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Tecnología al servicio de la gente

ORDEN CAÓTICO

La escena es tan familiar y común que cualquiera puede identificarse: estiramos la mano en la calle o llamamos por teléfono para que nos atienda un taxi. Como la más reciente opción, tenemos la solicitud vía app, el fin es conseguir un taxi que nos lleve a nuestro circunstancial destino.

Como en todo, tenemos buenas y malas experiencias al subir a un taxi, en relación con el trato, condición del vehículo, la selección de la ruta del taxista y otros. Las malas experiencias, lamentablemente, llegan hasta los actos delictivos.

En La Paz, particularmente, se suma un factor de una barrera mental/geográfica. En más de una ocasión, si la “base” del taxista no está en la zona Sur y usted tiene la impertinencia de pedirle el servicio desde el centro, directamente le niegan la carrera.

Y no estamos hablando de un servicio subvencionado ni con precios regulados. Las tarifas son libres.

Hace más de 30 años que se instaló el primer servicio de radiotaxi en La Paz. Así, era posible llamar a un taxi a cualquier hora del día. Cosa imposible hasta ese entonces, cuando las calles paceñas eran un desierto a las once de la noche de un día laboral.

Así, la combinación de tres elementos presentes desde inicios del siglo XX: el teléfono, la comunicación por onda corta y el automóvil, más la imprescindible sensatez de pensar cómo resolverle la vida a la gente, dio lugar a un negocio —en ese entonces— revolucionario.

Es así donde surgen los negocios nuevos: no se necesita inventar la llanta (de nuevo), solo atender dónde están los vacíos de atención. En este caso, y en el de los servicios de móvil por app, se trata de resolver las incertidumbres cotidianas: recoger a las niñas del colegio, regresar en un transporte seguro de una fiesta en la que nos permitimos un trago demás, llegar a tiempo al trabajo. Es decir, resolver las pequeñas incertidumbres cotidianas, que son las que nos dejan un balance positivo al final del día y que están alejadas de las grandes incertidumbres de los cotidianos ataques políticos.

La última innovación en el servicio de taxis es la solicitud vía app. Las ventajas son inobjetables: conocemos de antemano la tarifa, sabemos a qué distancia está el taxi, en cuánto tiempo nos recoge y en cuánto tiempo llegamos a destino, conocemos un mínimo de datos personales del conductor y varias apps han incorporado un conjunto de elementos de seguridad para que incluso nuestras allegadas sepan en tiempo real la ruta y tengan la alerta de posibles desviaciones. Además, podemos calificar a la conductora, para dar una idea de qué tan competente es.

Pero, como toda innovación, las apps para servicio de taxi ya están enfrentando resistencias. Y como dijimos en un artículo anterior, la gente no resiste al cambio per se, la gente se resiste a ser cambiada. Y no hay ejemplo más claro que las quejas de los taxistas “tradicionales” contra las apps; básicamente, se trata de que el personal que sirve en las apps, sea igual que ellos… o no opere.

Ni una vaga promesa de mejora, ni una palabra de reconocimiento de que lo tradicional está perdiendo espacio por no tener una mejor atención que lo digital. De alguna manera, los taxistas tradicionales están defendiendo la libertad del statu quo: que no les califiquen, que no cumplan estándares mínimos en el mantenimiento de sus vehículos, que nadie controle su ruta, ni sus tarifas.

¿No será que es una libertad muy acotada? ¿No será que esas libertades enclaustran la posibilidad de que los clientes opten por algo mejor?

Lo bueno de todo es que las nuevas generaciones no esperan el permiso de nadie para innovar y materializar el potencial de experimentar una mejora significativa en cosas tan simples y cotidianas como una carrera de taxi, poniendo así la tecnología al servicio de la gente.

Pablo Rossell Arce es economista.