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Ellas

La A amante

Es evidente que TikTok es como una mecedora que adormece sin discriminación. En segundos pasamos de la sonrisa a la sorpresa, de la pena a la risa, del dato histórico curioso a la ridícula receta para adelgazar, de las canciones anti Piqué a las genialidades de nuestros perros y gatos. En uno de esos pequeños, y al final interminables, paréntesis tiktokeros apareció un video sobre un reciente accidente en zona Sur de La Paz. Se trataba de un auto que había sido impactado por otro provocando que el primero termine aplastado en el río. Daba su testimonio una mujer que presenció el hecho: una de las vendedoras de flores de la zona. Hablaba del susto que sintió, de cómo se acercó a ver el auto en medio del agua y de las personas atrapadas entre los fierros. Contó que en ese momento había más de un hombre por el lugar, pero nadie se atrevió a meterse al río; contó que decidió saltar al agua ella, sola, para intentar rescatar a esas personas que ni siquiera conocía. “La ropa se seca, pero la vida no se recupera”, dijo frente a las cámaras de televisión. Ojalá el mundo tuviera vendedoras de flores en cada esquina. Estaríamos todos a salvo.

Son ellas, que si no venden flores, venden dulces y jugos en lugares clave, como frente al Valle de la Luna, también en La Paz. Allí están cada día, ofreciendo chocolates, gorras o agua a los turistas. También hacen de intérpretes. Sin ningún trámite traducen del aymara lo que dice una anciana, también de pollera, que cuida los autos del miniparqueo al frente. Está tan viejita que uno le paga y a los minutos se olvida y reclama, sin enojarse, las monedas del cuidado del auto, con las únicas palabras que le salen en castellano: “ya pues, dame, apurate”. Lo demás lo plantea en la lengua de sus abuelos y de sus padres. La seño de la tiendita traduce a tiempo de comentar: “Dice que le va a avisar a su hijo. Él la manda pues a esta abuelita a cuidar los autos. Allá vive, pero se compra comida por aquí con sus monedas”. Le recuerda, en aymara, que ya le pagaron. Ojalá el mundo tuviera vendedoras de dulces en cada esquina. Estaríamos todas a salvo.

Si no venden dulces, venden picante surtido en la plaza España, llenando la expectativa de los clientes que hicieron fila una hora antes de que llegue doña Bárbara a su puesto, cerca de la estatua de Miguel de Cervantes Saavedra. Venden chorizos artesanales en pan con lechuga y tomate como la señora Cristina, sobre la avenida Manco Kápac de la ciudad de Sucre, dando aliento a un emprendimiento que comenzó hace más de 150 años. Venden silpanchos bien servidos, parecen orejas de elefante, en el cochabambino mercado 27 de Mayo, de manos de doña Blanca, que atiende personalmente a sus clientes. Venden choclo con queso en Santa Cruz, como la casera Valeria, que hace casi 25 años se propuso comprar su casa y hacer estudiar a sus hijos. Lo logró. Ojalá el mundo tuviera vendedoras de sabores y compradoras de sueños en cada rincón. Estaríamos todas y todos a salvo.

Vendedoras de la calle, sobrevivientes de la pobreza, fuentes de calor humano, agitadoras del contacto social, agentes de solidaridad, guardianas de la verdadera justicia social, salvadoras de la vida, manos que logran saciar el hambre y la sed, protectoras de las calles desnudas, compañeras del sol, cómplices de la luna, actoras clave de la historia del presente, tanto como Bartolina Sisa, como Ana María Romero, como Juana Azurduy, como Matilde Casazola, como Gregoria Apaza, como Gladys Moreno, como nuestras abuelas de mayo y de todos los meses del año que desde sus cocinas nos dieron principios inclaudicables, como las heroínas de la Coronilla que enfrentaron solitas a las tropas realistas para abrir la independencia, como las anónimas mujeres que se fueron a la guerra, acompañando a los combatientes, acostándose con ellos, cocinando para ellos, limpiándose la pólvora junto a ellos, caminando kilómetros como ellos, dando cariño y abrigo en pleno campo de batalla. Si todo dependiera de todas estas obreras bolivianas del bienestar, el mundo entero estaría a salvo.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.