Voces

Friday 2 Jun 2023 | Actualizado a 23:20 PM

Ellas

/ 26 de marzo de 2023 / 01:12

Es evidente que TikTok es como una mecedora que adormece sin discriminación. En segundos pasamos de la sonrisa a la sorpresa, de la pena a la risa, del dato histórico curioso a la ridícula receta para adelgazar, de las canciones anti Piqué a las genialidades de nuestros perros y gatos. En uno de esos pequeños, y al final interminables, paréntesis tiktokeros apareció un video sobre un reciente accidente en zona Sur de La Paz. Se trataba de un auto que había sido impactado por otro provocando que el primero termine aplastado en el río. Daba su testimonio una mujer que presenció el hecho: una de las vendedoras de flores de la zona. Hablaba del susto que sintió, de cómo se acercó a ver el auto en medio del agua y de las personas atrapadas entre los fierros. Contó que en ese momento había más de un hombre por el lugar, pero nadie se atrevió a meterse al río; contó que decidió saltar al agua ella, sola, para intentar rescatar a esas personas que ni siquiera conocía. “La ropa se seca, pero la vida no se recupera”, dijo frente a las cámaras de televisión. Ojalá el mundo tuviera vendedoras de flores en cada esquina. Estaríamos todos a salvo.

Son ellas, que si no venden flores, venden dulces y jugos en lugares clave, como frente al Valle de la Luna, también en La Paz. Allí están cada día, ofreciendo chocolates, gorras o agua a los turistas. También hacen de intérpretes. Sin ningún trámite traducen del aymara lo que dice una anciana, también de pollera, que cuida los autos del miniparqueo al frente. Está tan viejita que uno le paga y a los minutos se olvida y reclama, sin enojarse, las monedas del cuidado del auto, con las únicas palabras que le salen en castellano: “ya pues, dame, apurate”. Lo demás lo plantea en la lengua de sus abuelos y de sus padres. La seño de la tiendita traduce a tiempo de comentar: “Dice que le va a avisar a su hijo. Él la manda pues a esta abuelita a cuidar los autos. Allá vive, pero se compra comida por aquí con sus monedas”. Le recuerda, en aymara, que ya le pagaron. Ojalá el mundo tuviera vendedoras de dulces en cada esquina. Estaríamos todas a salvo.

Si no venden dulces, venden picante surtido en la plaza España, llenando la expectativa de los clientes que hicieron fila una hora antes de que llegue doña Bárbara a su puesto, cerca de la estatua de Miguel de Cervantes Saavedra. Venden chorizos artesanales en pan con lechuga y tomate como la señora Cristina, sobre la avenida Manco Kápac de la ciudad de Sucre, dando aliento a un emprendimiento que comenzó hace más de 150 años. Venden silpanchos bien servidos, parecen orejas de elefante, en el cochabambino mercado 27 de Mayo, de manos de doña Blanca, que atiende personalmente a sus clientes. Venden choclo con queso en Santa Cruz, como la casera Valeria, que hace casi 25 años se propuso comprar su casa y hacer estudiar a sus hijos. Lo logró. Ojalá el mundo tuviera vendedoras de sabores y compradoras de sueños en cada rincón. Estaríamos todas y todos a salvo.

Vendedoras de la calle, sobrevivientes de la pobreza, fuentes de calor humano, agitadoras del contacto social, agentes de solidaridad, guardianas de la verdadera justicia social, salvadoras de la vida, manos que logran saciar el hambre y la sed, protectoras de las calles desnudas, compañeras del sol, cómplices de la luna, actoras clave de la historia del presente, tanto como Bartolina Sisa, como Ana María Romero, como Juana Azurduy, como Matilde Casazola, como Gregoria Apaza, como Gladys Moreno, como nuestras abuelas de mayo y de todos los meses del año que desde sus cocinas nos dieron principios inclaudicables, como las heroínas de la Coronilla que enfrentaron solitas a las tropas realistas para abrir la independencia, como las anónimas mujeres que se fueron a la guerra, acompañando a los combatientes, acostándose con ellos, cocinando para ellos, limpiándose la pólvora junto a ellos, caminando kilómetros como ellos, dando cariño y abrigo en pleno campo de batalla. Si todo dependiera de todas estas obreras bolivianas del bienestar, el mundo entero estaría a salvo.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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La A de Alfonso

