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Wednesday 22 Mar 2023 | Actualizado a 22:39 PM

¿Utopía o superpotencia china?

/ 18 de marzo de 2023 / 00:57

La parábola bíblica “muchos son los llamados y pocos los escogidos” pudiera traducir la escala de expectativas de potencias medias de convertirse en grandes y de éstas en superpotencias. Una metáfora coincidente con la creencia generalizada de que China está en ascenso, mientras Estados Unidos se encuentra en declive terminal. Y claro que sorprenden los logros de China de los últimos 45 años, al haberse convertido en una de las economías más grandes del mundo. Todo después de una guerra civil y de las deshonras causadas por las potencias occidentales, Rusia y Japón en lo que constituyó el Siglo de la Humillación entre 1839 y 1949.

Por eso ahora que la Asamblea Nacional ascendió a Xi Jinping al panteón de líderes chinos, al reelegirlo para un tercer mandato hasta 2028, cabe preguntarse: ¿está China en condiciones reales de disputarle el liderazgo mundial a Estados Unidos? ¿No está acaso infravalorando sus debilidades y sobrevalorando sus virtudes impulsada por un nacionalismo impaciente? A juzgar por su acelerada modernización y el desplazamiento de Estados como principal socio comercial de Brasil, Chile, y como el segundo de Argentina, su ascenso es inminente. Un hecho similar al sorpasso estadounidense a Gran Bretaña como el principal socio comercial de América Latina a comienzos del siglo XX.

Pero a pesar del entusiasmo por una superpotencia con un modelo de gobernanza alternativo que promete paz y prosperidad a toda la humanidad, hay posiblemente una desacertada lectura de la capacidad de resiliencia de Estados Unidos y Occidente, y una cándida mirada a las falencias del modelo chino. Si bien su estrategia sanitaria inicial para enfrentar la pandemia fue quirúrgica y exitosa, el manejo posterior fue penoso. Solo explicable por la ausencia de pesos y contrapesos y el temor a que contagios masivos pudieran instigar una implosión del régimen.

Un elemento profundamente asociado a la debilidad primaria de su sistema político por la ausencia de un Estado de derecho genuino, un poder judicial independiente, libertad de expresión y de las personas, aunque la Constitución en sus artículos 35 y 37 estipule lo contrario. Como señala James A. Dom, del Cato Institute, principios que son esenciales para alentar la creatividad y evitar errores políticos importantes. Pese a la retórica, China continúa protegiendo sus grandes empresas y monopolios estatales, lo que viola los derechos de propiedad intelectual, restringe la iniciativa privada, la entrada a los mercados financieros y engendra corrupción. Una falta de libertad y de transparencia que agudiza los riesgos sistémicos de las instituciones financieras, como lo ocurrido con el Silicon Valley Bank de Estados Unidos, y del mercado inmobiliario, que desde 2021 ha lidiado con una crisis de liquidez. Además, que agrava la opacidad y los riesgos de deuda de megaproyectos, como la Nueva Ruta de la Seda, destinados a aumentar la influencia de China, aunque muchos amenazan con convertirse en impagables “elefantes blancos”.

Defectos que igualmente agudizan las medidas represivas contra las empresas de tecnología, los empresarios o los ciudadanos. Un nivel de control y represión similares a los de Corea del Norte, con vigilancia digital masiva, aplicada a la minoría uigur en la región de Xinjiang, por “precrímenes” o la sospecha de que podrían cometer un crimen real.

Empero, los desafíos del régimen chino se extienden a retos internos acumulados, entre ellos la disminución y el envejecimiento poblacional con los consecuentes costos pensionales, de atención médica, de reducción de la fuerza laboral. Asimismo, el aumento de la brecha de riqueza que amenaza la perspectiva de una economía impulsada por el consumo interno.

Sin duda entonces que China continuará aumentando su gasto militar, se incrementarán las fricciones con Estados Unidos y Occidente o los desafíos por el contencioso de Taiwán. Pero es muy probable que su coronación como superpotencia tendrá que esperar, así como la predicción en ese sentido de Samuel Huntington en su libro El choque de civilizaciones.

John Mario González es analista político y columnista internacional.

