Voces

Monday 29 May 2023 | Actualizado a 01:46 AM

Golpistas y fraudulentos

/ 23 de marzo de 2023 / 00:48

Era periodo de elecciones: era, en consecuencia, periodo de violencia…”, así comienza una reciente novela histórica sobre el imperio romano, así se sintetizaba el clima político y social de ese tiempo. Tiempos en que se entendía que la política era (igual que hoy) un espacio de lucha y confrontación constante entre amigos y enemigos; cuando se encara un proceso de esa manera los actores en disputa buscan aniquilarse los unos con los otros.

En un sentido distinto, sería aquel que entendiendo también la política como lucha y confrontación, pero en una relación entre adversarios, con los que te toca negociar, interpelarse, atacarse, pero siempre dejando abierta la idea de que la convivencia es lo que debe guiar como eje central, no el aniquilamiento.

A propósito de violencias, en el país se sigue hablando de polarización, ésta no es política, sino social, porque es expresión de distintos clivajes que nos dividen históricamente como sociedad. Esos clivajes están contenidos en las dos identidades políticas predominantes que tenemos de masismo y antimasismo, cada una guiada por convicciones en torno a la nomenclatura golpe/fraude.

Viendo la trayectoria de opinión pública sobre este tema golpe/fraude, si la graficamos en dos líneas desde 2020 que se empezó a preguntar a la gente si creía que en Bolivia en 2019 se había hecho un golpe de Estado o un fraude electoral, los datos mostraban una distancia significativa entre ambas posturas. Una encuesta de UNITAS muestra 39% para golpe y 73% para fraude. A partir de ahí lo que se revisó fueron otras cinco encuestas de diferentes medios e instituciones que se publicaron.

La trayectoria que siguen las líneas en los dos temas es que se van ajustando en el tiempo, porque en 2021 el dato golpe llega a 25% y fraude, a 50%; en 2022, con 47% golpe y 51% fraude. Encontrándonos este año con una reciente encuesta que muestra el dato de 45% golpe y 49% fraude. Es decir, una división casi perfecta de la sociedad en la percepción y la suma de las dos identidades en disputa.

Estos datos nos abren la puerta primero a una tarea que debemos encarar quienes analizamos los fenómenos sociopolíticos, por qué las dos identidades expuestas se fueron acercando tanto hasta hoy, tomando en cuenta que fue un acontecimiento ya pasado, ¿no será que al final se verifica y aplica la premisa de que la historia la escriben los vencedores?

Por otra parte, no hay duda de que polarizados estamos, y no está mal tampoco, pero siendo conscientes de que primero la polarización no es el preámbulo a la violencia, sino que la violencia está instalada junto con ésta; segundo, no es cierto que la polarización viene a ser autoría de la élite política y solamente a ellos les interesa mantener un clima de ese tipo, es algo que nos involucra a todos; tercero, de ésta no vamos a salir tampoco buscando el abrazo del reencuentro, para eso el país entero tendría que volverse una ONG, de ésta saldremos si empezamos a manejarnos como adversarios, no como enemigos.

Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo y docente universitario.

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La política enferma

Es una enfermedad política, sí, pero afortunadamente por ahora es curable y atendible

Marcelo Arequipa Azurduy, politólogo y docente universitario

/ 4 de mayo de 2023 / 08:15

Tenemos un problema que lleva instalado en el país desde hace un tiempo no muy corto, y este problema a mi juicio es fundamentalmente político, no económico. Lo siguiente en términos de diagnóstico es identificar si ese problema/enfermedad es lo que los médicos denominan como mortífera o quizá se trata de algo que con un tratamiento administrado se puede resolver.

Primero, es enfermedad política porque la economía es política, y la política hoy día es fundamentalmente el manejo de las emociones y de los sentidos comunes en disputa que se instalan desde diversos frentes comunicacionales, desde lo tradicional hasta lo moderno y velozmente expresado a través del internet. Son mensajes que en la vereda distinta al Gobierno van deslizándose como una suerte de cascada, desde las élites económicas y políticas opositoras al Gobierno, y que buscan que el último destinatario, que es el pueblo llano, lo reciba y a partir de ahí generar un momento de convulsión o por lo menos de animadversión.

Segundo, dado que se trata de una enfermedad instalada, el diagnóstico no es de un mal mortal, sino de un problema que debe administrarse con un tratamiento de por medio. En este caso, por tanto, los anuncios de que deberían administrarse medidas de shock como una devaluación del boliviano, una reducción del gasto público (despedir gente) o levantar la subvención a los hidrocarburos, tienen el objetivo de exaltar los ánimos de la población alimentando más la especulación que buscando resolver la situación, por lo que no es lo más recomendable dejarse guiar por esos “buenos oficios” de recetas prontas y mágicas que resolverán los problemas.