/ 21 de mayo de 2023 / 06:00

Algún duende travieso puso el diario del difunto Alfonso Pedrajas a la vista de su sobrino Fernando en uno de los rincones de aquella casa abandonada. Esos ojos pudieron sobrevolar sin interés las más de 300 páginas del diario del cura pederasta; pero esos ojos encontraron las palabras que dibujaban la punta de un ovillo. Alfonso Pica Pedrajas confesaba sobre esas hojas los abusos sexuales a niños cometidos en Ecuador, Perú y Bolivia. Los intentos de Fernando de abrir las puertas de la Iglesia Católica no dejaron muchos resultados. Ni respuestas ni acciones claras. Terminó acudiendo al periódico español El País, donde el periodista Julio Núñez asumió la tarea de encarar uno de los horrendos relatos de abuso bajo el techo católico que ha dejado al descubierto más de 400.000 víctimas en varios países donde se iniciaron investigaciones. La publicación del 30 de abril, Diario de un cura pederasta, está soltando sus primeras hilachas: Luis María Roma, Antonio Gausset, Alejandro Mestre, Francesc Peris, Carlos Villamil, Arturo Moscoso, religiosos denunciados. Ángel Tomás García, Luis Tó, Marcos Recolons; Ramón Alix, además de otros miembros de la Iglesia Católica española, sabían ampliamente de lo que el cura Alfonso llama “meteduras de pata”, “pecados” o “enfermedad”. Luis Carrasco, director del colegio Juan XXIII, se negó a colaborar. El exprovincial Oswaldo Chirveches, lo propio. Las respuestas textuales son hilarantes. La separación de ocho provinciales posiblemente involucrados a Pica no alcanza.

“Hice daño a mucha gente. ¿85?, demasiada”, escribe el cura. Los abusadores y violadores en el Juan XXIII de Cochabamba son recordados por sus víctimas en relatos espeluznantes. La Asociación de Antiguos Alumnos pidió investigar casos desde 1972. Por lo pronto hay personas como Juana (nombre ficticio) de aproximadamente 50 años, que decidió sacar a la luz cómo fue abusada por el catalán Peris en los años 80. Cuenta que una noche sintió entre sus piernas unas manos. Levantó las colchas y se topó con los ojos claros y brillantes del jesuita abusador. “Me hizo callar con su dedo”. No era el único. Las noches podían ser el infierno en la tierra: “Esperábamos, esperábamos y esperábamos hasta que el cansancio nos hacía dormir”. En un  retiro espiritual, Juana lo puso al descubierto y se ganó que el cura la abofeteara y la mandara a callar. Otra víctima relata cómo fue conducido a un gallinero para ver a Carlos Villamil, subdirector y director después del Juan XXIII, teniendo sexo con una muchacha de 17 años.

El jesuita Luis Roma abusaba de niños en Charagua, Santa Cruz. El provincial de entonces habla de un “alarmante material fotográfico”. Los delitos datan de 1994, de 2004. Salen a la luz el 2019. Hasta el 2022 la información no salió de las paredes católicas.

El jesuita Luis Tó fue sentenciado a dos años de cárcel por violar a una niña de ocho años en Barcelona. En lugar de conocer la prisión, fue enviado a Bolivia como tantos otros curas pederastas. Estaba bajo la prohibición de tener actividad pastoral, sin embargo un jesuita expulsado por denunciar estos casos dijo que el sacerdote violador fue docente de moral sexual y ética.

Ya hay un primer cura tras las rejas: Milton M., acusado por delitos sexuales. Su traslado reciente a la cárcel estuvo acompañado de rezos y cantos de católicos y católicas. Exseminaristas cuentan que Milton se acercaba para decirles que tenía que revisarles el cuerpo: “te haces revisar conmigo o con un médico”. Sigamos cantando con las manos cruzadas y mirando al cielo.