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La tragedia del país de los exiliados

/ 4 de marzo de 2023 / 01:22

Por razones de estas líneas, tengo que confesar que mis miserias, las materiales, comenzaron muy pronto. Angustias que fueron mitigadas por la extraordinaria idea de mi padre, un zapatero remendón, de impulsarme a vender lotería en el pueblo, en la zona cafetera de Colombia, desde los cinco años y medio. Y, en adelante, cualquier venta callejera. Por alguna extraña razón, no pensaba en tiempos oscuros. Al contrario, me arrojé a quijotescas aventuras, como estudiar en Bogotá, sin un centavo y sin conocer a nadie. Cada hazaña era seguida por una nueva utopía hasta adelantar posgrados en varios países y trabajar en el Banco Mundial en Washington DC.

Claro que nunca clavé un clavo en la pared ni tiré el abrigo en el diván porque, como decía Bertolt Brecht, pensaba que mañana estaría de regreso. No era fácil; era inevitable el desgarro de emociones y nostalgias por aquellos países y amigos que me habían dado la mano. Una ilusión imposible sin dosis de locura, aunque lentamente descubrí que, sin haber huido, había firmado un exilio permanente. A él se añadían las miserias de la persecución política. La patria que había imaginado nunca existió. Cada uno de los tres intentos de retorno significaron pensar en un nuevo exilio, como si purgara una condena.

Una de las primeras sorpresas fue que el estiércol de la maña, la mentira y la corrupción había hecho metástasis en toda la sociedad. No es un asunto de políticos, como suele esgrimir el credo popular colombiano. Es un vandalismo de amplio alcance que se expresa en la confiscación del poder por pequeñas tribus y que se extiende desde el más instruido hasta el paisano en la calle o el vecino.

Después comprendería el enfermizo peso de la barbarie de una sociedad que habla de paz durante décadas, pero que se hace la guerra como ninguna. Que no condena el narcotráfico ni nada la conmueve ni le parece suficientemente horrible. De penetrantes odios heredados, como los que se pueden rastrear desde los primeros rebrotes de la violencia hacia 1930, en libros como Los años del olvido: Boyacá y los orígenes de la violencia de Javier Guerrero Barón.

Luego tropezaría con una sociedad que piensa y siente a medias y que solo sobrevive, sin grandes propósitos. Lo que hicieron los gobiernos y las élites en las últimas dos décadas fue gastar y malversar la bonanza minero-energética, sin construir un aparato industrial, de exportaciones o desarrollo sostenible que brindara oportunidades. Una campeona de la desesperanza que ha sido la más violenta de América Latina en los últimos 50 años, la que más migrantes ha expulsado, de mayor desempleo y de menores exportaciones per cápita.

El corolario fue encontrar una sociedad revolcada en su pequeñez, como dice Milán Kundera, que no dialoga, de profundas desigualdades y exclusiones. Unos se equivocan al fustigar la existencia de ricos, o solo saben de subsidios u holgazanería, pero las decadentes élites tampoco hacen ningún acto de contrición. Da grima ver columnistas y representantes de la gran prensa repitiendo los mismos eslóganes o defendiendo el status quo. Como era patético que en las pasadas elecciones abogaran por un candidato presidencial chiflado, cuando la derecha se quedó sin opciones. Es que el presidente Gustavo Petro ganó sin contendor.

Ahora esa derecha está tan fragmentada y sin argumentos que buena parte se lanzó, sin ningún recato ético, en brazos del presidente del Senado, el verdadero Rasputín colombiano. El mismo que denuncié por corrupción con pruebas irrebatibles en mi columna del diario de mayor circulación nacional. El silencio fue tan desconcertante que no hubo ni refriega con los múltiples implicados. Eso sí, aplicaron la censura porque en Colombia se pasa por idiota para no perder la libertad o se es ejecutado si el poeta dice la verdad.

Pero la tragedia es de tal dimensión que se terminó en manos de un populista soberbio que posa y se cree intelectual. Un comunista encubierto que sataniza el lucro, la inversión privada y que pronuncia falacias a ritmo industrial. Es tal el desconcierto que, con los esteroides del gasto público, Colombia registró en 2022 un crecimiento de 7,5% del PIB al tiempo que 547.000 colombianos abandonaron el país. La pregunta que surge entonces es ¿cuántos millones más tendremos que emigrar y exiliarnos con el quiebre político e institucional que se avecina?

John Mario González es analista internacional.

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Esclavos de Rusia; oportunidad de América Latina

/ 17 de enero de 2023 / 01:26

La nieve que lentamente cae de los cielos de Ucrania y la celebración de la Navidad y el Año Nuevo Ortodoxo, el 7 y el 14 de enero, serían de ordinario motivo de gozo en un país que, por su origen eslavo, es poco dado a sonreír, y acostumbrado a los tiempos difíciles. Pero en medio de la agresión desatada por Putin desde el 24 de febrero pasado, este año no hay razones para el júbilo.

