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El lapo de Archondo

HUMO Y CENIZAS

Rafael Archondo tiene fama de hombre elocuente, y lo es, como un sopapo. Es capaz de confundir al lector con su hábil retórica hasta que es muy tarde cuando uno se da cuenta de que acaban de insultarlo. Así me hizo sentir, como si me dieran un lapo, su última columna titulada No fue golpe ¿entonces qué?, publicada en Página Siete, en la que intenta clasificar el derrocamiento de Morales como cualquier cosa menos como lo que fue, un golpe de Estado.

Cambiar de gobierno no es algo que hagan las sociedades todos los días, así que no debería resultar difícil clasificar a uno a partir de la simple observación del cumplimiento de los mecanismos formales establecidos para ello. Tanto el proceso que llevó a la renuncia de Morales como el que llevó a Áñez a la presidencia estuvieron lejos de los procedimientos formales que debían seguirse, incluso bajo los parámetros más dilatados. Archondo sabe eso, pero decide ignorar selectivamente los elementos que no se ajustan a su confusa tesis.

Primero, cómo se sacó a Evo: no, policías y militares no se escondieron para dejarlo a merced de las masas insurrectas, sino que se sumaron activamente a la conjura en contra del presidente, primero con un motín iniciado en Cochabamba y luego reprimiendo selectivamente a los partidarios del gobierno expulsado. ¿Cómo que escondidos, Rafo? Dile eso a los masacrados de Sacaba y Senkata. Pero además de ello, queda por explicar las transferencias monetarias realizadas por el padre de Camacho a altos mandos de la Policía y las FFAA justamente por esos días, admitidas por su junior ante las cámaras. Es decir, las fuerzas represivas del Estado estuvieron implicadas en la confabulación antimasista, ejerciendo el uso de la violencia y retirando su apoyo al presidente que estaban obligadas a respaldar. El golpe vino con complicidad del Estado… golpe de Estado.

Segundo, cómo llegó al poder el gobierno sucesor: si se hubieran seguido los mecanismos de sucesión legales, la presidencia debió haber caído en el presidente de la Cámara de Senadores o en la de Diputados, cuyos titulares ambos fueron obligados a renunciar mediante la violencia durante aquellos días de 2019. Luego la futura presidenta es elegida no en el único espacio con la facultad para hacerlo, la Asamblea Legislativa, sino en una universidad privada con la participación de personas sin cargo alguno para intervenir, como Tuto. Un amante del Estado de derecho como Archondo debería haber sido el primero en denunciar aquello, pero bueno, en todo caso, la forma en la que los “pititas” llegan al poder termina siendo tan inconstitucional como la forma en la que se saca a Morales.

Pero lo que más me irrita de su columna no es su intento por encubrir una verdad que, dice, es un invento de una operación mediática global, puesto que, de alguna manera, está obligado a seguir aquel relato del fraude que hasta ahora no pueden comprobar, sino aquella contraposición que hace al final de su columna entre el “desemboque plebeyo de la ‘guerra del gas’” y la “acción ciudadana de 2019”. ¿Acción ciudadana? Pacos (no exactamente el sector más honorable de nuestra sociedad) y pandilleros como Yassir Molina tomando las calles no me suena muy ciudadano. Le recomiendo leer a Arendt: pueblo no es lo mismo que populacho. Los pueblos hacen revoluciones, el lumpen hace parodias siniestras de revolución.

A la provocación de sus palabras, respondo con estas… sí lo fue (golpe), pero… a ver, traten de nuevo…

Carlos Moldiz Castillo es politólogo.