Encima tuvimos que escuchar hace días a un periodista diciendo que hay sacerdotes buenos y sacerdote malos. Que los niños ni se daban mucha cuenta de lo que pasaba. Que lo más importante no es el tema sexual sino la necesidad de ternura y cariño de estos religiosos. Que buscaban niños porque no se podían relacionar con mujeres. Madre mía.

Padre mío, líbrame de comentarios periodísticos como éste; que termine de una vez el perdón sin cárcel; que los sacerdotes asuman públicamente que no hay acto más político que el abuso de su poder religioso sobre los más débiles; que este gran escándalo revolucione el mundo católico boliviano, que las numerosas víctimas encuentren justicia y paz; que los abusados de hoy levanten su voz. María, madre de Dios, gracias por iluminar a mi mamá el momento en el que me inscribió en un colegio laico. Gracias por poder garantizar a mi hijo una educación laica. Gracias, María, por esta rabia que me provoca tanto dolor de niños, niñas y adolescentes. Gracias, Mamita, por poder escribir estas líneas con indignación profunda y sin miedo alguno. Amén.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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La A de Atlas, Mister Atlas

/ 7 de mayo de 2023 / 01:06

Acto I. Todo comenzó con una foto de Piraí Vaca que tenía que publicarse en la portada dominical de La Razón. Pedí otra opción ya que pocos días antes, Piraí había sido foto principal. Entonces, el jefe de Redacción de turno propuso uno de nuestros temas especiales para fin de semana: Las leyendas del cachascán: los recordados luchadores se dedican ahora a actividades particulares. Era el retrato de dos disfrazados poniendo cara de superhéroes todopoderosos. Fin de la historia. ¿Qué…? Esto no hacía sino comenzar.

A las pocas horas de circular el periódico en las calles, comenzaron los mensajes en mi teléfono: “Mister Atlas fue uno de los asesinos del padre Luis Espinal. Estuvo un tiempito en la cárcel por ese motivo”. ”Conocido paramilitar”. Emoji de monito tapándose los ojos. “Lo que extrañan son las sesiones de tortura a las que sometieron a tantos ciudadanos y ciudadanas”. “(reenviado) No tengo el teléfono de la Claudia Benavente. El que está en la foto es Mister Atlas, persona que fue sentenciada en el caso García Meza, fue parte de los torturadores, parece que estuvo en la tortura del cura Espinal. Porfis, comentale”. “Buen día, amiga querida. ¿Qué pasó con la primera plana de La Razón? Están criticando muchos compañeros por la foto de los paramilitares implicados en las muertes del 80”. “¿Qué le pasó hoy a La Razón? En primera plana y en Lo Importante, una crónica de las “estrellas” del cachascán y el hermano de Mister Atlas reivindicando a Daniel Torrico, agente torturador de la dictadura de Banzer y partícipe del golpe del 17 de julio de 1980, tal como estableció el juicio de responsabilidades. (…) En declaraciones y testimonios está ampliamente documentado el accionar de Mister Atlas”.

Acto II. Comunico lo llovido a mi equipo de trabajo. El colega que estaba de turno ese fin de semana subraya, con nota periodística como respaldo, que la foto en cuestión no tuvo la intención de enaltecer a ningún torturador. Aclara que ni el autor de la nota ni él conocían los antecedentes del personaje de la foto. Y, en efecto, la nota periodística, en ningún momento, menciona a Mister Atlas. El objetivo inicial era mostrar la otra faceta de los cachascanistas y una práctica deportiva que está desapareciendo. En medio de todo esto, el periodista entrevista al hermano de Torrico, quien afirma que, pese a sus 80 años, su pariente sigue yendo al gimnasio. Esta A tiene también que admitir que, conociendo la historia nefasta de este paramilitar, no asoció la imagen de la foto con su nombre de disfrazado. Dicen que el que explica se complica; sin embargo el siguiente acto trajo claridad y memoria.

