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Productos nacionales

TRIBUNA

A fines de la década de los 60, igual que a lo largo de todo el siglo XX, en el país se debatía el cómo y el con qué se podía competir en el mercado externo para equilibrar, al menos con nuestros vecinos, nuestra siempre deficitaria balanza comercial. Y respecto al mercado interno, cómo sustituir importaciones de productos industriales básicos, como ropa, calzados, etc.

Al hilo de aquel debate, un columnista socarrón y un tanto cruel, se burlaba de nuestra capacidad productora y afirmaba que Bolivia solo podía competir con cosas tan “útiles” como agujeros para quesos, mangas de chaleco, etc.

Desde entonces las cosas han cambiado, y mucho. Bolivia ha cerrado 2022 con un (para el país) asombroso récord histórico de exportaciones por un valor de $us 13.653 millones, ¡un 23,2% más que en 2021! Siendo lo más interesante el dato de que el factor más importante para alcanzar esas cifras ha sido el de las exportaciones no tradicionales, con un incremento del 42,5% respecto al año anterior. Enhorabuena a Bolivia porque éste, más allá de ser un innegable logro del Gobierno, lo es también de la iniciativa privada y de la sociedad en su conjunto. Hay que destacar el ímprobo esfuerzo de nuestros transportistas que a veces en condiciones extremas cumplen con su cometido para beneficio general.

Pero, cambiando un poco de tema, me quiero referir a ese otro tipo de “productos” nacionales que ni en la ya lejana década de los 60 ni en la actualidad han dejado de estar presentes, jugando un importante rol en nuestra cambiante realidad; me refiero, siguiendo los doctos criterios de la Unesco, a “cierta parte” de nuestro acervo cultural, es decir, a las tradiciones, hábitos, costumbres, arte y en definitiva a la cultura desde un punto de vista antropológico, que transmitimos de generación en generación.

Como sería largo y tedioso discernir sobre un tema de tan altos vuelos intelectuales, supongo que con algún que otro ejemplo típico el tema quedará más o menos claro.

Tal es el caso, por ejemplo, de los “relatores”; y no aludo a esa histórica pléyade de periodistas deportivos como Cucho Vargas o Toto Arévalo, sin mencionar a otros, seguramente tan buenos como aquellos, que nos hacían y nos hacen vibrar como si nosotros mismos lleváramos la pelota en nuestros pies, sino más bien a esos “creadores de relatos” que desde el nacimiento mismo de nuestra república (véase el caso Olañeta) nos han ido, como suelen decir nuestros hermanos argentinos, “contando milongas”, mentiras, cuentos y estafas sin fin para uso y abuso de una clase dominante insaciablemente depredadora con los recursos del país. Esos “relatores”, a menudo instalados en su cómoda atalaya de algún medio de comunicación, hoy nos quieren contar el cuento de que lo que ocurrió en octubre y noviembre de 2019 no fue un golpe de Estado; de que los muertos no existieron; de que el contubernio entre los autores intelectuales y los cuerpos y fuerzas de “seguridad del Estado” (¿?) nunca existió. Alguno llega a preguntar “¿Y si no fue golpe qué fue?”, ofreciéndonos la invalorable oportunidad de hacernos otra pregunta: ¿una mentira tal vez?

Otro de los productos nacionales “intangibles” ¡como para entrar en el Libro Guinness de los récords! es el ego de algunos de nuestros compatriotas. El ego fue una brillante concepción de Freud para representar el Yo, o sea la forma en que nosotros mismos estamos representados en nuestra propia mente. ¡No quieras ver la representación que tienen algunos de nuestros compatriotas de sí mismos! Es de una magnitud tan abrumadora que al parecer el mundo es incapaz de girar si no es pasando por su ombligo. Estos colosales egos suelen haber escrito alguna cosa que ellos, por supuesto, consideran una obra maestra; también, una vez más, son a menudo columnistas de algún medio afín a sus ideas. Algunos hasta tienen un “Yog” (Definición de Yog: blog de un megalómano).

Cuentan una anécdota de Fidel Castro, muy ilustrativa al respecto. Cuando aquel finalmente anunció en un acto público que traspasaría el poder a su hermano, afirmó que en adelante se dedicaría a escribir. Uno de los presentes en aquel evento comentó en voz baja con su vecino de asiento: “Si tú creías que el ego del Fidel político era gigantesco, ¡espera a ver el ego del Fidel escritor!”.

Alfonso Bilbao Liseca es médico anestesiólogo.