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Richardson y el litio, la casualidad

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Rubén Atahuichi

Otra vez, Laura Richardson, jefa del Comando Sur de Estados Unidos, se ha ocupado de un asunto que no le compete: el litio de Bolivia; mejor, el “triángulo del litio”. “Esta región está llena de recursos y me preocupa la actividad maligna de nuestros adversarios”, dijo la funcionaria en referencia a China (y Rusia), en una comparecencia ante una comisión de la Cámara de Representantes, la semana pasada.

Fue la tercera vez, en menos de un año, que habló del área estratégica y su potencial. En julio del año pasado dijo, además, que “China está jugando al ajedrez, mientras que Rusia está jugando a las damas”, y que están en América Latina “para socavar a Estados Unidos, están allí para socavar las democracias”.

Y en enero de este año —en coincidencia con la firma del convenio entre Yacimientos del Litio Boliviano (YLB) y la empresa china CATL BRUNP & CMOC (CBC) para la implementación de la tecnología Extracción Directa de Litio (EDL)— fue más evidente. “Tiene mucho que ver con la seguridad nacional y tenemos que empezar nuestro juego”, dijo.

¿Puede un asunto soberano ajeno implicar uno de seguridad nacional? En términos geopolíticos, sí. Mucho más si una potencia mundial es la interesada. Y, más que todo, si ésta considera a una región, América Latina, como su “patio trasero”. “Durante demasiado tiempo hemos ignorado nuestro propio patio trasero y hemos permitido que Rusia, China e Irán, adversarios de Estados Unidos, hagan grandes incursiones en nuestra región”, le dijo el legislador Carlos Jiménez a Richardson.

No son simples juegos de palabras; Estados Unidos está empezando su juego, como lo advirtió la jefa de la misión militar.

Esos aprestos, lamentablemente, coinciden con algunos afanes políticos en el país y el silencio de cierta representación política, que no se inmuta ante tremendo atrevimiento externo que socava la soberanía nacional, pone en jaque a la democracia y se afana por los recursos naturales estratégicos como el litio, cuyas reservas en Bolivia —21 millones de toneladas en el salar de Uyuni— son un tercio del total del mundo y apuntan a duplicarse con la próxima certificación de los salares Pastos Grandes y Coipasa.

Las lecciones del pasado parecen no haber calado en el país, desde la Guerra del Pacífico, por el salitre y el guano; la Guerra del Acre, por el caucho, y la Guerra del Chaco, por el petróleo. Siempre los agentes externos y, en su momento, las potencias interfirieron en la explotación local de los recursos naturales, y generalmente ayudados por los mismos bolivianos.

En 2019, una movilización del Comité Cívico Potosinista (Comcipo) frenó una alianza para la industrialización del litio entre YLB y ACI Systems Alemania. Coincidió con las protestas que entonces pusieron en jaque al gobierno de Evo Morales luego de las fallidas elecciones generales del 20 de octubre, cuyo desenlace fue la caída del presidente. Entonces, el gobierno reculó en el propósito.

Algo parecido ocurrió en 1989, cuando el gobierno de Jaime Paz Zamora rompió el contrato con la transnacional Lithium Corporation (Lithco) que su antecesor, Víctor Paz Estenssoro, había firmado. Cuando en 1991 la compañía se presentó a una licitación, nunca pudo ejecutarse el contrato; movimientos sociales en Potosí frenaron el emprendimiento.

No se sabrá cuán favorable pudo ser la incursión de la Lithco en la exploración, explotación e industrialización del litio, aunque, por los antecedentes de los gobiernos de entonces, se puede presumir pocas expectativas. Sin embargo, quizás Bolivia pudo haber incursionado antes en el negocio con el “oro blanco”.

Ahora, en coincidencia con las declaraciones de Richardson, un conflicto naciente en torno al litio comienza a parecerse a los antecedentes sobre los recursos naturales. Lo lamentable de las protestas es que no promueven el desarrollo real del proyecto, sino que son trabas motivadas visiblemente por las divergencias políticas. Puede resultar fácil vincularlas a los intereses “foráneos”, como arguyeron autoridades del Gobierno, por más elementos que no existan para hacerlo. Sin embargo, son funcionales a esos intereses foráneos, innegablemente visibles con las declaraciones de Richardson.

Tan apetecido en el mundo, y en franca disputa por su aprovechamiento, el litio, desde todos los ámbitos, es un recurso estratégico para el país. Nada es casual, comenzó el juego. Está en manos de Bolivia, despilfarrar la oportunidad puede implicar despilfarrar el futuro del país. El juego está en nuestro campo.

Rubén Atahuichi es periodista.