Acto III. Al día siguiente, mi otro colega, Boris Góngora, firma la nota del respiro aliviado: Recuerdan el pasado paramilitar de Mister Atlas. En ella se informa que, tras la publicación en portada de la foto del exídolo del cachascán, Daniel Torrico Balderrama, organizaciones y activistas contra las dictaduras recordaron la perversidad del disfrazado. Una vida al servicio de las dictaduras. Recluido, con sentencia en el juicio de responsabilidades a Luis García Meza, por más de 10 años en el penal de Chonchocoro. Un paramilitar condenado por haber torturado al padre Luis Espinal, asesinado el 22 de marzo de 1980. Torrico fue sentenciado en el llamado “Juicio del Siglo” por el asalto a la Central Obrera Boliviana y otras actividades paramilitares.

Acto IV. Horas después, decidimos invitar al programa Piedra, papel y tinta a Nila Heredia, detenida y torturada en 1976, defensora de los derechos humanos, presidenta de la Comisión de la Verdad. Nos contó en primera persona los abusos de la dictadura. Recordó en la entrevista a Mister Atlas como uno de los temidos de la Dirección de Orden Político. Se volvió a describir el secuestro de Luis Espinal en La Paz y lo que siguió: la tortura y el cruel asesinato. Se despertó en nuestra memoria el estupor del día posterior cuando se encontró su cuerpo abandonado, herido, lastimado, en la zona de Limanipata. La nota sobre esta entrevista a Heredia que al día siguiente firman mis compañeros Rubén Atahuichi y Mauricio Díaz, incluye, en sepia, una foto de Espinal en su escritorio, rodeado de sus libros, habitado por sus principios de vida que hoy siguen tatuados en la piel de tantos bolivianos, como las amigas y amigos que escribieron aquel domingo a mi teléfono. A ellas y a ellos mi abierto agradecimiento por no olvidar la crueldad de Mister Atlas, por querer a Luis Espinal, por cuidar a La Razón. Para ellas y ellos, para ustedes, la A amante de esta semana.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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A sangre fría

/ 23 de abril de 2023 / 01:16

Mi colega Aylin Peñaranda firmó una noticia esta semana que me jaló, como lectora, de la primera hasta la última línea. Bien contada, bien titulada, completa, clara. Un hecho que, de no ser por el interés de esta periodista, se habría perdido en la espiral de la información sin alma. A continuación, el resumen de esta A sorprendida todavía por lo ocurrido.

Sábado por la tarde. Comunidad de Caiza Estación. Es uno de los rincones de la Tarija que celebra este abril su revolución y que en estos mismos días vivió una pesadilla. Lo fue sin duda para una madre y su pequeña de 11 años.

Casita de madera que de todas maneras se ensucia y son ellas, siempre son ellas quienes las barren, las desempolvan, las trapean. Ellas son, en esta casa, madre e hija. Vamos a decir que son Blanca y su pequeña Amancaya, para poder imaginarlas. Después de limpiar toca subirse a la motocicleta para trasladarse hasta la ciudad de Yacuiba. En ese recorrido, alrededor de las 17h00, son interceptadas por cinco personas. No se trata del todo de desconocidos: entre los agresores están nada menos que su cuñado y su sobrino. Lo confirmó en su momento la propia fiscal departamental de Tarija, Sandra Gutiérrez. Organizados en dos vehículos, se acercan y arremeten sin mayor trámite con múltiples disparos. Querían matarlas: llegan bien armados, son cinco, están motorizados. Dan con las dos víctimas, apuntan hacia la madre y hacia la pequeña hija. Disparan. Disparan hasta terminar las balas. Blanca y Amancaya no saben que esto no hace sino comenzar. Los vehículos van, vuelven, empujados por el motor asesino de cinco hombres cobardes que ahora sacan un rifle para apuntar directo a la cabeza de la niña. Un disparo, otro. El informe que llega a la prensa precisa que en ese momento la pequeña “pone su hombro y la bala cruza su brazo y pasa por sus labios”. Tiene que ser inolvidable la mezcla del ruido de los autos con el sonido de cada disparo. ¿Qué más se escucha? Se escuchan seguramente las puertas de los vehículos cuando los machitos se bajan envalentonados para golpear a Blanca, como si los disparos no fueran suficientes. ¿Qué está pensando Amancaya cuando ve con impotencia cómo atacan a su madre?

