacer… Por suerte nos pusimos en ruta antes de las ocho porque nuestra censista llegó sobre las nueve de la mañana. Mi vecino en el edificio nos informa que el equipo del Censo llegó y que comenzará por el último piso. Fue solo en ese momento que nos entró en la mente la verdadera dimensión del Censo. Es verdad, esto es serio, están aquí.

Comenzamos todos a correr de aquí para allá. Llegaba la visita. Y así, el Estado tocó a nuestra puerta. El Estado era una joven boliviana, alta, delgada, universitaria de 22 años (eso me chismeó mi vecina), cabello negro bien sujetado en una cola, lindos ojos obscuros, poco maquillaje. Muy amable, diría dulce, se identificó e inmediatamente la invitamos a nuestra sala. Nosotros mirábamos su chaqueta negra, su jean y sus zapatillas blancas mientras Anaís ponía en orden sus documentos, con lápiz en mano, comenzó el cuestionario.

Cuando hubo que determinar quién es jefe de hogar, ella fue testigo de miradas cruzándose sin semáforo. Comenzamos. Gracias a la seriedad y amabilidad de la joven terminamos antes de lo que imaginamos. Se disculpó de no aceptar ni el jugo ni el café que le ofrecimos. Cuenta mi vecina que ya en el piso dos dio luz verde a una gelatina de color con plátano.

Llenado el cuestionario, cerramos la puerta después de dar las gracias y despedirnos. Y entonces el Censo tuvo una primera evaluación en mi pequeña comunidad. Qué afable, qué seria, qué bien hizo su trabajo Anaís. Comenzamos a imaginar entonces todo lo que se puede hacer con esa enorme estadística pronto a disposición. Cuántos somos, cómo vivimos y cómo nos reorganizamos en políticas públicas y en asignación de recursos. Sólo en ese momento se hizo de carne y hueso el operativo más grande de nuestra historia. Sólo en ese momento pensamos, de verdad que, como Bolivia, nos estamos mirando al espejo.

Un día de encierro entre nuestras paredes precedido de un día en el que se despliega una de nuestras innegables características como sociedad: correr a los mercados, armar filas kilométricas en los supermercados, hacer la lista mental de lo que nos puede faltar durante 24 horas sin salir, sobre todo sin comprar. ¿Y heladitos para el postre? A correr a la tienda, que todavía está abierta.

Esa mañana se fue Anaís con su mochila rosada y plomo, con su cabello negro bien recogido y su buena educación. Y pasaron las horas restantes entre nosotros, los habitantes del mejor lugar del mundo. Solo entre nosotros. Como en otros momentos de la historia última de nuestro país. La gran y esperanzadora diferencia es que este sábado nos quedamos en casa no porque una inconmovible pandemia nos puso contra la pared, llevándose a los nuestros, o encerrándolos y atemorizándolos hasta debilitarlos en su más íntima esencia como hizo ella con mi papá. Nos quedamos en casa no porque el país se está partiendo entre quienes creen que hubo fraude en las elecciones y quienes denuncian un golpe, todos alrededor de la gran fogata del odio y la desconfianza, todos testigos de las muertes de nuestros compatriotas. Nos quedamos adentro no porque temíamos que ese enemigo que construimos se entre a nuestra casa o a nuestro edificio para agredirnos, para violentarnos, para incendiarlo todo. Nos quedamos en casa para esperar a Anaís y ofrecerle un jugo o un café. Nos quedamos en casa para encontrarnos con ese otro que también posee en sus manos este país. Nos quedamos en casa para comunicarnos de alguna manera con quienes viven arriba, abajo, al lado, al frente y descubrirnos parte de una comunidad. Nos quedamos en casa para volver al núcleo de los más cercanos en absoluta tranquilidad y sentirnos acompañados, abrigados, en paz. Responder a las preguntas de Anaís, fue, para los míos, tomar conciencia de la infinita fortuna de vivir juntos, de estar sanos, en la tranquilidad de contar con un techo, en la alegría de contar con un trabajo, en el milagro de compartir pan en la mesa. El mundo se detuvo para reencontrarnos.

 Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista. 

