The Last of Us, un thriller televisivo posapocalíptico, concluyó recientemente su primera temporada con un final impresionante. Sin embargo, como médico y superfanático del terror, encontré el comienzo del programa más sorprendente: un presentador de un programa de entrevistas de la década de 1960 le pregunta a dos epidemiólogos qué los mantiene despiertos por la noche. “Hongos”, responde uno.

Está preocupado por una especie de Ophiocordyceps del mundo real conocida por secuestrar el cuerpo y el comportamiento de las hormigas. Avance rápido al drama ficticio central del programa: una pandemia causada por un tipo de ese hongo, que mutó a medida que el mundo se calentaba. La nueva versión infecta a los humanos y los convierte en seres voraces, parecidos a zombis, cuyos cuerpos son invadidos por hongos.

Las epidemias de hongos en humanos son infrecuentes, en parte porque la transmisión de hongos de persona a persona es rara, y no tengo conocimiento de ninguna que involucre criaturas parecidas a zombis. Es mucho más probable que la próxima pandemia provenga de un virus. Pero la idea de que el cambio climático está haciendo más probable la aparición de nuevas amenazas para la salud es sólida. ¿Podría causar que un hongo omnipresente en el medioambiente se transforme en un patógeno letal para los humanos? Es posible.

Para muchas plantas y animales, los hongos son un flagelo. El marchitamiento por Fusarium, que devasta las plantas de banano y para el cual existen tratamientos limitados, se está extendiendo a nivel mundial y es una gran amenaza para la industria bananera multimillonaria. Una infección conocida como síndrome de la nariz blanca ha matado a millones de murciélagos en América del Norte. Noventa especies de anfibios se han extinguido a causa de la quitridiomicosis, una terrible enfermedad que hace que la piel de la rana se caiga.

Los humanos han estado en gran medida exentos de brotes de hongos debido a nuestra sangre caliente: 98 grados Fahrenheit, demasiado caliente para que sobrevivan muchos hongos. Eso podría estar cambiando. Algunos microbiólogos creen que el cambio climático ya está acelerando la evolución de los hongos en la naturaleza. Su teoría es que el calentamiento global puede haber seleccionado cepas de Candida auris en el medioambiente que podrían sobrevivir a temperaturas más altas. Esto permitió que la levadura rompiera una barrera térmica que anteriormente limitaba la propagación, de modo que ganó la capacidad de infectar a las aves de sangre caliente y a los humanos expuestos a esas aves.

Un planeta que se calienta también está creando más vulnerabilidad en los humanos. Los rendimientos reducidos de los cultivos, por ejemplo, conducen a la desnutrición, mientras que el estrés por calor provoca enfermedades renales. Al mismo tiempo, la deforestación, las medidas de seguridad inadecuadas en las granjas y el comercio de vida silvestre aumentan el riesgo de los llamados contagios, en los que el virus como el ébola saltan de los animales a las personas. Los hongos, los oportunistas más inteligentes de la naturaleza, utilizarán estas perturbaciones para su beneficio.

Con solo 5% de un estimado de 1,5 millones de especies de hongos identificadas hasta la fecha, los hongos son quizás el gran punto ciego en la salud pública. Nuestra salud depende de un delicado equilibrio ecológico. Mantener ese equilibrio —alejándonos de los combustibles fósiles para frenar el cambio climático y detener la pérdida de la naturaleza para evitar los contagios virales— es quizás nuestra mejor esperanza para no experimentar un espectáculo de terror fúngico.

Neil Vora es doctor y columnista de The New York Times.