Minutos después. Blanca y su hija están en el suelo. No hay escapatoria. Es un buen momento para el abusivo, en este caso el propio cuñado, de rematar el impulso de su furia descontrolada con patadas en el cuerpo herido de bala de la mujer. La patea repetidas veces en el estómago. Patea en el resto de su cuerpo. Los cuerpos femeninos ya no responden. Los chicos malos las dan por muertas y las suben a uno de los vehículos. ¿Estará consciente Blanca de que sí puede respirar? Amancaya sí sabe que respira todavía y finge estar muerta. Les quedó claro que el grupito había ido a matarlas. Ya introducidas en la camioneta, las llevan cerca de una quebrada junto a una laguna, unos 500 metros más allá del punto de tiroteo seguido de golpiza. Apenas llegan a este lugar, las lanzan al monte, convencidos de que se deshacían de dos cadáveres. El crimen salió redondo.

Ninguno de los asesinos imagina que Amancaya finge su muerte como único recurso para salvarse y salvar a su madre. La niña está menos herida que la madre. Logra entonces despistar la mirada de los chicos malos y cuando se asegura de que ya no estaban los atacantes, busca ayuda.

La fiscal lo cuenta así: “La menor, que es la que menos sufrió, espera, se hace la muerta, no dice nada, no se mueve, espera que estas cinco personas, entre ellas su tío y sus primos, se alejen del lugar y sale a buscar ayuda. Encuentra a una vecina y es con ella que acuden a la Policía”. Lo que no cuenta la fiscal, porque no lo quiere ni imaginar, es el temor con el que se levanta en aquel momento la niña, la desesperación con la que busca alguien que le dé una mano, el miedo de que a lo largo de esos minutos eternos su mamá la deje sola en este mundo violento e indolente.

Solo Amancaya puede saber cuánto pasó hasta que ambas son trasladadas para una atención de emergencia. La mamá, por su estado más delicado, es llevada a un hospital en la capital tarijeña; la pequeña, al hospital de Yacuiba.

La investigación del hecho ya está en manos de las autoridades locales, la Policía y la Fiscalía. Ya nos enteraremos, si hacen su trabajo, qué empujó a este brutal ataque. Por ahora se encontró el rifle y otras armas; por ahora hay cinco detenidos. En la comunidad no se debe hablar de otra cosa: el atroz intento de feminicidio e infanticidio. A sangre fría.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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La A de algo huele mal

/ 9 de abril de 2023 / 00:55

Algo huele mal. No es tanto el aroma seco de la crisis económica que le está tocando las espaldas a gran parte del mundo. No es tanto la incertidumbre de no saber qué hacer con los bolivianos que tenemos en nuestras cuentas, quienes tenemos una cuenta de ahorros en el banco, o cuánto debemos rogar a los banqueros por unos dólares. Es algo que huele a viejo. Es el olor del machismo y del odio. Con toda seguridad que Susana Bejarano sabe de qué hablamos. Ella es politóloga y ha conducido programas de televisión en más de un canal. Se la ve muy activa en redes sociales. Es pareja de un periodista boliviano, Fernando Molina. ¿Por qué llegamos a estos detalles de la vida privada en este espacio? Por la sencilla razón de que cada vez que quieren criticar o atacar a Molina, suelen nombrar e insultar a Susana, y cuando quieren atacar a Susana, insultan sin límites a Susana. De no creer. Bejarano es centro de ataques de antimasistas con credencial de antimasistas ocultos detrás de su anonimato (cuando no de sus faltas ortográficas) debido a las posiciones políticas o posiciones a secas que asume la politóloga tarijeña. Terminó en el baile de los insultos, las acusaciones y las amenazas, la pequeña hija de ambos. Más bajo, imposible. Valiente la comunicadora chapaca que sigue convocando al debate en la pantalla chica, que sigue escribiendo, que sigue diciendo lo que piensa pese al amedrentamiento y las humillaciones, que sigue en las redes denunciando su caso y, en los últimos días, también denunció el de otra profesional, Claudia Fernández.

