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Juan Carlos Pinto Quintanilla

TRIBUNA

La prensa anuncia la publicación de la “obra reunida” de Juan Carlos Pinto Quintanilla, al cumplirse dos años de su muerte: qué mejor homenaje que poner a disposición de las nuevas generaciones las visiones, aportes y dudas que tenía Juan Carlos, para entender el proceso de cambio e insistir en su profundización.

JC Pinto es de la generación que estuvo dispuesta a entregar su vida para destruir un sistema que aniquila a los hombres y la naturaleza con el fin de acumular riqueza; fiel a su formación, no podía permitir la profanación del templo por mercaderes que explotaban al hombre; su rebeldía le llevó a empuñar la escoba para barrer tanto oprobio. En la cárcel siguió proclamando su verdad, su acción le llevó a denunciar y mejorar las condiciones del cautiverio, para que el hombre enjaulado no perdiera su dignidad.

En el apogeo del neoliberalismo cuando se notaba el debilitamiento de la clase obrera a tal grado que estaba ausente de las batallas que se desarrollaban al iniciarse el siglo XXI, Juan Carlos buscó fortalecer el movimiento sindical, a través de la Mesa de Reflexión Sindical. La historia siguió su curso, el pueblo encauzó su energía y llegamos a la victoria del 18 de diciembre de 2005.

Las tareas inmediatas planteadas fueron la nacionalización de los hidrocarburos y la Asamblea Constituyente. Juan Carlos estuvo presente en la organización y desarrollo de la Asamblea —la reunión de todos y todas— en la diversidad y los antagonismos propios de la misma, vibró con las batallas desarrolladas y aceptó que la acción moribunda de la República tenía en el Congreso colonial su último baluarte, logrando hasta 144 modificaciones al texto aprobado por la Asamblea. Era una victoria coyuntural la nueva Constitución, entendiendo que debiera restituirse lo recortado en una nueva acumulación de fuerzas: no duda de calificarla como una Constitución de transición. Surge la interrogante: ¿qué de lo esencial se quitó del diseño plurinacional para prolongar la agonía de la vieja República? Igualmente se planteó el dilema: ¿utilizar la vieja estructura estatal para avanzar o pugnar para destruirlo?

No basta el diseño: desmontar y, aún más, destruir las bases de la discriminación y la explotación requieren de mil batallas y de cada día, pero a la vez se trata de construir una nueva sociedad en base a nuevos paradigmas de sociedad, contrarios al sentido común inculcado durante siglos: el acumular riqueza para ser alguien, el triunfo personal sobre la desgracia de otros, la viveza de unos cuantos sobre la ignorancia de otros; se trata de hacer una revolución para cambiar el mundo, y la lógica impuesta por las leyes ciegas del mercado hoy requiere una acción consciente de todos los hombres y las mujeres; entonces la tarea principal es cambiar a la persona, crear al hombre nuevo.

Las reflexiones de JC Pinto en ese sentido nos ilustran los errores en que se caen por la inercia del viejo Estado: no entender la diferencia de hacer obras para el pueblo que con el pueblo; la primera es una visión paternal y de beneficencia, la segunda se constituye en una escuela de formación político-ideológica donde el pueblo aprueba la pertinencia de la obra, sabe de los costos y la forma como se financia, la racionalidad de los gastos o la desviación de ellos, el origen de los materiales y la conciencia de lo que nos falta. Por otro lado, no entender la diferencia entre funcionario y servidor público: en las empresas productivas del Estado, el obrero deja de ser un asalariado para ser un servidor del pueblo y no corresponde pelear contra el patrón —que es el pueblo— si éste le garantiza estabilidad laboral y un ingreso digno; su función más bien es cuidar la propiedad del pueblo y asegurar que su empresa sea eficiente; el quemeimportismo hace que la conducción de la empresa caiga en manos de una burocracia que la considera su propia hacienda, llevando a que sea una empresa ineficiente, que justifica la condena de propios y extraños.

JC Pinto coincide con el vicepresidente de entonces, Álvaro García Linera, que el movimiento social entró en un momento de reflujo conservador convirtiéndose en “beneficiarios y no en proponentes o interpeladoras”; el desafío actual está en determinar si esta actitud se romperá en una nueva oleada de rebeldía o se canalizará en propuestas que incentiven la participación en la toma de decisiones en la gestión gubernamental, con más democracia.

Poner en vigencia el ‘vivir bien’ es una tarea enorme, por lo cual la reflexión sobre cada paso que demos debe ser valorada críticamente, se trata de marchar conscientemente y eso requiere la meditación reflexiva sobre lo que hacemos; como dice Juan Carlos, “el proceso no solo necesita de una militancia activa, requiere con la misma fuerza que se lo critique y se delibere para construir colectivamente nuestro país”.

José Pimentel Castillo fue dirigente sindical minero.