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¿Es reversible la crisis del MAS?

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Rubén Atahuichi

El MAS se encuentra en una grave crisis, que ya no necesita de enemigos políticos para desgastarse, tiene a los suyos a lado. Día a día, semana a semana, mes a mes, desde septiembre del año pasado ha ido develando sus miserias. Desde cuando Evo Morales dijo que era víctima de un “plan negro”.

¿Cuál es el origen de su debacle? ¿Quizás 2019? ¿Quizás 2017? ¿Quizás 2016? Es complicado escudriñar los antecedentes, pero es posible plantearse algunas hipótesis: el referéndum constitucional de 2016 fue un campanazo interno entre quienes lo propusieron y quienes temían el poco respaldo; el recurso ante el Tribunal Constitucional, que permitió el derecho a la reelección de Evo Morales, asustó a sus militantes, y la crisis de 2019 que resultó el punto de inflexión.

Aquí pudo haberse definido la suerte del MAS más allá del liderazgo de Morales, primero derrocado por un movimiento cívico y político, claramente apuntalado por el informe de la OEA sobre las elecciones de octubre, y luego aislado por su decisión de asilarse en México en desmedro del rumbo partidario. No es verdad que hubo un “vacío de poder”, sino un vacío de obediencia democrática para la sucesión.

Esa orfandad de la militancia dejó a la deriva al MAS en 2019 y parte de 2020, que hizo lo que pudo por contener al poder de facto, al punto de someterse a sus designios. Producto de esa condición, la primera víctima de la crisis fue la otrora presidenta de la Cámara de Senadores, Eva Copa, impedida en 2021 de ser candidata a la Alcaldía de El Alto al influjo de Morales. Con ella se fueron muchos militantes y otros se desencantaron con el MAS. Y ella ganó las elecciones sin la sigla que la acogió como senadora.

Quizás el momento decisivo fue la llegada al poder del presidente Luis Arce y el vicepresidente David Choquehuanca. Si bien ambos fueron arropados por Morales en Buenos Aires, en enero de 2021, cuando el MAS eligió su binomio, se propusieron un gobierno alejado de la impronta de la administración anterior del partido; solo unos cuantos cuadros del pasado gobierno fueron tomados en cuenta para el nuevo periodo gubernamental. Así, muchos quedaron fuera del esquema de gobierno, estigmatizados por su cercanía con Morales y el fracaso político de 2019; por tanto, sin trabajo ni poder de decisión.

Y lo último pudo ser el factor clave para el quiebre partidario: Morales no decide ni incide. Basta ver cuántas veces pidió el cambio de gabinete, el viraje de la gestión económica o la profundización de la lucha contra el narcotráfico. Impotente, éste ahora juega a la oposición, al punto de hacer trizas esa construcción política que supo consolidar las luchas sociales para la llegada al poder, la instalación de la Asamblea Constituyente, la inclusión de las mayorías en las políticas de Estado, la nueva Constitución, las obras en lugares recónditos, la recuperación de los recursos naturales, la nacionalización, la redistribución de los recursos económicos, las reformas sociales, la victoria sucesiva sobre las fuerzas conservadoras… Al punto de deshacerse de sus viejos hombres leales, como Álvaro García, a quien acaba de considerarlo “un enemigo más”.

Quizás fue el uno de los últimos eslabones del quiebre. Los intentos del exvicepresidente y del varias veces acompañante de fórmula de Morales quedaron en esa calificación. García parecía ser la última oportunidad de conciliación interna ante la evidente fractura partidaria, un cuadro intermedio entre Arce y Morales, aunque más allegado a éste.

Sin embargo, la división del MAS se ahonda cada día, y la última estocada de quien pudo ser el factor de reencauce, y no de desmarque, es la sentencia de “el MAS no está en el Gobierno”. Como diría el vocero de Arce, Jorge Richter, esa división está causando “heridas difíciles de sanar” en el oficialismo, y la evidencia son las alas “arcista” y “evista”.

En esas condiciones, ¿podrá el MAS sobrevivir a las elecciones generales de 2025? Para sus propósitos, la “derecha” se encuentra en peor situación, aunque viendo de palco las miserias de su rival. Por cómo están distanciados, es difícil el reencuentro entre Arce y Morales como quisiera García. Así, es irreversible la crisis en el oficialismo.

Mientras, Morales está empeñado en hasta romper con todo a título de lealtades o traiciones. Pudo ser también factor de unidad fuera del poder, pero no lo es.

Rubén Atahuichi es periodista.