El pecado de Fernández fue enamorarse de un intelectual de izquierda, de un masista, de Álvaro García Linera. La entonces presentadora de televisión pagó una primera factura cuando anunció su noviazgo con el entonces Vicepresidente. Llovieron las especulaciones. Uno de los rostros de la televisión privada de la mano del intelectual más sólido del proyecto masista. Después se fijaron, los medios y políticos, en la publicidad que el Gobierno daba a ese canal de televisión. Busquen, busquen, pero sobre todo encuentren. Luego vino el matrimonio, la llegada de su hija y, un tiempo después, la llegada de la crisis pre y postelectoral con su quiebre constitucional. Momento de la siguiente factura. Una salida poco afectuosa y nada agradecida de parte de la empresa televisiva para la que trabajó desde sus 17 años (cuentan los propios colegas). Claudia tuvo que abandonar el país separada de su hija porque Arturo Murillo y sus amigos andaban de cacería. Se encontrarían los tres en México, ya que García Linera salió con Evo Morales y Gabriela Montaño. Siguiente factura: ver los vidrios rotos de su casa cuando sus vecinos democráticos cantaban “Evo, Evo cabrón”. Siguiente factura: el no poder volver a su país porque Murillo andaba cuidando su democracia. Siguiente factura: volver a Bolivia y buscar trabajo en un territorio minado de sospechas y malos pensamientos. La reciente factura, aunque no la última, su nombre nuevamente en redes utilizado para explicar la gran “traición” de García Linera, a saber, su análisis y recomendaciones sobre las rajaduras del MAS. Dicen los expertos detectives de la política boliviana que el exvicepresidente salió a los medios con el único objetivo de preservar el trabajo de su esposa en una empresa de telecomunicaciones del Estado. Claro, nada que añadir, el crimen está resuelto y la cuestionada es nuevamente una mujer. ¿Se puede ejercer más violencia? Preguntemos a las hijas de Matilde.

Matilde es la cochabambina de pollera que descubrió la infidelidad de su esposo. Vitalio, frente al reclamo indignado de ella, no dudó en rociarle la cara con ácido. El 3 de abril, Matilde murió tras padecer 37 días. Así termina el caso de la infidelidad de un macho descubierta el 25 de febrero: en el feminicidio 25 del año. En términos de cantidad, se puede decir que este 2023 hay dos crímenes más que en el mismo lapso de 2022; en términos de crueldad machista, se puede decir que Matilde tenía quemaduras en el rostro, de la nariz para abajo, quemaduras en el cuello, quemaduras en el pecho. El ácido ingresó por la garganta de la cochabambina provocando gravísimas lesiones. “Tenía un severo edema en el labio superior e inferior, la lengua saburra, flemas espumosas, piel acartonada oscura en ambas mejillas, en el mentón, cuello y pecho, con frecuencia cardíaca alta por lo que requería internación en un hospital de tercer nivel”, dijo la representante de la fundación Voces Libres. El resto fue agua, sueros y el pedido reiterado de esa madre: la compañía de sus hijas de 12 y 14 años. El resto fue la muerte.

Definitivamente, no tiene ningún sentido una sociedad que gira sobre las ruedas del machismo y del odio. No tiene ningún sentido rodar abollando los nombres y las vidas de mujeres. Susana, Claudia, Matilde…

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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La A muda

/ 12 de marzo de 2023 / 01:16

16h02. Al final de la tarde debe ser entregada esta A amante ya que nuestro editor de Opinión pidió a los columnistas de LA RAZÓN enviar los textos con mayor anticipación. Y justo esta semana los temas se han puesto resbalosos. Justo esta semana. ¿De qué se puede ocupar esta A apurada por la hora?

