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Nuestro arte en el siglo XXI

IMAGINARIOS  PACEñOS

Este tiempo demanda considerable claridad conceptual y constante reposicionamiento. Son épocas extraordinarias e inasibles donde los desafíos artísticos no pueden enfrentarse con ideas y estilos del pasado. Urge proyectar un sentido artístico apropiado para este tiempo milenarista. Aportemos algunos esbozos conceptuales.

Comenzaré reduciendo —groseramente— nuestra producción artística en dos grupos: las artes producidas colectivamente y las obras de artistas individuales. Por nuestra estructura cultural hemos cultivado un arte colectivo (superando las discriminaciones teóricas de antaño este arte comprende: entradas folklóricas, ferias artesanales, expresiones rituales, grupos musicales, etc.) que crece, sostenidamente, en proyección y propuesta. Son siglos de acumulación histórica de este arte colaborativo que goza de buena salud y con proyección nacional e internacional.

Pero en la escena de la producción artística individual existe una crisis existencial y propositiva, una pérdida del sentido artístico ante la imposibilidad de seguir los ritmos de los cambios sociales, políticos y tecnológicos. Se abrió la Caja de Pandora del nuevo milenio y los creadores observan ofuscados múltiples manifestaciones sociales y tecnológicas que no pueden asimilar y menos sintetizar artísticamente. Y no reclamo un “arte revolucionario” que acompañe a los humildes como se anheló en el siglo pasado y que algunas voces trasnochadas siguen anhelando (el arte subordinado a un corsé ideológico nace muerto, por eso tenemos artistas/zombies/revolucionarios deambulando por galerías o RRSS). Se trata más bien, de comprehender la dimensión extraordinaria del sentido artístico que subyace en la declaratoria de un Estado Plurinacional, que reconoce a todas nuestras naciones plenos derechos, incluidas las expresiones artísticas.

En una nueva Bolivia multicultural, que enfrenta la revolución tecnológica, los creadores individuales han perdido capacidad de síntesis; y por ende, las obras en forma y contenido se dispersan, se diluyen en el magma de las tensiones socio/culturales de un nuevo Estado inmerso en la globalidad presente. Por ello, no habrá más obras que sinteticen la nacionalidad boliviana como las que hacían los artistas del siglo pasado, egos que retrataban arbitrariamente una república “unitaria”. Ahora, el desafío para los artistas individuales conlleva una interpelación social sin parangón en la historia. Y en el reto de encontrar nuestro sentido artístico, se cometen torpezas e ingenuidades como pretender, desde las esferas del poder, un andino/ centrismo/estético que no construye un amplio sentido artístico plurinacional.

Carlos Villagómez es arquitecto.