¿Diplomacia sin diplomáticos?
Las 236 páginas pulcramente escritas por Alain Rouquié en su obra La fin des diplomates (El final de los diplomáticos), editada por Rue de Seine y presentada recientemente en París, pueden ser leídas de un tirón por quienes profesan ese oficio que aunque sea la “segunda profesión más antigua del mundo” sigue teniendo alguna cara oculta y no siempre buena reputación. Por ello, la contribución de Rouquié para explicar a doctos y profanos la utilidad de ese servicio es más pertinente que nunca, en esta escena internacional en que la revolución informática acorta las distancias y multiplica los contactos directos entre los jefes de Estado, dejando las más de las veces a sus respectivos embajadores en la orilla del decorado superfluo y costoso. Como premisas necesarias para presentar luego, sus conclusiones y recomendaciones, el autor se remonta a memorables hechos de la historia de Francia y la evolución seguida hasta la Quinta República. Lo que podría parecer diagnóstico solo nacional, se convierte en un microcosmos universal por la similitud de situaciones que mutatis mutandi también confrontan otros países. La plenitud de anécdotas, de retratos reales y de problemas que confronta cotidianamente el diplomático, bajo la pluma elegante del autor, allanan la comprensión de esas circunstancias, toda vez que en diplomacia “el éxito jamás está ni garantizado ni asegurado”, tal testimonia su vasta experiencia recogida en misiones en El Salvador, México, Brasil y Etiopía, aquello en el terreno y como director de Américas en el Quai d’Orsay de la capital. Personalmente, me ha halagado que entre los personajes citados figuren en alto relieve los embajadores Guy Georgy y Raymond Cesaire, con quienes trabajé durante los gobiernos de Víctor Paz Estenssoro (1960-1964) y Lydia Gueiler (1979-1980), habiéndome este último asilado en su residencia a raíz del golpe de Estado. El tomo está dividido en subyugantes capítulos cuyos epígrafes lo dicen todo, algunos a guisa de interrogantes invitan al inevitable debate, como ¿Para qué sirven? (los diplomáticos), ¿Cuerpo o casta?, Los desafíos del presente, Frente al mundo posnacional o La diplomacia del futuro. Naturalmente, Rouquié retrata la crisis existencial que confronta el cuerpo diplomático francés, al haberse suprimido la carrera como tal y cuando en el futuro, el reclutamiento de esos funcionarios se hará entre cualquier administrador estatal, así éstos provengan de actividades totalmente extrañas al quehacer internacional. Difícil imaginar que aquellos neófitos puedan suplantar a profesionales diestros en el arte de “seducir e influir”, que son obras de largo aliento “y de sortear momentos delicados diciendo todo sin irritar o herir a la opinión pública local”. En suma, el ejercicio de la diplomacia es, además de los objetivos sustantivos de la misión, también un arte en el uso de medios para lograr los fines requeridos.
En la profusión de analogías con otras naciones, se remarca la alta calidad formativa del Instituto Rio Branco en el Itamaraty brasileño que ni los vaivenes políticos pueden alterar como sucedió en Bolivia, donde se extirpó de cuajo a los cuadros diplomáticos existentes. El epílogo de la obra que comentamos no podía ser más lúgubre porque “el fin de las embajadas parece próximo” por cuanto “las tecnologías de la información y de la comunicación las vuelven obsoletas”. Sin embargo, dos eventos imprevistos alteraron la relativa estabilidad mundial: la pandemia del COVID- 19 y el conflicto ruso-ucraniano. El primero por detectar la débil solidaridad ante el desastre y el segundo por el retorno a los bloques, ¿cuáles?, y Roquié preconiza nuevamente Este vs. Oeste: Rusia y China contra Occidente, liderado por Estados Unidos y los anglosajones del AUKUS (Australia y el Reino Unido). Habrá sin duda espacio para un tercer protagonista: Europa unida. No obstante, no se menciona a los países emergentes no-alienados. Y, frente al desorden universal “todo está por reinventarse” dice, y termina afirmando que “el retorno de lo trágico, exige el retorno de la diplomacia y los diplomáticos”.
Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.