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La toma de la Bastilla

/ 10 de marzo de 2024 / 00:35

Este 8 de marzo las mujeres tomaron nuevamente la Bastilla. La libertad garantizada de abortar será inscrita en la Constitución después de que el Congreso extraordinario de las dos Cámaras tomara una decisión histórica: 780 legisladores reformaron el texto constitucional en el Palacio de Versailles, a la izquierda, bien a la izquierda de París. Así, en medio de aplausos y silenciosas lágrimas de mujeres, Francia se convierte en el primer país del mundo en gritar este derecho hoy constitucional. Es el resultado de décadas de batallas feministas que recuerdan el carácter revolucionario francés.

Ancianas y jóvenes que salieron a las calles a festejar esta nueva revolución repitieron frente a los micrófonos de los medios que se pateó la puerta de la Constitución después de alarmas que sonaron en otros puntos del planeta como en Estados Unidos, donde la decisión de la Corte Suprema en 2022 de dejar de reconocer el aborto como un derecho a nivel federal abrió nuevamente la noche para mujeres que arriesgan su vida en la práctica de abortos clandestinos. No es el único retroceso de estos últimos tiempos. Miren, chicas, al despeinado libertario Javier Milei. Mírenlo, mírenlo. Y escúchenlo también: se declaró, por enésima vez, opuesto al aborto en Argentina, justo dos días antes del Día Internacional de la Mujer. El ultraliberal lo dijo alto y claro delante de estudiantes del colegio Cardenal Copello: “el aborto es un asesinato agravado por el vínculo”. Calificó de asesinos de pañuelos verdes a quienes apoyaron la interrupción del embarazo en Argentina hasta la semana 14 de gestación hace apenas unos meses. Y no es todo. El despeinado también ha prohibido el lenguaje inclusivo y otras políticas referentes a la perspectiva de género en todo el aparato público nacional. Le dijo “¡fueraaaaa…!” a la letra e; le dijo “’¡fueraaaaa…!” a palabras como “todes”. Nada de arroba, nada de x, nada de “soldada” ni de “presidenta”, nada de Ministerio de las Mujeres, nada de continuar con la despenalización del aborto en la tierra de Borges, nada de nada… ¡Viva la libertad de prohibir, carajo! Como si las urgencias económicas a las que tiene que hacer frente Argentina pasaran por una letra.

Estas políticas que apuntan a la igualdad entre hombres y mujeres o entre mestizos e indígenas o entre nacionales e inmigrantes no dejan dormir a los inquilinos del poder en Estados Unidos, en Argentina o en cualquier país donde la gente los haya votado. Son poderes puestos por una votación popular, ciertamente. Y eso es democracia. Pero también implica un triste retroceso en acciones igualitarias y democráticas.

Creer en la lucha contra la discriminación de indígenas o afros debería ir de la mano de las reivindicaciones de las mujeres. Creer en la dignidad del ser humano no puede divorciarse de la bronca cuando se recuerda que más de cuatro millones de niñas corren el riesgo de ser sometidas a mutilación genital; que hay lugares donde ellas no pueden tener bienes y otros donde se permite que el hombre viole a su esposa; o que habrá igualdad jurídica total para las mujeres dentro de 300 años.

Mientras la Presidenta de la Aduana Nacional cuente que cuando asiste a una reunión con un asesor, su interlocutor la puentea con la mirada para solo dirigirse al varón que está a su lado; mientras la Embajadora de Francia cuente que muchos asumen que el Embajador es su adjunto solo por el hecho de ser hombre o cuando el administrador de mi edificio maltrate a mi vecina por ser una mujer de la tercera edad, no dormiré tranquila. Ni callaré. Ni me cruzaré de brazos. Tomaré la Bastilla con quien quiera acompañarme.

 Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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Si volvieran los dragones

/ 25 de febrero de 2024 / 00:36

Alista sus maletas el llovido febrero y, así, entre la celebración del Año Nuevo, la esperanza de las Alasitas y la euforia carnavalera, se fueron dos de los doce meses de un 2024 que se anunció cargado de desafíos, un 2024 que para los chinos es el año del Dragón, un animal que representa la fuerza, la valentía, la sabiduría y, afortunadamente, también el éxito. Es justo todo lo que nos hace falta. Como cantaron Joaquín Sabina y Fito Paez, si volvieran los dragones…