Ya sé. Pondremos la mirada en la Gobernación de Santa Cruz. Desde que Luis Fernando Camacho se encuentra en el paceño penal de Chonchocoro, una silla vacía se ha instalado en el centro del debate político. Según la norma, ante la ausencia temporal del Gobernador, asume el Vicegobernador. Sin embargo, se sumaron las interpretaciones calculadoras, se multiplicaron los antojos políticos y flotaron las trabas. Llamó la atención, mientras tanto, que se denuncie una falta de respeto al voto si asume Mario Aguilera cuando él tiene exactamente la misma cantidad de votos que Camacho ya que fueron de la mano a las elecciones. Con este escenario, ¿alguien se preguntó cómo serán los días del vicegobernador Aguilera con este entorno político que lo condenó a un rincón frío, lejos de las confianzas, fuera de la toma de decisiones, excluido de las reuniones clave? Mejor descarto el tema, la tensión corta como cuchillo en Santa Cruz. Para qué buscar problemas…

Mejor hablemos del último escándalo en la Iglesia Católica. Hace poco tiempo, una comisión independiente que investiga los abusos sexuales en instituciones de la Iglesia católica portuguesa reveló que hay 4.815 víctimas como mínimo. Los abusadores son hombres y el 77% de ellos, sacerdotes. Madre santa. Desde los años sesenta que en seminarios, internados, confesionarios, sacristías, casas de párrocos y lugares similares se abusó sexualmente de menores. El promedio de las víctimas es 11,2 años. Una crueldad sin parangón. Resultados de investigaciones con parecidas características se conocieron en Francia, en Chile, en España, en Estados Unidos o Australia. Pero mejor no molestar a los jerarcas de la Iglesia católica boliviana que suficiente tienen con su participación activa en la política nacional y con la pintura que dejó manchadas varias iglesias el Día Internacional de la Mujer, después de que pasaran manifestantes hartas de la desigualdad y la violencia.

Busquemos otro temita menos espinoso. ¿Qué tal el Movimiento Al Socialismo? Después de numerosas señales de división, principales líderes llamaron a la unidad, único escenario para la sobrevivencia de la estructura política más grande y articulada de los últimos años. Pero nada. Sigue la cacería de masistas azul claro o la persecución de masistas azul oscuro. Ni siquiera se debaten ideas. La pelea es por pegas, por poder, por candidaturas. Sillas vuelan, golpes van, descalificaciones vienen. Más de lo mismo: “al piso todos, que vienen los nuestros”. No hay nada nuevo qué decir. Vamos a otro tema.

¿O tocamos la herida profunda de la polarización? ¿Otra vez? Sí, el programa “Unámonos” acaba de hacer pública una encuesta que confirma el daño en nuestras vidas cotidianas que provoca la violencia política. Tres años después del desastre político y social de 2019, el 63% lo recuerda con dolor, con ira, con rabia; un 20% ha cortado lazos con familiares o amigos por causas políticas; un 52% de los bolivianos se interesa en la política pero ha dejado de hablar de ella (o sea que más de la mitad del país está autocensurado); hay una minoría con posiciones radicales pero es nocivamente ruidosa y los medios le dan más micrófono a este segmento que a una mayoría que quiere paz; un 36% evita consumir información que no coincida con su postura política; 31,45% está dispuesto a votar por un candidato que no le convence con tal de no ver ganar a su gran oponente; 33% de los encuestados afirma haber sido tildado, en tono de insulto, de masista o de pitita. Y la cereza: 48% de los bolivianos cree que Bolivia corre el riesgo de dividirse. Esto es no tener una certeza de futuro. Nuestra salud mental está en juego. Caray. Mejor no ir por este tema, nos vamos a amargar masticando y tragando (como canta Shakira) todo lo que hoy nos aleja entre compatriotas.

Ni modo. No hay tema potable para la columna de este domingo. No hay salida para esta A que no entrará en conflicto con Camacho, ni con los camachistas, ni con los masistas, ni con la Iglesia católica, ni con las minorías radicalizadas del país. Sabrá disculpar el editor de Opinión a esta A con las manos vacías.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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