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La posibilidad de la derrota

Virtud y fortuna

Durante más de un decenio, la derrota del MAS en las elecciones presidenciales era un evento improbable. Los comentarios recientes de Álvaro García Linera acerca de la posibilidad de “un suicidio” electoral del oficialismo son una señal más del tránsito hacia un momento político más incierto y del debilitamiento de las ilusiones hegemónicas en el seno de la fuerza política más grande del país.

Desde el punto de vista del exvicepresidente, “la división interna” sería la principal explicación de esa posible debacle considerando su convicción de que aún vivimos el tiempo largo del modelo político y socioeconómico definido en la Constitución de 2009 y de la inconsistencia crónica de las oposiciones. Dicho de otro modo, perder las elecciones sería principalmente un síntoma de los errores de las dirigencias actuales del bloque masista y mucho menos de las dificultades generadas por cambios sustantivos en el campo político o en las estructuras socioeconómicas del país.

Es difícil no estar de acuerdo con la primera parte de ese razonamiento a la vista del desalentador espectáculo en el que ha derivado el conflicto interno. De hecho, los números que revelan encuestas de opinión recientes y las percepciones que uno va recogiendo en la calle son aún más graves que las que reseña García Linera para justificar sus criterios.

El principal problema electoral del MAS no sería tanto en que su mayoría “natural” se divida conflictuada por las divergencias de sus líderes sino en la consolidación de un clima social pesimista, con sus principales dirigentes sin poder superar el 40% de opiniones positivas y una aprobación del Gobierno en torno al 35- 40%. Los sondeos muestran además que, en tal escenario, todos sus potenciales candidatos ceden posiciones mientras aumenta el descreimiento y la demanda por “otra cosa”, la cual no tiene, por el momento, forma bien definida.

En esas condiciones, podría suceder que el desenlace de la disputa interna se refiera a quien se quedará con la mayor porción de la primera minoría política del país, lo cual nos llevaría directamente a una muy probable segunda vuelta de gran incertidumbre.

La inexistencia de un liderazgo alternativo y el gran vacío de ideas en el campo opositor tradicional es un consuelo de tontos. Es una ruleta rusa intentar basar todo en que se seguirá siendo “lo menos pior” de la oferta política realmente existente. Como se dijo, ese sería un escenario altamente volátil donde pueden pasar “accidentes” y sorpresas varias. Y esa es además la vía pavimentada a gobiernos frágiles, mayorías legislativas imposibles e incapacidad de completar reformas o políticas ambiciosas.

Por supuesto, el humor social puede cambiar y por seriedad se debe siempre tomar las encuestas como termómetros momentáneos, imperfectos y modificables de la realidad. Es decir, nada está dicho, hay mucho trecho hasta 2025, el oficialismo cuenta con fuerza política y lealtades sociales apreciables para modificar su situación actual, pero las alertas están ahí, no conviene hacerse al distraído frente a ellas.

Dicho eso, es interesante discutir algo más la segunda parte de la reflexión de García Linera que podría entenderse como una subestimación de los efectos electorales de las transformaciones que el propio “proceso de cambio” ha producido en la sociedad, la economía y en el Estado Plurinacional.

Debo reconocer que desde hace mucho soy un escéptico ante la idea de que existe un bloque de votantes azules monolítico, inmune a los rasgos específicos de la coyuntura y absolutamente leal a sus líderes históricos. Por supuesto, existen segmentos sociales y territoriales en los cuales se ha ido consolidando una muy fuerte identidad política y electoral afín al masismo, pero son solo una fracción de las mayorías que el MAS supo construir en estos años.

Las victorias de esa fuerza no habrían existido sin cientos de miles de votos vinculados con los resultados de gestión o la adecuación de su oferta política a las expectativas del momento. Rasgo que hoy se exacerba después de un decenio de notable transformación social, pero, de igual modo, por las experiencias traumáticas como la pandemia o la crisis de 2019- 2020 o las dudas aún no resueltas en torno a la efectividad del actual Gobierno.

Desde esa perspectiva, incluso el hipotético sana-sana entre sus líderes en pugna sería apenas una condición necesaria pero no suficiente para que los horizontes electorales les vuelvan a ser favorables. Por tanto, me da la impresión de que el mayor reto del MAS no está adentro, sino sigue estando afuera, en su capacidad para entender el cambio socioeconómico y para comunicarse con los casi dos tercios de bolivianos que no los quieren o que se alejaron y que deberán ser nuevamente convencidos.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.