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Un lugar como Bolivia

MÁSCARAS Y ESPEJOS

En una serie televisiva de dudosa alquimia (Shooter, Netflix), un par de exmarines —blanco y negro, francotiradores en la invasión a Afganistán—, una agente del FBI —disfuncional, mujer y mulata— y un politólogo —asistente de un senador— luchan contra una red conspirativa que hace y deshace la política desde las sombras del poder bajo el nombre de Atlas (mi palíndromo preferido: salta Lenin el atlas). ¿A qué viene este cuento? Pues, resulta que el episodio 7 de la temporada 2 se titula: Un lugar como Bolivia y, entonces, quedé petrificado. ¿Por qué ese nombre? El episodio es insulso y lo que interesa es ese curioso título.

Ese título me hizo recordar que hace años me dediqué a seleccionar películas en las que se menciona a Bolivia como un lugar extravagante, surrealista, recóndito, excepcional, raro, peculiar; un agujero negro, esa “región finita” que absorbe todo y nada deja escapar. Hoy sería lo bizarro y random, puesto que además somos un Estado plurinacional. En un blog escribí varios textos sobre Bolivia en el cine (https://pioresnada. wordpress.com/2016/03/) y muestro, perplejo y divertido, las múltiples maneras en que aparece nuestro país en algunas películas. Una breve lista al respecto consigna a Dos hombres y un destino (Butch Cassidy and the Sundance Kid, Estados Unidos, 1969), protagonizada por Robert Redford y Paul Newman. Otra versión de la historia de esos pistoleros en Sin destino (Blackthorn, España, 2011), dirigida por Mateo Gil y con varios premios Goya. Si de política se trata somos un ejemplo de lo curioso e indeseable; así es en Colores Primarios (Primary Colors, Estados Unidos, 1998) dirigida por Mike Nichols, donde John Travolta personifica a Bill Clinton, o en un filme dirigido por Sidney Lumet, El precio del poder (Power, Estados Unidos, 1986) con Richard Gere como asesor de un candidato. También hay curiosas alusiones en Un golpe maestro (The Score, Estados Unidos, 2001) y en Quiero matar a mi jefe (Horrible bosses, Estados Unidos, 2011).

Entre los actores, sobresalen Al Pacino, que personifica a Tony Montana en El precio del poder (Scarface, Estados Unidos, 1983) de Brian De Palma en tratos con el “rey de la cocaína” boliviano, o Nicolas Cage que hace de un ruso traficante de armas conocido como Señor de la Guerra (Lord of War, Estados Unidos, 2005). Esos gangsters en nada se parecen al personaje pesimista interpretado por Woody Allen en Manhattan (Estados Unidos, 1979) que para conquistar a Diane Keaton sugiere adoptar un huérfano… boliviano. Tampoco a Robert Bobby Bolivia, en cuyo taller mecánico empiezan los enfrentamientos intergalácticos que evitarán la destrucción del universo en Transformers (Estados Unidos, 2007) de Steven Spielberg. Esas obsesiones no se limitan a películas estadounidenses: Tierra de nadie (No Man’s Land, Bosnia-Herzegovina 2001) es una comedia anti-bélica dirigida por Danis Tanovic que obtuvo el Oscar a la mejor película extranjera en 2001 y Cacería implacable (Headhunter, Noruega 2011) es un thriller noruego de Morten Tyldum nominado a un par de premios europeos.

Algún rato presté atención a las series con similar afán pero alguna distracción me distrajo. Recuerdo que, en Mad Men, la estupenda Joan baila un mambo donde dicen… Cochabamba (temporada 1, capítulo 8). Otra referencia a Bolivia aparece en The Good Wife, una de abogados producida por Ridley Scott. Y, en una serie irlandesa, Jack Taylor, un detective jubilado alcohólico es perseguido por la mafia y su amigo le aconseja escapar a un lugar donde será imposible que lo encuentren: Bolivia. A contramano, en la temporada 3 de La reina del sur, el amigo ruso de Kate del Castillo, cuando ingresa a un cholet en El Alto, exclama: “así deber ser el paraíso”. En fin, Alfredo Domínguez tenía razón: Bolivia es mi cielo, mi infierno y mi purgatorio.

Fernando Mayorga es sociólogo.