Tercero, igual que en la vida privada, uno debe escuchar a más de un médico, y en este caso un segundo diagnóstico es que dados los resultados de los análisis realizados al cuerpo de nuestra economía y además de haber visto experiencias recientes en la región —sino vean lo fregados que están en Ecuador, por ejemplo—, la administración de medidas progresivas quizá es la mejor alternativa.

Y también debemos ser conscientes que en estos tiempos acelerados en los que la ansiedad nos invade y nos pone de nervios no saber todo aquí y ahora, lo que debemos hacer es dominar ese impulso con mensajes claros que sepan administrar esas emociones; quizá por ahí se entiende la iniciativa gubernamental de brindar hace poco una entrevista pública en la que se buscó justamente calmar los ánimos.

El plan está ahí en nuestro ambiente, y se trata de poder conseguir que la imagen presidencial llegue lo más abollada posible a 2024 y 2025 es una especie de prueba de fuego política que se encuentra viviendo el Órgano Ejecutivo, que reclama desde la población más controles al tratamiento administrado, porque de igual manera cuando asistimos regularmente a consulta médica cuando llevamos tomando una medicación, se necesita que se explique e informe sin cansancio todo el tiempo; porque de lo contrario el paciente empieza a teclear en el buscador de internet y comienza a encontrar múltiples explicaciones y reparos al tratamiento que lleva administrándose y otra vez se cae presa del pánico y la ansiedad. Por tanto, es una enfermedad política, sí, pero afortunadamente por ahora es curable y atendible.

(*) Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo y docente universitario

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El apretón de manos

/ 20 de abril de 2023 / 02:17

En el clima tan elevado de polarización que vivimos, haber presenciado un acto público en el que los expresidentes Evo Morales y Carlos Mesa se dieron la mano, saludándose caballerosamente, y luego sentándose muy cerca en la misma fila el uno del otro, fue un acontecimiento que nadie se atrevió a calcular que ocurriría, por lo poco practicado en nuestro tiempo.

Con la cantidad de mensajes por la vía de sus redes sociales personales en los que se han ido acusando unos y otros, con la cantidad de declaraciones públicas en los que se agreden verbalmente, y con la cantidad de cruces entre sus propios partidarios, uno podría intuir que primero, un acercamiento público entre Morales y Mesa era algo imposible de realizarse, o que en cuanto se diera podrían saltar chispas y hasta algunos golpes de por medio, y no fue así.

Más bien en lugar de eso, se vieron y tuvieron la suficiente capacidad y temple para saludarse amistosamente. La foto del encuentro circuló por los medios de comunicación, pero no con la velocidad y ruido en caso de que hubiera sido un encuentro agrio y áspero, lo cual también debería llamarnos la atención, acerca del enfoque al que se ven entregados los medios de comunicación hoy en día y lo que consideran como destacable para repercutir e insistir sobre ello.

En lugar de mostrarlo como un buen acto de civismo político entre dos verdaderos enemigos y dar cuenta de una buena noticia, decidieron o bien mostrar la noticia muy de pasada, o bien no profundizar con analistas políticos el tema.

Ese gesto, para nosotros en general, debería ser como una invitación a entender que no debemos tomarnos las cosas de manera muy personal, que tenemos que trabajar, y mucho, por reconstruir lazos sociales que rompimos en los últimos años y más bien reconstituir la idea de que la defensa de los principios que uno tiene, deben entrar en una suerte de balance más pragmático que kamikaze.

Voy en esta ocasión a contrarruta de lo que estamos acostumbrados a hablar: conflicto y enfrentamiento político, porque creo que nos merecemos un respiro de cuando en cuando. También, porque en una perspectiva general, lo que se practica como un ejercicio que puede aportar en la construcción democrática debe ser resaltado, no solamente aquello que genere espectacularidad y dialéctica inconclusa de algo a favor versus algo en contra, sin llegar jamás a conseguir la síntesis.

Eso sí, la síntesis por ahora, de esta columna, es que el acontecimiento que aquí se intenta resaltar va a contracorriente del ejercicio cotidiano en el que nos encontramos, donde nada nos garantiza más que estemos unidos, en mi grupo, que el buscar diferenciarse del otro.

Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo y docente universitario.