Si la angustia no tuviera tantos meses

Si pudiera huir de esta ciudad

Si el milagro de los panes y los peces

Consiguiera darnos de cenar

Se dice que este Dragón de Madera traerá evolución, mejora y abundancia. Pensarán ustedes que esta A enloqueció y con razón. ¿De qué evolución o mejora podemos hablar si en estos mismos minutos los habitantes inocentes de Gaza han sido arrinconados, bombardeados, expulsados por la violencia y la muerte de sus cercanos? Ni Naciones Unidas logra un cese al fuego; volvió a ejercer su veto Estados Unidos. Ni el reclamo del presidente brasileño Lula ni el apoyo del colombiano Petro o el boliviano Arce pueden detener el miedo, el hambre, el infierno en este lugar lejano. ¿Qué evolución y mejora promete la destrucción que la guerra entre Rusia y Ucrania va profundizando cuando el tiempo pasa y solo pisa? ¿En qué abundancia podemos creer en tiempos de cada vez mayor concentración de la riqueza y cada vez mayores niveles de pobreza? ¿Cómo se ordeña la sabiduría de este Dragón para que nos dé la fórmula del control de la inflación, la vacuna contra la pobreza, la pócima que nos libre de los sacudones de este eclipse geopolítico? ¿Bajo qué techo nos refugiamos mientras se reacomodan las piezas de este nuevo orden multipolar que tanto se anuncia en los medios? Se dice que el Dragón tiene energía. ¿Le alcanzará para alargar sus extremidades hasta América Latina y con sus garras levantar los gusanos de la extrema derecha, los gusanos de la discriminación y el odio? ¿Podrá nuestra tierra americana, latina y materna volver a ser un nido tibio, un lugar seguro en el mundo? ¿Le importará al Dragón chino nuestra tierra y los seres que la habitan? Uno nunca sabe; de pronto sí es posible que las alas del animal se fusionen con las alas de las Alasitas. Alas de Dragón de Madera, Alasitas, alarila, que su generosidad multiplicada nos traiga abundancia. O que por lo menos nos traiga paz.

Abramos la imaginación de este Estado Plurinacional: de repente los brazos abiertos del Ekeko, cargando sobre su espalda el alado reptil corpulento, pueden calmar la furia de las lluvias de estos meses iniciales. Esta A quiere creer que ya no tendremos que llorar más a personas enterradas por sordos derrumbes, que los animales no serán más el alimento de los desbordes de ríos indomables, que no perderemos más casas, que el agua no se llevará nuestras cosas, que no se perderán nuestros cultivos, que no nos arrebatarán más el pan nuestro de cada día. Y ya que estamos, por qué no deseamos que este Dragón de Madera que puede respirar agua, que puede polimorfizarse, lance conjuros para detectar mentiras en este penoso momento político que nos está dejando sobre la gran alfombra de la incertidumbre. Ni el MAS evista, ni el MAS arcista, ni las alas dispersas de Comunidad Ciudadana, ni los pedazos que volaron por los aires de Creemos ni los viejos candidatos que siguen comprando boletos para las elecciones, ni los nuevos aventureros de las redes parecen haber encontrado una propuesta seductora, convincente, frontal, clara, con futuro largo para una Bolivia duramente golpeada el 2019, diezmada por la pandemia, agotada por los grandes desacuerdos, confundida por las grietas de las debilitadas fuerzas políticas, temerosa por las rajaduras en los muros de nuestra economía, jaloneada por los discursos polarizantes. Dicen que los dragones traen suerte y bendicen. ¡Qué marche una orden de suerte y bendiciones con papas!

¿Qué más? Que el Dragón de Madera que llegó el 10 de febrero nos vista de energía y se una a los dragones de Sabina y Paez.

Si volvieran los dragones a poblar las avenidas De un planeta que se suicida

Mientras tanto, queda cultivar nuestro jardín, como aconsejó Cándido, el personaje sufrido de Voltaire. Cultivemos nuestro jardín, arreglemos nuestra casita, abriguemos a los nuestros, alegrémonos con nuestros animales, riamos sin restricciones. Agradezcamos todo lo bueno que tenemos, que no es poco. Pidamos, como en la larga noche de la pandemia, estar juntos, sanos, en paz. Escoltemos nuestras horas de sueño, multipliquemos las sonrisas, incluidos los lunes. Tejamos mantas de ternura mientras pasa la tormenta allí afuera.

Llueve y hace frío en este febrero 2024, el más huérfano de mis febreros.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista. 

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