Conjuro para hacer una estatua
Los hermanos García Guzmán, Édgar y Juan, son poetas de piedra y arcilla. Son de Llanquera, provincia Nor Carangas, Oruro. Madre y padre vendían coca, eran de Caracollo. Hacen monumentos/ estatuas, fabrican recuerdos (eso quiere decir monumentum en latín). Cuando Héroes de piedra, el documental de Ariel Soto Paz termina, uno de ellos —Édgar— mira a la cámara y dice: “si no me hubiese dedicado a la escultura, en el futuro nadie se acordaría de mí, quiero que mis nietos me recuerden; que sus hijos digan algún día: este monumento lo hizo mi tatarabuelo”.
Héroes de piedra (2019, 74 minutos, música de Nicolás Deluca) ha tenido los dos primeros miércoles de marzo dos pases “clandestinos” en la Cinemateca Boliviana. No lo ha visto casi nadie (suman unos poquitos más gracias al consumo digital en Bolivia Cine, la primera plataforma nacional de difusión de contenido audiovisual). Se estrena tres años después de su recorrido por festivales. ¿Para quién hacemos nuestras películas? ¿Quién y dónde se han visto los tres documentales anteriores de Soto Paz, En tierra de nadie, Días de circo y Quinuera?
Las estrategias de comunicación/publicidad de nuestro cine están fallando y el (apático) público no se entera (o no se quiere enterar). Es la tercera película boliviana que se ha estrenado este año; tras La conquista de las ruinas de Eduardo Gómez (otro docu que también estuvo solo dos miércoles en la Cinemateca) y El visitante de Martín Boulocq. Las tres, con sello cochabambino, por cierto.
¿Qué películas (no) vamos a ver en los próximos años cuando terminen las “réplicas” del Ibermedia abortado y del PIU golondrina? ¿Cuándo vamos a reglamentar la Ley del Cine? ¿Existirá un país si no estrena películas nacionales? ¿Llegará un “PIU dos” antes de las elecciones de 2025, otra vez con motivos electoralistas? ¿Aparecerá entonces la plata que ahora supuestamente no hay?
La obra de Ariel Soto —formado en el City College de San Francisco (California)— viene a (re)confirmar el excelente estado de salud del documental boliviano; un secreto a voces, ¿un pinche espejismo? Héroes de piedra (coproducción argentina con Facundo Escudero Salinas de coguionista) sigue la construcción en Cochabamba de una escultura ecuestre de 35 metros del caudillo/general argentino Facundo Quiroga, el Tigre de los llanos y su posterior traslado a la plaza de Los Caudillos de La Rioja.
Son más de 2.000 kilómetros, es un viaje. Todo monumento es un periplo. Es el desafío más grande de los hermanos García Guzmán. Ya tienen más encargos en Argentina y Brasil. Nadie es profeta en su tierra. Es la excusa perfecta para hablar del arte de los monumentos y sus ricas metáforas sobre el tiempo y el olvido.
Dijo una vez el gran Miguel Ángel que en todas las piedras del mundo hay una estatua dormida; que es suficiente quitar lo que sobra para hallarla. La arcilla y la madera, el mármol granulado y la fibra de vidrio de los hermanos García Guzmán guardan la estatua de un héroe olvidado, su mirada feroz. Encuentran la arcilla que los espera, la pegan a cada parte separada del monumento. Esculpen en el aire. Ven cómo brota una bota, la coz y la crin del animal, el pelo ensortijado del general. Su Facundo Quiroga tendrá la talla y la belleza de una estatua etrusca. ¿Y si los tataranietos de los escultores solo recuerdan el grito/dolor alargado del caballo? ¿Quién se acordará de los indios asesinados por el héroe de la patria? ¿Quién levantará un monumento a los “nadies” que también se esfumaron en el aire?
Cuando el poeta Rimbaud se enteró de que le iban a levantar un monumento dijo que sí con una condición: “que me permitan hacer balas con mi busto de bronce para disparar a los franceses”. Rimbaud, traficante de armas, odiaba la gloria, odiaba la patria. Cuando Facundo Quiroga se enteró de que dos bolivianos alzarían su porte y caballo hacia los vientos riojanos solo puso una condición: “que el día que destruyan mi estatua, las piedras sirvan para lapidar a los que me olvidaron”.
Los hermanos García Guzmán, discípulos de Gustavo Lara y Augusto Rodríguez, vuelven a bailar a su comunidad, vuelven a sus raíces después de entregar el monumento de Facundo Quiroga. Retornan como sombras, con el rostro escondido detrás de una de sus máscaras esculpidas. Atrás han dejado la efigie de la madre muerta en el cementerio “clandestino” de Valle Hermoso. Es el final feliz del viaje. Los hermanos esculpen la memoria, cabalgan el tiempo. Son los antihéroes de esta historia, tan olvidada como el documental boliviano y sus quijotescos hacedores. ¿Qué conjuro necesitaremos para hacer/ver cine boliviano?
Ricardo Bajo es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo.