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Las líneas que nos dividen

HUMO Y CENIZAS

A estas alturas de la discusión, quizá daría lo mismo que el actual predicamento que atraviesa el MAS-IPSP sea resuelto a puñetes en la calle que en un congreso nacional. Los ataques han pasado de cuestionar la legitimidad de tal o cual liderazgo a levantar acusaciones contra sus allegados y familiares, sin mención alguna al horizonte programático que debe actualizar el instrumento de las organizaciones sociales para responder a los desafíos que el país enfrentará en el futuro inmediato. Todo esto me lleva a cuestionar si en realidad deberíamos dividir el escenario político oficialista entre renovadores vs. radicales, luchistas vs. evistas u orgánicos vs. invitados, en vez de diferenciar entre consecuentes vs. oportunistas.

Es evidente que urge un debate profundo respecto a problemas como la industrialización de nuestros recursos naturales, un nuevo modelo fiscal que vaya más allá de la simple redistribución de la renta que éstos producen o una reforma radical de sectores como la Justicia, entre muchos otros; no obstante, es difícil entablar una discusión mínimamente racional sobre cada uno de estos tópicos mientras se avientan sillas y acusaciones de un lado al otro, por lo cual, con un ánimo constructivo, propongo tomar en cuenta un par de premisas para encarar la actual crisis del MAS-IPSP antes de que pasemos de los gritos a los golpes, nuevamente.

Primero, tanto la definición de las candidaturas como la selección de liderazgos en general no pueden guiarse por la lógica de “ahora me toca”, como si el único requisito para ocupar un cargo, sea cual sea su naturaleza, fuera simplemente el de ser joven. Ser joven no es una condición política o una postura ideológica. Es una condición transitoria que no da título a absolutamente nada y bajo la cual se auspiciaron a algunos “liderazgos” que hoy en día hacen más daño que otra cosa, guiados por aspiraciones de ascenso social que no tienen nada que ver con los orígenes del instrumento.

En segundo lugar y, por el otro lado, la idea de “yo estaba primero” tampoco reviste de legitimidad alguna por sí misma, como si de las canas se pudiera deducir obvia sabiduría o algún mérito. Muchos que fueron buenos dirigentes de la clase obrera en el pasado terminaron pasándose a las filas del neoliberalismo apenas unos años antes de que ese modelo fuera caducado por el ciclo de rebeliones populares de principios de este siglo, desmoralizando a una izquierda que, de todos modos, pudo superar su deserción.

La edad no es un clivaje social, al menos no en Bolivia, y las líneas que dividen a nuestro país pasan más por la identidad cultural, de género y la clase que por las arrugas, sin mencionar abismos como la posición que unos y otros asumen sobre asuntos como la importancia de la soberanía del Estado frente al capital monopólico extranjero o la supremacía de la unidad del Estado sobre sus regiones en particular. Líneas que delimitan un “nosotros” de “ellos” y que son esenciales para la conducción del país. Porque sea cual sea nuestro lado, está siempre en la vereda opuesta de las clases privilegiadas, de los Mesa o los Camacho, con quienes, está de más decirlo, las diferencias son insalvables.

Y ojo, en esta discusión solo hay pronombres plurales, no un “yo”, como si la historia de todo un proceso pudiera resumirse a un individuo.

No pretendo reducir nuestras discrepancias a simples discusiones teóricas o doctrinarias. La política es más que adoptar una posición sobre problemas comunes, pero tampoco puede escapar a esta dinámica, que nos ayuda a diferenciar a verdaderos conservadores de radicales.

Carlos Moldiz Castillo es politólogo.