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La ‘libertad’ de expresión

/ 6 de abril de 2023 / 01:36

Varios periodistas, especialmente, en los últimos años en el país, desempolvaron un ejemplar de la obra de Orwell Rebelión en la granja para apuntar a un escenario en el que la libertad de expresión estaría siendo atacada y que gobiernos progresistas de izquierda tienen como objetivo principal el acallarlos y hacerlos desaparecer del mapa. Uno podría llegar a solidarizarse con quien está reclamando por los otros, que desde el poder se encuentran ejerciendo sus decisiones aparentemente en esa línea; pero lo que olvidan los desempolvadores de obras es que parcialmente esto puede ser considerado como algo absoluto si antes no hay un ejercicio de autocrítica.

La autocrítica, en el caso de la obra de Orwell anotada, viene justamente en un prólogo que vio la luz años después de que se publicara el libro; en ese texto, el autor apunta algo con autocrítica importante para el caso británico: Las ideas impopulares pueden silenciarse y los hechos inconvenientes pueden mantenerse oscuros. Esto se logra gracias a una prensa selectiva, y no hablamos de los canales oficiales del Estado, sino de los medios de comunicación privados.

Esto es posible porque existe, como apunta Orwell, un acuerdo tácito para no mencionar o repercutir esas ideas que no les conviene. La prensa está centralizada y la mayor parte de esta tiene como dueños a hombres ricos que obviamente no son honestos en los temas que permiten a sus medios que cubran.

Por tanto, ciertos temas no pueden ser discutidos porque obviamente existen intereses invertidos; es decir, los dueños de medios de comunicación privados invierten motivados por conseguir intereses económicos y políticos. Esto nos lleva al hecho de que los medios de comunicación privados establecen una suerte de ortodoxia de las ideas, nos dicen qué ideas son las que debemos aceptar como audiencia.

A este panorama que Orwell apuntaba críticamente sobre los medios de comunicación privados, hoy también se debe añadir a algunos comunicadores sociales que, desde sus respectivas plataformas informáticas, actúan como verdaderas cloacas mediáticas, dedicándose a la práctica cotidiana de atacar a las personas, rehúyen la posibilidad de debatir ideas.

Necesitan alimentarse del apoyo y aplauso de sus seguidores en redes sociales; conciben la política como un ring en el que se es más contundente en la medida que se pueda ser vigente mediante los mensajes con rótulo de “noticia extraoficial”, en la que no se aporta ninguna prueba, sino que es una mera reproducción de un rumor.

Como verán, Orwell no escribía solamente para criticar a gobiernos extranjeros de un color determinado, era también crítico con su propia realidad, ya para ese momento nos daba pistas respecto de que los medios de comunicación privados son lo que hoy vemos que son: verdaderos actores políticos que influyen en el espacio de la opinión pública. Y si a eso le sumamos a los comunicadores-operadores en busca de sus propios momentos estelares, con muy poca responsabilidad, entonces ahí ya tenemos el panorama de la polarización en esa dimensión comunicacional.

Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo y docente universitario.

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La política de la desconfianza

/ 9 de marzo de 2023 / 02:13

La desconfianza está instalada en la sociedad y eso tiene dos brazos desde los que se opera en este último tiempo: la política y la economía. Esta idea central me parece que tiene que ver justamente con la actitud que se ha ido tomando en la opinión pública en general; es decir, construir e instalar un ambiente constante de desconfianza.

Esa estrategia que se ha ido construyendo cuando menos en los últimos dos años, mediante la desconfianza en la política, se encuentra localizada específicamente en dos espacios que modulan la opinión pública: las redes sociales y los medios de comunicación. En las redes sociales, el principio de libertad de expresión se terminó por instalar en una especie de muletilla para no dar a conocer la fuente de la información o las pruebas, cuando se publica algo con el rótulo o mensaje verbal de ser “extraoficial”, y no me refiero a periodistas usando este argumento, sino a políticos y opinadores que buscan mediatizarse utilizando esta estrategia de desinformación.

De parte de los medios de comunicación, lo que tenemos y necesitamos es comenzar a debatir el papel de los medios como verdaderos actores políticos. Para bien o para mal, dejaron de ser meros actores informativos y pasaron a ser actores políticos, porque es a través de ellos que se modula el comportamiento de la opinión pública.

redes-sociales

En lo político, la desconfianza pretende estar instalada en una serie de acusaciones públicas, cuyo acompañamiento de imágenes y organigramas estridentes buscan tapar o disimular la falta de fondo de esas denuncias. Sirviendo solamente para un titular que tiene medios de comunicación listos para actuar como caja de resonancia para sumar más ruido mediático.

