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El temor (a lo) digital

ORDEN CAÓTICO

El mundo es un mundo lleno de riesgos. La gente arriesga cuando migra, cuando compra, cuando vende, cuando viaja y —paradójicamente— cuando escoge “la vía más segura”. No hay tal cosa como una actividad con cero riesgo.

La digitalización de los servicios facilita la vida, pero también implica compartir datos personales. Hay mucha gente reacia a entregar sus datos. Pero en el país de la doble fotocopia de CI en fólder amarillo, firmada al medio, protegerse de entregar datos digitales parece como querer cerrar el corral luego de que el burro se ha escapado. Pero esto la gente no lo percibe, es “solo” un par de fotocopias. Fácilmente, en el último año, yo he tenido que entregar al menos 40 pares de copias de mi CI.

Es justo reconocer qué entidades como el OEP se han deshecho de tal requisito y también es importante el avance del servicio de migraciones, que está instalando escáneres digitales para el registro de bolivianos y bolivianas que regresan del exterior y que —gracias a los pasaportes digitalizados— ya no tienen que entregar su documento para que sea escaneado por millonésima vez.

Bolivia —según un artículo de Iván Briceño— tiene más de siete millones de usuarios de Facebook. Ya es de sobra conocido el método de extracción de información de esta red social. Pero la mayoría de la población —algunos incluso conociendo la filtración de datos— prefiere mantenerse conectada a tal red.

¿Por qué en la entrega de información personal es cuestionada selectivamente? En el primer caso, en el de la entrega de fotocopias de CI, la respuesta es bastante obvia: es imposible hacer un trámite sin tal requisito. Inscribir a tu hijo/a al Registro Civil para que —a su vez— acceda a su carnet de identidad, vender o comprar un auto, una casa, inscribir a las hijas al colegio, acceder a la próxima dosis de la vacuna contra el COVID y cientos de otras actividades cotidianas requieren de la doble fotocopia del carnet.

En el caso de las redes sociales, el scrolling da la sensación de entretenimiento infinito —aunque en realidad los contenidos comienzan a hacerse bastante repetitivos luego de cierto tiempo— y esa búsqueda de algo nuevo genera cierto tipo de adicción. Para el caso, el acceso fácil y “gratuito” al entretenimiento es valorado por la gente.

En el caso de los servicios digitales —y en particular de los servicios financieros digitales— , las ventajas de usar una app para el cobro del sueldo, para el pago de la compra menuda en la tienda, para pagar la factura de servicios básicos, para transferir dinero… es decir, para evitar hacer la cola o evitar tener que ir físicamente a un lugar para hacer o recibir un pago, esas ventajas, todavía son infravaloradas por la población, frente al “riesgo” de entregar sus datos personales a un ente desconocido. Sí, la misma población que le dedica tandas de 30 minutos y más a ver su Facebook diariamente.

Por otro lado, existe el temor de “entregar” el control del dinero arduamente ganado a una pantalla que “dice” que ha realizado un pago o que “dice” que hemos recibido un abono en cuenta. Creo que este temor merece ser mejor estudiado —especialmente por las entidades financieras, urgidas todas por trasladar una creciente demanda de servicios que actualmente satura sus ventanillas— hacia el espacio digital.

Un poco de estudio de mercado y un mucho de estudio antropológico nos van a dar luces acerca de los fundamentos de los temores sobre el uso de instrumentos digitales financieros, especialmente en la población que —de momento— tiene mayores reparos para el uso de estas tecnologías.

Desde luego, ha habido avances interesantes en materia de seguridad digital, avances que van cerrando las puertas a los intentos de fraude cibernético. Pero reconozcamos que todavía queda un tramo por recorrer en esa materia.

En resumen, un diagnóstico más certero de los temores, mayores niveles de alfabetización digital y educación financiera, junto con esfuerzos más contundentes para controlar el fraude cibernético, nos pueden encaminar hacia una sociedad con niveles mayores de inclusión financiera digital y —correspondientemente— menos horas perdidas en las colas de las agencias bancarias.

Pablo Rossell Arce es economista.