Si bien los cafés y restaurantes en el centro de Kyiv tienen una buena afluencia de clientes, se trata más de una de las pocas distracciones, algo así como una compostura esforzada. Es que la ciudad funciona a media luz, con cortes permanentes de energía, el riesgo del reinicio de los bombardeos y el permanente estrés de pobladores indefensos frente a la destrucción de su país y sus hogares. Es una tragedia, o cómo más se pudiera describir la invasión de la patria y tener que escoger entre huir, los que pueden, o luchar y tal vez morir. Claro que las condiciones para un ucraniano en los territorios ocupados de Lugansk, Donetsk o Zaporiyia, al este del país, son más dramáticas, y ni se diga en las asediadas poblaciones de Bakhmut, Kherson o Soledar, a punto de ser tomada por los rusos.

Y eso que lo hecho por Putin ha sido un desastre, con los contundentes golpes militares recibidos en Makiivka, Kharviv, Kherson, que han hecho estallar el mito del poderoso Ejército ruso. De lo contrario, la situación sería mucho peor, con un saldo de miles de muertos y sometidos a Rusia. Por fortuna, Estados Unidos y Europa han entendido que sale más barato y menos doloroso invertir en su propia seguridad, a través de dotar a los ucranianos. Mejor que luego perder a sus propios hombres y repetir con Putin el horror de las anexiones territoriales de 1938 y 1939 de Hitler que desataron la Segunda Guerra Mundial. Una monstruosidad narrada desde el frente polaco en el sobrecogedor libro, de 1946, El drama de Varsovia, de Casimiro Granzow y de la Cerda.

Lástima la ambivalencia de algunos líderes, como el presidente francés Emmanuel Macron, y en general de la OTAN para facilitar armamento pesado a Ucrania. Como me lo comentó el representante especial para América Latina y el Caribe del Ministerio de Exteriores de Ucrania, Ruslán Spirin, “la sociedad ucraniana ha cambiado; no pretendemos regresar a la órbita de la influencia de Rusia. Hemos escogido muy claro nuestro futuro, el de nuestros hijos y nietos, los valores de una comunidad internacional civilizada y democrática. Porque no hay nada que ver entre Rusia y democracia, un país en el que la gente vive con miedo puro”.

Lo extraño no es solo que la mayoría de los gobiernos de América Latina no se conmocionen frente a la agresión y el totalitarismo de Putin, sino, además, como lo sostiene el representante especial Ruslán Spirin, que “varios países de la región están esperando a ver quién comienza a ganar para asumir una verdadera postura”. A lo que agrega que “es una equivocación porque el nuevo orden mundial será sin Rusia como jugador de primera línea y los países latinoamericanos podrían infortunadamente no estar en primera fila”.

Es más, Spirin sostiene que “hay países esclavos de Rusia en América Latina”. Al preguntarle si se refiere a Bolivia, Venezuela, Nicaragua y Cuba, Spirin precisa, y matiza a la vez, al señalar que “eso es lo que dicen los analistas y se desprende de las votaciones de la ONU”.

Una posición muy en la línea con la que sostienen el expresidente Ricardo Lagos, Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín en el reciente libro La nueva soledad de América Latina. Para Lagos, fue un gravísimo error la politización de la política exterior latinoamericana desde la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela, en combinación con la de Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua.

Una tendencia a la que siguen jugando varios presidentes de la región en la actualidad. Gobiernos que hasta producen “diplomáticas” condenas a Rusia en la ONU, pero que no hacen nada por materializarlas.

Claro, es entendible que países como Ecuador, Chile y Paraguay y hasta Argentina cuiden una balanza comercial muy superavitaria con Rusia. Pero resulta chocante en los casos de Bolivia, Brasil, México o Colombia, que tienen balanzas comerciales mínimas y hasta deficitarias con Rusia.

En cuanto a Colombia, es pintoresco que, siendo el primer país de América Latina en ser socio global de la OTAN, no se sienta siquiera moralmente obligado por los preceptos de democracia, libertad y Estado de derecho del preámbulo de la organización. Con socios así para qué enemigos.

Debiera América Latina sacudirse y alinearse en la defensa de la democracia; aprovechar la oportunidad para estar en primera fila del nuevo orden mundial de la posguerra de Ucrania.

John Mario González es analista internacional, escribe desde Kyiv.

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