En lo económico, la desconfianza circula con una velocidad ya conocida en las redes sociales, de hecho ya llevamos al menos dos globos de ensayo al respecto: el mensaje de desabastecimiento de carne por el paro cruceño y la escasez de gasolina. En ambos casos, nos dimos cuenta de que al final todo se regularizó después de un par de días de pánico instalado especialmente en la clase media urbana. Ahora llevamos viviendo otro ejercicio de esta construcción comunicacional de desconfianza económica con el dólar.

Desde que despertamos hasta que dormimos, a diario lo que vemos y escuchamos es un ruido estridente y contaminante, ahí incluso los desinformadores y generadores de desconfianza más pronto que tarde saldrán perdiendo porque la estrategia que están siguiendo eleva más la respuesta de una sociedad que tiene miedo y enfado; y con esos sentimientos no se construye nada, se destruye lo que se tiene y el derrumbe nos alcanzará a todos.

Urge combatir la desconfianza con más información, no hay que cansarse de explicar las cosas, sin incluir consignas, sino incluyendo en todo momento enmarques comunicacionales fuertes, porque si se concentra la explicación solamente en lo técnico, eso encontrará en los generadores de desconfianza realidades alternativas que primero se posicionan desde el discurso de víctimas del poder y segundo, de ser los únicos depositarios de la verdadera verdad.

Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo y docente universitario.

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El Comite-ismo

/ 9 de febrero de 2023 / 01:48

En este último tiempo de conflictos políticos, pocas cosas empezamos a tomarlas con más atención como todo lo que tiene que ver con el Comité Cívico de Santa Cruz. Es claro que tomó mayor protagonismo este sector porque existe una ausencia de una oposición política partidaria y el bastión de oposición está ubicado en Santa Cruz, por lo tanto, la evidencia nos muestra que estamos viviendo un tiempo de oposición política concentrada en un movimiento denominado como el comiteísmo.

Añado el denominativo “ismo” porque forma parte sin duda de lo que son los movimientos políticos posmodernos de hoy estructurados a partir de una identidad, y no desde una ideología. Éstos se mueven en torno a símbolos, en este caso como por ejemplo: lo regional, la fe, todo lo anti que sea opuesto al oponente político, y por supuesto no debemos olvidar a la bandera nacional que se la pone en oposición a la wiphala.

Pero también, otra pregunta que se debe resolver al respecto es cómo operan en lo interno para asegurar que su organización pueda arrancar en su funcionamiento, escrutar su caja negra nos permitirá identificar la ausencia o presencia de mecanismos democráticos en su funcionamiento; porque una cosa es la apariencia democrática, y otra es la realidad oligárquica que vemos en el campo corporativo.

Una línea de entrada al respecto, dados los acontecimientos que estuvimos viendo en su proceso de elección (designación) de su máxima autoridad comiteísta, es que en esencia los comités cívicos se estructuran en base a procesos de reorganización de las clases dominantes locales y sus propias formas o lógicas de acción en la disputa política; es decir, la proyección que tuvimos del comiteísmo como un ente que aglutina sectores sociales cruceños debe ser muy parcialmente aceptada. Porque si hablamos de que en esencia son un grupo corporativo cuya principal misión es buscar que la élite local dominante se reproduzca, entonces la simulación electoral solamente alcanza a mencionar los 24 sectores que contienen el comité, pero no todos tienen el mismo peso representativo, es como si vivieran en un Estado pre 1952 donde el voto calificado era el principal determinante.

Esto coincide también con el análisis de cuáles son los mecanismos internos con los que cuentan, considerando fundamentalmente que el mensaje central y último que salió desde el comiteísmo fue la conformación de una candidatura de unidad para enfrentar en 2025 electoralmente al masismo. Traduciendo su idea de unidad: si hay más de un candidato que es del agrado de la élite local dominante, entonces se despliega primero una campaña de presión social contra los otros candidatos para que renuncien, si eso no tiene todo el efecto que se busca, entonces se aplica el estatuto y la norma electoral interna de manera conveniente para inhabilitar y de esa forma quedarse con la unidad deseada desde el inicio.

Varias cosas salieron a la luz de la opinión pública en este último tiempo sobre el comiteísmo, todas las observaciones político democráticas que se les hace pueden ser aprovechadas estratégicamente para que adecuen sus estatutos a los tiempos que vivimos y especialmente a los tiempos sociales complejos con los que Santa Cruz hoy cuenta, de lo contrario el comiteísmo puede terminar ubicado de espaldas a la población.

Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo y docente universitario.

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